Desde su publicación en los cuarentas la novela gráfica de Saint-Exupery fue un clásico instantáneo. La historia del aviador caído que conoce al pequeño monarca que vive en un asteroide enamorado de una rosa ha sido universalmente amada. Extraña y alegórica siempre fue un material de cuidado a la hora de llevarlo a la pantalla y al teatro, esta versión animada busca ser la definitiva. ¿Lo logra? en gran medida, si.
El gran acierto del film es quien lo produce, si este material hubiese caído en manos de Pixar o Dreamworks el tono y diseño hubiesen sido muy distintos, y los chistes (tanto visuales como de guión) hubiesen plagado el film. También las referencias a la cultura pop. Nada de eso hay en El Principito, y no se extraña.
Aquí Mark Osbourne (Kung Fu Panda) dirige casi de forma independiente el film, junto con un grupo de animadores Candienses y dinero de productores franceses. El resultado es tán respetuoso con el espíritu del libro que no sorprende que los herederos de Saint-Exupery hayan aprobado el rodaje.
La historia se cuenta dos veces, una a través de las páginas desordenadas del libro que la pequeña protagonista va armando, y a medida que lo hace va destruyendo la vida que su madre organizó para ella, y luego cuando esa fantasía cobra vida en su mente y le sirve para entender el significado mayor que tiene la historia y cerrar así su recorrido, paradojicamente, creciendo.
La animación es fantástica y se acompaña con segmentos en stop-motion de una belleza que sólo la mano del hombre puede hacer. Un film que le puede servir a los padres para introducir a los niños a la lectura de un libro que -en un mundo cada vez más cínico- se mantiene relevante, vital y mágico como mirar un cielo estrellado.