Sobre la redundancia conceptual. Resulta sumamente curioso el mecanismo mediante el cual las ironías del tiempo parecen reírse de los déficits de determinada era, balanceándolos décadas después pero a expensas de otro rubro. Mientras que hoy el séptimo arte cuenta con los recursos formales -vía CGI- para dar nueva vida a los clásicos “difíciles” de la literatura, algo inconcebible en el pasado, lo que viene faltando es precisamente el talento de antaño. Si bien El Principito (The Little Prince, 2015) tenía todo para convertirse en la adaptación definitiva de la obra maestra de Antoine de Saint-Exupéry, una vez más estamos ante otro intento fallido que parece más un homenaje muy leve al autor que una verdadera traslación de su trabajo a la pantalla grande. Lamentablemente, a pesar de los años transcurridos desde su primera publicación en 1943, El Principito continúa siendo un muro inquebrantable que impide las exégesis desde otros lenguajes, y esto se debe a los mismos inconvenientes de siempre: la naturaleza abstracta del relato (las alegorías varían según la mirada de turno y las lecturas a veces son antagónicas), las ilustraciones del propio Saint-Exupéry (las cuales establecen un marco visual específico, podríamos decir casi “oficial”) y la visión extremadamente crítica que subyace en el libro (no sólo para con los adultos en general, sino también en lo que atañe a la razón instrumental, el egoísmo y la pobreza de espíritu de la mayoría de los mortales). Así las cosas, el film animado de Mark Osborne, conocido por codirigir Kung Fu Panda (2008) junto a John Stevenson, se empantana en cada uno de los obstáculos históricos del opus y para colmo arrastra un tufillo muy común en nuestros días, el de la sobreexplicación a través de subtramas bobaliconas que pretenden pasar por “complementarias”, cayendo a fin de cuentas en el terreno de la tergiversación y/ o la redundancia conceptual: en la novela ya existía un intermediario que nos presentaba al pequeño protagonista y su asteroide, léase el narrador/ aviador, no obstante aquí decidieron contentar al público femenino con otro más, una nena insípida cuya mami es una fanática del control que ya planificó toda su vida. Esta búsqueda desesperada del aggiornamiento fácil, que incluye además referencias orwellianas y una innecesaria secuencia final de aventuras, se siente fuera de lugar y hasta deja de lado pasajes fundamentales del libro en torno a la amistad y el cariño recíproco. Se percibe claramente el interés francés orientado a transformar a uno de los íconos de la cultura autóctona en un producto apto para el consumo global, sin embargo la escasez de ideas es sinónimo de mediocridad. En suma, el realizador posee buenas intenciones pero fracasa como tantos otros antes y desperdicia las voces de Jeff Bridges, Benicio Del Toro, Marion Cotillard, Paul Giamatti, Rachel McAdams, Albert Brooks y un largo etcétera…
Desde su publicación en los cuarentas la novela gráfica de Saint-Exupery fue un clásico instantáneo. La historia del aviador caído que conoce al pequeño monarca que vive en un asteroide enamorado de una rosa ha sido universalmente amada. Extraña y alegórica siempre fue un material de cuidado a la hora de llevarlo a la pantalla y al teatro, esta versión animada busca ser la definitiva. ¿Lo logra? en gran medida, si. El gran acierto del film es quien lo produce, si este material hubiese caído en manos de Pixar o Dreamworks el tono y diseño hubiesen sido muy distintos, y los chistes (tanto visuales como de guión) hubiesen plagado el film. También las referencias a la cultura pop. Nada de eso hay en El Principito, y no se extraña. Aquí Mark Osbourne (Kung Fu Panda) dirige casi de forma independiente el film, junto con un grupo de animadores Candienses y dinero de productores franceses. El resultado es tán respetuoso con el espíritu del libro que no sorprende que los herederos de Saint-Exupery hayan aprobado el rodaje. La historia se cuenta dos veces, una a través de las páginas desordenadas del libro que la pequeña protagonista va armando, y a medida que lo hace va destruyendo la vida que su madre organizó para ella, y luego cuando esa fantasía cobra vida en su mente y le sirve para entender el significado mayor que tiene la historia y cerrar así su recorrido, paradojicamente, creciendo. La animación es fantástica y se acompaña con segmentos en stop-motion de una belleza que sólo la mano del hombre puede hacer. Un film que le puede servir a los padres para introducir a los niños a la lectura de un libro que -en un mundo cada vez más cínico- se mantiene relevante, vital y mágico como mirar un cielo estrellado.
Una película animada distinta, sensible sin ser forzada, gracias a la obra maestra de Saint-Exupery. Luego de mudarse, la pequeña niña conocerá a su nuevo vecino, un excéntrico aviador que le introducirá el mágico mundo de “El principito”, y de ese modo la ayudará a mirar la vida de otra manera. Mientras que su madre le organiza la vida que tiene que llevar. Es una historia dentro de otra historia. Para los fragmentos que reconstruyen la historia original del libro se utilizó “stop motion”, algo que da vida a cada página del libro, muy acertado el uso de esa técnica. El filme de Mark Osborne es una obra respetuosa, que traslada el legado para las nuevas generaciones. Una película lejos del estilo de Hollywood, y eso es muy bueno. Una aventura que lleva a recordar la esencia de cada ser humano para no olvidar lo que solían ser, antes de todo, antes de corromper el alma infantil. Mark Osborne logró el gran desafío de plasmar en pantalla grande el libro que Saint Exupery publicó en 1943. Esta película deja de lado algunos pasajes importantes del libro y no profundiza sobre algunos temas que si toca la película, pero un Principito, estrellas, planetas, un zorro, un rey, una rosa única, un aviador… siguen vivos. Sin cronogramarlo hay que ir al cine y ver de otra manera, no solo el film.
La pérdida de lo esencial. Hace unas semanas, luego de ver las primeras imágenes de El Principito, la versión para la pantalla grande de Mark Osborne del clásico infantil, nos emocionamos por lo que parecía la promesa de una de las películas animadas del año. El combo era infalible: un excelente director, cuidadoso siempre del material con el que trabaja, los mejores animadores de la industria, Hans Zimmer y su genialidad musical, y claro, la estrella en cuestión, uno de los mejores libros para niños y adultos, una obra invaluable e inagotable, la gema literaria escrita por Antoine de Saint-Exupéry sobre aquel niño de rizos rubios y esa ingenuidad que ninguno de nosotros quiere perder. Sin embargo, al terminar la proyección queda un sinsabor, la sensación de que el opus original es demasiado perfecto y exacto, y que cualquier atisbo de intentar volverlo a contar, o contarlo de otra manera, o insertarlo en otra historia, será una causa perdida. Es verdad que el director ha intentado mantener la historia lo más fiel posible, no se han alterado los pasajes más importantes ni se ha cambiado nada en la línea argumental, de hecho es imperioso reconocer que el trato que se le ha dado a la historia de El Principito, tanto la elección de una animación en stop motion, que la acerca a los geniales dibujos del libro, como la precisión del desarrollo narrativo, es justo y loable, pero lamentablemente no alcanza. La historia central, contada con animación CGI, nos presenta a una niña intentando entrar a una de las escuelas más prestigiosas de la ciudad; su madre -obsesionada con el tiempo y la rigurosidad- le exigirá total compromiso durante todo el verano de preparación, con un cronograma estricto que no incluye tiempo libre para jugar ni hacer amigos. Todo cambiará cuando la pequeña conozca a su vecino, un alocado aviador, con quien se hará gran amiga y recorrerá toda la historia de aquel Principito que amó a su rosa, domesticó a un zorro, sucumbió ante la serpiente, recorrrió los planetas más variados, y quien descubrió y nos hizo descubrir que al final, solo se ve bien con el corazón. El cierre de esta historia, donde vemos un posible Principito adulto, es lo que nos devuelve a la realidad: volvemos a sentir que estamos viendo una película sobre una niña y su vecino, sobre la importancia de permanecer fieles a la inocencia de nuestra infancia, el no olvidar quienes fuimos y quienes queríamos ser, y es en ese momento donde tomamos conciencia y nos convertimos en testigos de un largometraje animado, donde se evapora la magia de la historia original, y donde queda solo un film con muy buenas intenciones, pero con un resultado que no termina de convencer. La animación es perfecta, pero ya la hemos visto, los personajes están bien construidos, pero también los hemos visto en infinidades de películas animadas, lo único que hacía esencial a esta historia, es aquello que será imposible de volver a contar: Saint-Exupéry lo hizo de una manera tan formidable y exquisita que todo lo que venga después nos dejará tan solo con ganas de regresar a las páginas del clásico infantil y volver a emocionarnos con aquel aviador suplicando volver a ver a su amigo, El Principito.
El incombustible clásico de Antoine de Saint-Exupéry regresa gracias a la mano de Mark Osborne (Kung Fu Panda) para crear mediante una combinación de animación y stop motion una delicada y primorosa fábula que palidece en comparación directa con el libro, pero que por sí sola es un agradable espectáculo. Los que esperaban descubrir una adaptación fiel y respetuosa del texto original o simplemente una película capaz de crear consciencia moral estarán un poco decepcionados. Esta versión aún más edulcorada que el clásico infantil puede ser considerada una estafa de marketing, ya que no es un recuento directo de la prosa del autor francés, sino una historia dentro de otra historia. El texto original no es muy largo, así que tiene sentido que los realizadores hayan elegido contar la vida de una pequeña cuya diligente madre le tiene toda la vida planeada por delante. Escapando de las controladoras garras de su progenitora, la pequeña se hace amiga de un vecino anciano, El Aviador del cuento original. Al justificar la trama de esta manera, se agrega bastante metraje para que la adaptación fidedigna no dure poco, pero a su vez se mastica demasiado el mensaje original del libro, dejando nada al azar para la interpretación y subrayando todos y cada uno de los mensajes del autor. La nueva narrativa fagocita casi enteramente a la historia clásica y aquellos que vayan a ver la emotiva historia del Principito, la Rosa y el Zorro se verán decepcionados por ver tan poco de ellos en pantalla. Pero juzgar a El Principito por lo que no es en vez de lo que es puede parecer injusto. Dentro de su argumento convencional y dirigido especialmente a los más pequeños de la familia, la animación digital resulta grandiosa y muy bien trabajada, con humanos creados a un punto casi caricaturezco -ojos y cabeza bien grandes y expresivos- pero que contrasta con el stop motion que toma lugar cuando el relato original es contado. Estos momentos, breves pero satisfactorios, son el centro neurálgico del film y definitivamente garantizan el precio de la entrada. El oportunismo retractará a muchos de entrar a la sala de cine a ver El Principito, pero entrando sin esperar nada a prori, el resultado develará una sorpresa agradable.
Dibújame una crítica El Principito (Le Petit Prince, 2015) es una película muy tierna y marginalmente entretenida que en el mejor de los casos guiará a los espectadores a que descubran (o redescubran) la magia del libro de Antoine de Saint-Exupéry. La película no es una adaptación directa del libro. Funciona más como una secuela. La historia original es recapitulada durante la primera mitad de la película, siendo narrada por el viejo aviador a una niña. La segunda mitad de la película sigue la aventura de la niña, quien roba su aeroplano y viaja hacia el espacio para encontrar al principito y conseguir las respuestas que el cuento no le dio. En definitiva lo que hace la película es tomar una historia inmortalizada por su ambigüedad alegórica y anclar el sentido en una sola lectura, la más obvia e inmediata. No es la primera adaptación largometraje de “El principito”. Sí es la primera vez que se cuenta la historia con animación, lo cual es bastante osado de parte de los realizadores, considerando que este es el libro que nos dejó la frase “lo esencial es invisible a los ojos”. Como animador, ¿por dónde empezás? Mientras la película se mantiene dentro del terreno canónico de la historia, funciona perfectamente. Es hermosa. Estas porciones del relato han sido animadas a lo stop-motion (como las películas de Henry Selick y Tim Burton). Son las más bellas, no sólo por la fidelidad a las ilustraciones originales de Saint-Exupéry sino porque confieren la misma sensación de artesanía y delicadeza. Pero la película trata más sobre la niña en cuestión que sobre el principito. Y el mundo en el que vive es un engrillado 3D sin sofisticación. Parece una maqueta diseñada por computadora, con menos vida que uno de esos videos sobre seguridad vial. La animación (la iluminación, los personajes, sus movimientos, los de la cámara) es menos que esmerada en estas partes, que acaparan las tres cuartas partes de la cinta. Y cuando la niña finalmente viaja al espacio y se aventura en el terreno del “fan fiction”, la historia se convierte en un relato bastante mediocre, con buenos y malos y un mundo distópico que hay que redimir. La historia de una niña que sufre una madre controladora y se hace amiga del viejito de la casa de al lado es simpática. Tiene un arco dramático propio, no es un mero marco narrativo. Pero en ningún momento logra ser más interesante (o verse tan bien) como la historia de “El principito”, y cuando decide continuar esa historia, lo hace de una forma que daña la atractiva discreción del relato original.
Una conmovedora parábola de la vida moderna El film de animación recupera el espíritu del libro de Antoine de Saint-Exúpery y conmueve por su visión despiadada de la vida moderna. El mundo de los adultos es espiado por una niña y alcanza en la película momentos sublimes. La adaptación de la obra maestra de Antoine de Saint-Exupéry, El Principito, en su paso a la pantalla grande era un riesgo por las metáforas y parábolas que acumula la historia y, tiene como antecedente, la versión de 1974 filmada por Stanley Donen. El Principìto, versión 2015, es una película de animación que tiene como director a Mark Osborne, conocido por codirigir Kung Fu Panda junto a John Stevenson en 2008. El realizador redescubre uno de los relatos más queridos de todos los tiempos a partir de la historia de La Niña, que es preparada por su madre para enfrentar un mundo adulto exigente y planificado hasta el detalle, cuando es interrumpida por su vecino anciano, El Aviador, cuando una hélice rompe por accidente la casa. El será el responsable de mostrarle a la pequeña un mundo extraordinario en el que todo es posible. El film tiene dos líneas narrativas trazadas con estética diferenciada. Por un lado aparece el mundo real rodeado de adultos lúgubres y encorvados impulsados por la codicia y, por otro, el viaje mágico y emocionante a partir de la historia de El Principito, un chico enigmático montado en un asteroide, y la posibilidad de ver la vida con el corazón. El "relato dentro del relato" cobra vida gracias a las técnicas de animación y "stop-motion", además de los diseños atractivos que tienen los personajes. Es difícil saber de antemano si los niños se sentirán identificados con un relato complejo que también tiene un ritmo diferente al de las últimas producciones mainstream, pero los adultos que conocen el libro seguramente se sentirán atrapados por la película. En la versión que se estrena en Argentina no pueden apreciarse las voces originales de Rachel McAdams para el rol de La Niña; Jeff Bridges para El Aviador, secundados por Benicio Del Toro, Marion Cotillard, Paul Giamatti y Albert Brooks. Las tomas cenitales de una ciudad organizada, la presencia policial, los vecinos curiosos, el avión destartalado que logra cobrar altura y los paralelismos que ofrece el film, sumados a la eficacia de sus sencuencias emotivas hacen que El Principito se vea como un producto artesanal y diferente potenciado por la envolvente banda musical de Hans Zimmer. Un clásico que llega con agregados pero que mantiene el espíritu del libro.
Para no crecer La protagonista de esta historia es una niña demasiado seria y responsable para su edad, con una madre muy exigente y estructurada que le ha trazado un plan de vida que ella debe seguir a la perfección para poder llegar a ser una adulta exitosa. Para seguir con ese plan se mudan cerca de la escuela donde la niña está por comenzar las clases. Mientras su madre trabaja, ella pasa todo el día sola estudiando y preparándose para el futuro, hasta que un día accidentalmente conoce a su excéntrico vecino, un viejo aviador que vive solo en una casa desordenada y llena de recuerdos. Es el aviador quien introduce a la niña en la historia de El Principito, contándosela como viejas anécdotas; le habla de la rosa, el zorro, el rey, y sobre sus aventuras y reflexiones. Así la niña va dejando de lado la estructura en la que vive y se permite jugar, soñar, y entender todo aquello que experimentamos en la infancia y luego de a poco vamos perdiendo. A través de la niña el director hace más accesible la historia del principito, desde la mirada actual de un niño, rodeado de computadoras, con padres que trabajan demasiado, sin mucho contacto con la naturaleza, donde lo lúdico siempre está detrás de una pantalla. La historia comienza con un moderno 3D con expresivos personajes, pero para narrar la historia principal se utilizó la técnica de stop motion, con hermosas texturas de papeles y colores acuarelados, que contrastan con la perfección y la prolijidad del 3D que representa la realidad. La nena y el anciano construyen una hermosa relación, El Principito ocupa un gran lugar en sus vidas, es quien les enseñó lo que realmente importa, y que lo esencial es invisible a los ojos. Hasta ahí la historia funciona muy bien, luego por algunos giros del guión la niña se sumerge en el mundo del principito -podríamos decir que a partir de allí la adaptación es libre- y las cosas no funcionan tan bien, la historia se alarga demasiado y se pierde un poco el sentido. No es necesario aclarar que estamos frente a una de las más hermosas y universales piezas de la literatura, un libro que tarde o temprano siempre pasará por nuestras manos, y puede tener varias lecturas e interpretaciones. Aquí el director ha elegido hacer hincapié en el valor de la infancia, la magia, los sueños, y lo oscuras que pueden volverse las cosas cuando todo eso se olvida. Visualmente es hermosa, técnicamente es impecable, con algunas alteraciones en el guión que la alejan un poco de la esencia del libro, pero si sirve para que los chicos conozcan a este gran personaje y se acerquen a la literatura, bienvenida sea.
Difícil tarea meterse con este libro tan famoso, tan citado. Y con unos herederos que odiaron otras versiones cinematográficas. Pero Mark Osborne (El mismo de “Kung fu Panda”) le encontró una muy buena solución: incorporó a una niña, criada para el éxito por su madre estricta, un vecino que es el viejo y estrafalario aviador. Pero respetó el texto original y para él utilizó otra técnica: el stop motion inspirado en los propios dibujos del autor. El resultado es espléndido. Para todas las edades.
Aggiornandose al siglo XXI, la nueva adaptación del clásico de Antoine de Saint-Exupéry “El Principito”, de la mano del animador Mark Osborne (“Kung Fu Panda”), tiene como principal virtud el poder recuperar la esencia del relato apoyándose en una historia vívida y real sobre la pérdida de la inocencia a partir de aceptar, o no, algunas responsabilidades. El cuento sirve como punto nodal entre los personajes protagónicos y la historia en sí, y también funciona como una contraposición entre el deber ser y el querer de la niña (protagonista), quien debe, o debería, cumplir con una estricta rutina de estudios y entrenamiento impuesta por su madre, una abogada poco presente, quien desea para ella lo mejor, o al menos lo intenta. Mientras la niña ante la exigencia responde con más exigencia, al mudarse de casa, para poder ingresar a las Academias Werth (la más exclusiva escuela para niños de la zona) por geografía y no ya por entrevista (porque perdieron la oportunidad), un excéntrico vecino le mostrará, a través de las páginas de un relato narrado en primera persona, las posibilidades de conocer un mundo totalmente opuesto al que ella diariamente vive. Así Osborne va incorporando dentro de la historia de la niña y el anciano la clásica narración de Saint-Exupéry de manera relajada y tranquila, y mientras el relato principal es contado a partir de una cuidada animación en 3D, el “cuento” del pequeño príncipe es relatado con imágenes de stop motion de una belleza y delicadeza únicas, con una cuidada y esmerada producción, que revitalizan la clásica imagen que del pequeño príncipe se tiene presente. “El principito” busca revitalizar la clásica historia tomándola al pie de la letra, y entrelazándola con la historia de la niña que necesita de una vez por todas romper con los cánones y esquemas impuestos en una sociedad que abruma con horarios, tareas, fórmulas y rutinas, y que terminan, vaya paradoja, normalizando cuerpos y deseos infantiles. Porque si de algo habla la historia del narrador francés es de poder seguir imaginando y soñando mundos posibles, diferentes a los que se viven y en los que la diferencia puede estar tan sólo en el hecho de anhelar percibir el perfume de una rosa. Osborne redobla la apuesta de su filme y si bien es anunciado desde el arte la construcción de un relato basado en “El principito”, este es tan solo un apéndice del gran relato que el director quiere contar, uno que se apoya en la vida moderna para demostrar que nada puede estar bien cuando a un niño se le quieren imponer los mismos esquemas de exigencias que a un adulto. “El principito” habla de ese pequeño que soñando pudo superar obstáculos y escapar de aquel exagerado amor con el que una flor le quiso cambiar su vida, y justamente desde este hecho construye un entrañable relato en el que una niña y un anciano terminan congeniando y compartiendo momentos de lucidez y revelación sobre el estado actual de las cosas. La rutina como amenaza de la niñez, la perdida de la inocencia desde exigencias y evaluaciones innecesarias, la familia como espacio de construcción de sentido y principalmente la amistad, esa entrañable y pura, que termina siendo el motor y el impulso de la vida, son tan solo algunos de los tópicos de los que habla la película con naturalidad, pero también con grandeza. Ingeniosamente Osborne desdobla su “cuento”, captura temáticas de “El principito” original para actualizarlas y aggiornarlas con el relato del “presente”, un espacio en el que no hay lugar para la imaginación ni la niñez, pero en el que se hace necesario recuperar la capacidad lúdica para, de alguna manera, seguir creyendo en los sueños y en los deseos más profundos de cada uno. Bella y entrañable historia.
Una producción ambiciosa que no alcanza Estreno exhibido en Cannes que salió a lo grande en todo el mundo, llega con el afán de ilustrar en pantalla los dibujos originales y las frases emblemáticas de la obra. Gusto a poco. El principito (Le petit prince) es una novela corta publicada en 1943 y escrita por Antoine de Saint-Exupéry, autor y aviador francés. Uno de los libros más populares y queridos del siglo XX, uno de los íconos de la literatura infantil de todos los tiempos. Llevarla al cine, con su minimalismo, su poesía y sus inolvidables acuarelas realizadas por el propio Saint-Exupéry siempre ha sido un problema complicado. Llevar de forma leal el libro a la pantalla sería un acto casi suicida, porque las metáforas e ideas de la obra no pueden pasar sin adaptación a la pantalla. Pero a la vez, es justamente su pureza lo que lo ha vuelto inmortal. La decisión para esta nueva versión es que la línea principal del film sea una niña a la que le cuentan la historia de El principito. Claro que no lo hace cualquiera, sino el aviador, ya anciano quien, a través de su relato, es posible que salve a la pequeña de una vida adulta y sin imaginación. Es que la pequeña está recibiendo una educación y una planificación de vida exigente, absurdamente planificada y carente de cualquier espacio para la creatividad. Será justamente el relato de la historia de El principito lo que pueda abrirle una ventana para escapar de ese mundo gris y mantenerla en la pureza simple de la infancia. La producción de la película es sin duda ambiciosa y el film no solo ha salido a lo grande en todo el mundo sino que también ha sido exhibida en el último festival de Cannes. Pero debe quedar claro que lo que vemos acá no es El principito sino otra historia, que incluye al libro. Por un lado, todo lo que sea el relato de los personajes de Saint-Exupéry, ha sido construido con el afán de respetar al máximo los dibujos originales y las frases más famosas de la obra. Por el otro lado, e intentando no quedarse lejos del gusto cinematográfico actual, las escenas de la niña, la madre y el aviador, están enfocadas más en buscar un estilo cercano o que evoque a Pixar Animation Studios. El resultado es un híbrido con gusto a poco, una rara mezcla que no logra producir lo que el libro produce ni tampoco convertirse en uno de esos sofisticados y entretenidos films de Pixar. No se puede conformar a todos ni cubrir todos los terrenos. A esta nueva versión de El principito no le falta belleza o delicadeza, pero se le nota el esfuerzo por conformar a dos amos.
No quería ser mayor El director de “Kung Fu Panda” supo trasladar la pureza de la historia y de los personajes de Saint-Exupéry. Con El Principito cada lector ha construido una relación y una ligazón única e irrepetible. Sabe qué frase le ha conmovido más, cuál le ha servido de guía si lo leyó de pequeño, o de grande, así que cualquier adaptación del libro de Antoine de Saint-Exupéry podrá, siempre, parecer ajena. Pero no lejana. No, si precisamente lo que se hace es adaptar el libro contando cómo la experiencia de su lectura afectó a quién narra. Y eso es lo que ha hecho Mark Osborne. Por un lado, el director de Kung Fu Panda creó una historia para a su vez contar en paralelo la de El Principito. La realizó con animación en CGI, y resguardó los personajes y la historia que está en el libro para hacerla con la técnica de stop motion. Ningún niño ni adulto puede confundirse. La que abre el filme es la de La Niña, que se muda con su madre -el padre los dejó- justamente al lado de la casa de El Aviador. El barrio es más bien cuadrado, como el comportamiento de los adultos, nos dice el director, pero la destartalada casita de El Aviador está llena de secretos, que La Niña, pasada una primera instancia de retraimiento, empezará a descubrir. Y a disfrutar. Este El Principito es la historia de una amistad entre una niña. a la que su madre obliga a crecer y a superarse, con un hombre que, ya anciano, mantiene el espíritu y la mirada de un niño. Como para comprender que las personalidades no varían de acuerdo a los almanaques, sino a lo que uno mantiene fresco en su mente, en su corazón, en su espíritu. “Crecer no es el problema, olvidar lo es...”, dice el autor, aquí también citado. Como la historia nueva debe tener sus propios códigos -hay drama, comedia, y unos cuántos guiños con el relato original- es fácil dejarse llevar, y perderse (en un buen sentido) entre lo que le pasa a El Principito y a La Niña. Y dejen a los chicos armar su propia relación, elaborar sus paralelos entre los personajes, las metáforas, y apropiarse de la narración. El Principito, la película, tiene mucha emoción, Osborne supo cómo trasladar la pureza de la historia y de los personajes aunque haya tenido que abreviar. Y lo mejor, es posible que los chicos quieran zambullirse ellos mismos en la lectura del libro de Saint-Exupéry, y a los adultos pegarle una nueva ojeada no nos vendrá nada mal.
Publicada en edición impresa.
Un marco narrativo ingenioso para un clásico de la literatura. Con El Principito, Antoine de Saint-Exupery concibió uno de los clásicos más perdurables de la literatura. La odisea poético-filosófica de un aviador que, tras caer su avión en el desierto, conoce a un niño con una peculiar percepción de la vida cautivó a gente de todas las edades y todas las lenguas. La universalidad de sus temas han hecho de este uno de los libros más traducidos de la historia. Si bien en 1974 hubo una adaptación live action, de la mano de Stanley Donen, esta nueva adaptación, dirigida por Mark Osborne, responsable de Kung Fu Panda, promete patear el tablero al ser una adaptación fiel del libro, mientras que al mismo tiempo es desarrollada dentro de un marco narrativo tangible. Lo esencial… Esta adaptación de El Principito cuenta la historia de una niña, que junto a su madre, se mudan a una nueva casa. La madre es una mujer de negocios muy estructurada que ha construido un “plan de vida” donde cada movimiento esta registrado. La grisácea existencia de la niña cambia cuando conoce a su vecino, un excéntrico anciano que construye un avión en su jardín. Dicho vecino empieza a contarle la historia de El Principito que lentamente comienza a hacer mella en la niña. El guion de esta adaptación de El Principito sigue a rajatabla la novela base, pero Mark Osborne le encuentra un giro ingenioso al crear un universo y unos personajes con objetivos tangibles, que aprenden los valores que depara la novela. Pero el giro al que me refiero, es que cuando muchos otros guionistas habrían mantenido los universos separados, Osborne, muy sabiamente y manteniendo el espíritu imaginativo del original, combina ambos mundos en el desenlace de la película proveyendo un desarrollo narrativo digno de una película de Pixar. Por el costado de la animación, el punto destacado de esta película es la combinación de animación por computadora para las secuencias del mundo real y el uso del stop motion para la historia per-se del principito, que sigue fielmente las ilustraciones del autor. Ambas valiéndose de un uso foto-realista de la imagen que cautiva. Conclusión Esta adaptación de El Principito dejará plenamente satisfechos a los eternos seguidores del libro original. No solo por su fidelidad, sino por su pulso narrativo. Si tenés chicos, y todavía no les leíste el libro, esta película es la perfecta excusa para empezar.
Lo esencial, a la vista The Little Prince (El Principito) es una película basada en la conocida obra de Antoine de Saint- Exupéry, el libro francés más leído y traducido de todos los tiempos, que logró imponerse en el imaginario colectivo como uno de esos libros que en algún momento de la vida hay que leer. En esta ocasión, el director de Kun Fu Panda y Bob Esponja, Mark Osborne, le da vida al misterioso personaje oriundo de un extraño planeta, quien a través de su inocencia y simpleza, logra hacernos pensar. A diferencia de la novela, el film tiene como protagonista a una niña que lleva una vida organizada día a día por una madre, que está obsesionada con que ingrese a la prestigiosa Academia Werth y, con ese propósito, le ha diseñado una meticulosa planificación que su hija se limita a seguir al pie de la letra. A pocos días de mudarse a su nueva casa, la niña conoce a su excéntrico vecino, un aviador aventurero quien dice haber conocido alguna vez a El Principito, cuando su nave se estrelló en un planeta lejano, y se topó con él. La historia de la niña –el mundo “real”- es presentada con la técnica de animación 3D, mientras que, todo lo que refiere al universo del principito fue realizado a través de stop motion -técnica que consiste en aparentar el movimiento de objetos estáticos por medio de una serie de imágenes fijas sucesivas- logrando, a través de este recurso, contar una historia dentro de otra. Cuando la película hace foco en la historia personal del principito, encarnado con la voz de Riley Osborne, un joven curioso e inquieto -fácilmente identificable con un chico que promedia los 25 años- que ha sucumbido en la rutina de su trabajo y se ha olvidado de soñar, es la niña quien tratará de despertar al soñador que alguna vez habitó en él, y eso dará lugar a una serie de aventuras que tendrán que superar juntos. Osborne ofrece una propuesta visualmente atractiva, fresca y llevadera, construída con ingenuidad y sencillez, como la versión en la que está basada. El inocente personaje que habla con zorros, boas, y suele hacernos reflexionar con sutil sabiduría a través de sus atinadas preguntas, en esta oportunidad así como en el libro, también medita sobre las relaciones humanas, el amor, la amistad, la transición de la infancia a la adultez, al mismo tiempo que, deja entrever una suerte de critica a algunos vicios de la civilización moderna, como la ambición, la búsqueda de productividad constante y la acumulación capitalista. Otro acierto del film es la banda sonora producida por Hans Zimmer (el responsable de la música de películas como The Dark Knight, Gladiator, Interestellar, y animadas como The Lion King, y Madagascar), entre otras, la cual sabe acompañar oportunamente la narración, creando una atmósfera de emoción y sorpresa, que le da fluidez al relato, al mismo tiempo que entretiene y, cuando lo se lo propone, logra hacernos conmover. En definitiva, El principito supera el desafío de representar a una obra muy anclada en la cultura, otorgándole vida a un personaje entrañable de la literatura infantil -y adulta- de la mano de una renovada y moderna adaptación del clásico infantil francés, sin dejar de serle fiel en lo esencial, pero con impronta propia. Por Daniela Ciccotta
El Principito es uno de los libros más complejos que uno tiene como asignatura “obligatoria” durante la infancia. Un hecho bastante extraño considerando el lenguaje metafórico persistente de esa novela corta que Antoine de Saint-Exupéry escribió. Definitivamente no se trata de un libro infantil, ya que a pesar de sus ilustraciones (hechas por el mismo autor) y las aventuras del protagonista, la historia reflexiona sobre cuestiones bastante profundas; el sentido de la vida, la soledad, la amistad, el amor y la pérdida. Claramente la obra se basa en experiencias del propio Antoine, quien además de dedicarse a escribir fue un aviador que sirvió durante la guerra. Su paso por el desierto del Sahara marcó su destino y a pesar de haber desaparecido físicamente en 1944, dejó un legado que vendió más de 140 millones de copias alrededor del mundo. el_principito_loco_x_el_cine_3 Lo curioso es que la novela comienza con un narrador que se lamenta por el hecho de que los adultos entienden poco y nada de creatividad, para luego toparnos con un un relato de lo más filosófico. Es por eso que al momento de la adaptación, nos encontraremos con demasiadas incongruencias. Lo lógico es que más de uno sienta que lo esencial de la historia fue invisible a los ojos de quien se encargó de llevarlo a una obra de teatro, un ballet, una ópera, una serie animada o una película, como lo es en este caso. Ver El Principito en pantalla gigante y no encontrar discrepancias con la obra original sería muy extraño. De hecho el nuevo film de Mark Osborne apenas toma algunos de los pasajes más memorables, inspirándose en un aviador, un niño, una rosa, un zorro y una serpiente como elementos principales. Visualmente es material poco visto en animación, de una exquisitez que hacía tiempo no disfrutaba. La música quedó a cargo de Hans Zimmer, un elemento que no fallará desde el vamos; simplemente hermosa. Los personajes son adorables, algo que no se le escapa prácticamente a ningún dibujante de nuestros tiempos. Si nos ponemos exigentes, la peli no va a conformar a nadie. Aburrida para niños, poco profunda para adultos. Sin embargo, podemos disfrutarla sin todo ese prejuicio sobre la obra más leída en la historia de Francia. No tuve la suerte de verla en idioma original, donde cuenta con voces muy interesantes que realzan el encanto de todos los personajes. Marion Cotillard, Benicio Del Toro, Jeff Bridges, Vincent Cassel… el_principito_loco_x_el_cine_1 No correspondiendo con la sinopsis que aparece en cualquier portal de internet, el film se basa en El Principito, pero es en realidad la historia de una niña que es agobiada por una madre exigente y un mundo adulto para el que aún no está preparada. Por suerte, su vecino es un anciano perfectamente chiflado que no sabe decir “Hola” sin romper algo, y es él quien la introducirá en ese fantástico mundo de asteroides enumerados, estrellas, baobabs y demás. el_principito_loco_x_el_cine_2 Inmerso de verdad en esta aventura, te arrancará alguna que otra lágrima, más que nada gracias a la labor del compositor alemán y a la insaciable ternura del anciano acumulador que vive en medio de una jungla de cemento plagada de adultos alejadísimos de sus conceptos creativos y espontaneidad. Para los habitantes de esa ciudad ficticia y futurista en la que el pequeño príncipe ya es un mayor de edad con preocupaciones ojerosas, es nada más que un viejo loco. Pero para el imaginario de una niña que aún no ha descubierto la importancia de disfrutar los cinco sentidos a corazón abierto, que no ha caminado por senderos inciertos y que ni siquiera ha observado las estrellas preguntándose algo sobre ellas, ese viejo loco es todo lo que necesitaba aprender de la vida.
Audaz y acertada reinterpretación de “El principito” “El principito” no es una traslación del libro de Saint-Exupéry: transcurre en nuestros días y la protagonista es una niña que toma contacto con el piloto que cayó en el desierto. Más de un niño sentirá una suave emoción ante el final de esta película, y cuando crezca recordará esa emoción como algo dulce y hermoso que alcanzó a conocer en su infancia. Muchísimos más niños, sin embargo, no recordarán un pomo. Se habrán convertido en "personas mayores". Esa es una de las melancólicas lecciones del libro de Saint-Exupéry. Sobre semejante destino se alza la protagonista, en una vuelta de tuerca tan arriesgada como bien desarrollada. Y dijimos bien: la protagonista. Como ya se habrá enterado el lector, "El principito" que ahora vemos no es una traslación literal del principito del libro. La acción transcurre en nuestros días. Hay una niña muy aplicada, respetuosa y disciplinada, una madre muy aplicada, previsora, disciplinada y disciplinante, y -pronto la veremos- una ciudad muy disciplinada, regulada y ordenada. Toda de gris. Salvo la casa de un viejo loco que tiene un viejo y maltrecho avión en su jardín y un montón de recuerdos agridulces en su cabeza. Es el piloto que hace mucho se cayó en el desierto, y así conoció al niño. De a poco la chiquita irá conociendo la historia de ese niño, del asteroide con la rosa, y el campo con el zorro. Pero ésa es solo una parte. El viejo terminará su relato y ella empezará entonces a resolver su propia historia, con sus propias crisis y contradicciones. Y ahí vamos a tener unas cuantas sorpresas. No corresponde contar más. El recurso de una historia dentro de otra funciona bien. También el uso de animación digitalizada para la parte actual y animación "con plastilina" para la parte vieja, como evocando los muñecos de antes pero con estilo contemporáneo. La natural simbiosis de ambas estéticas ha de corresponderse con la natural unión de ambas historias. Por ahí surge un "last minute rescue" a la americana que no pega mucho que digamos con el espíritu del libro, pero está bien armadito y da lugar a un buen desenlace. La música contribuye, en especial con canciones suaves como "Le tour de France en diligence", lo mismo que el trabajo de los animadores, franceses en su mayoría. Por supuesto, habrá quienes reclamen por una supuesta traición a la esencia del relato original, pero ya se sabe que ciertas cosas son invisibles a los ojos. Para eso están el corazón y la inocencia. Guionistas, la inglesa Irena Brignull ("Los Boxtrolls") y el animador Bob Persichetti, que supo trabajar en Disney, Pixar, y también Aardman, la empresa de los muñecos Wallace & Gromitt y la oveja Shaun. Director, Mark Osborne, el de "Kung Fu Panda". Doblaje mexicano (Manuel Valdés, Cecilia Suárez, Melisa Gutiérrez como la niña), poco feliz en algunos casos.
En un lugar donde todo es posible A través de los años, tanto el público juvenil como el adulto hicieron de este relato, escrito en 1943 por Antoine de Saint-Exupéry., una de sus lecturas preferidas, Ahora el director norteamericano Mark Osborne (nominado al Oscar por su film Kung Fu Panda) llevó a la pantalla toda la calidez, la poesía y la ternura que planean a lo largo de este libro, y lo hizo sobre la base de una animación en la que tanto los personajes como su entorno mantienen todo el encanto de esas páginas ya imborrables para sus muchos lectores. La protagonista es una niña que está siendo preparada por su madre para ser adulta en el mundo en el que viven. Cuando deciden mudarse, la pequeña va descubriendo que su vecino, un anciano simpático, cordial y excéntrico, comienza a mostrarle una nueva faceta del universo. En su juventud fue un aviador que recorrió todos los cielos del mundo hasta hallar a un pequeño príncipe que vive en un micromundo de fantasía y de amor. Así el aviador muestra a su nueva amiga un espacio extraordinario donde todo es posible. La niña redescubre su infancia y aprende que son los lazos humanos lo que importan y que sólo con el corazón es que uno puede verse bien. Mark Osborne, con el apoyo de un excelente guión, logra ser absolutamente riguroso en su traslación a la pantalla del libro y logra integrar la historia dentro de un relato que amplía su reducido campo de batalla a partir de bellos y minuciosos artefactos animados. El clásico atemporal se renueva así en esta amorosa versión del siglo XXI y su realizador reinventa con calidez el cuento francés. Así, con emoción, con ciertos rasgos de humor y mucho talento el entramado va tomando vida. Es un film bello en su anécdota y en sus personajes, a lo que se suma una impecable música. El principito es, sin dudas, un sabroso plato para ser digerido por el público juvenil. Y, también, por los adultos.
Con tres ni siquiera llega a armar una El realizador de la primera Kung Fu Panda se aventura en el clásico de Antoine de Saint-Exupéry, pero se distrae con otras dos historias paralelas que no agregan nada al original. Producida en Francia, hablada en inglés en el original y dirigida por el realizador de la primera Kung Fu Panda, esta primera versión animada de El Principito (hay una con actores, de los ’70) es más una paráfrasis que una versión, libre incluso, del clásico de Antoine de Saint-Exupéry. Para acercar la fábula al público contemporáneo, los guionistas Irena Brignull y Bob Persichetti imaginaron una segunda historia protagonizada por una niña, que al comienzo transcurre en un mundo que se parece al actual para trasladarse, en la segunda mitad y viaje mediante, a uno de fantasía, que no se corresponde con el del libro. El problema de esta adaptación no es su distancia con respecto al original (ya se sabe que toda película es un organismo autónomo), sino que el propio guión parece no saber bien qué lugar dar a esa segunda historia, sin terminar de decidirse si se trata de un puente que conduce a la otra o la trama principal de la película.La protagonista es la hija de una madre sobreadaptada, que quiere hacer de ella poco menos que un clon. Con un padre llamativamente ausente, pero aparentemente vinculado con un mundo más abierto a la fantasía (la hija colecciona los juguetes con nieve falsa que él le regala para sus cumpleaños), la mamá (ni ella ni la hija tienen nombre, lo cual revela su condición de arquetipos) es una señora siempre de trajecito gris y muy ocupada con sus asuntos. Posiblemente una mujer de negocios, que tiene todo planificado para que la nena ingrese a un instituto educativo de alta gama, ocupando con ello un lugar en lo más alto de la pirámide del conocimiento. Tras un primer rebote en el hiperexigente examen de ingreso, la prepara como se prepararía a un atleta, con un “plan de vida” pegado en la pared de la habitación, que la chica deberá seguir minuto a minuto, nada menos que en su período de vacaciones.Por suerte para la nena, en la casa de al lado vive un viejo loco, empeñado en hacer arrancar de nuevo su antiguo aeroplano, y aquí es donde la historia conecta con el original. Como en la novela de Saint-Exupéry, el viejo (trasposición del escritor) es el que cuenta la fábula de El Principito, haciendo ingresar a la pequeña vecina al mundo de la imaginación. Las capas “de hojaldre” del relato están mejor resueltas que el postre en sí, ya que se presentan diferenciadas en términos de animación. El mundo “real” está presentado con una animación computada al uso, mientras que el que corresponde a la historia de El Principito se representa mediante una técnica muy “dibujada”. Lo cual es un acierto, teniendo en cuenta la importancia que tienen, en el original, los dibujos del propio Saint-Exupéry.El problema es que cada uno de ambos planos parece una excusa para el otro. La historia 1 (la de la nena) se reduce a la transparente oposición entre eficientismo modernista y mundo de sueños, aventuras o fantasía (representado por el viejo, que es como el último sobreviviente de él). La historia 2 sigue la letra del relato original como resignada a que la conocemos todos, y que no queda más remedio que repetirla una vez más. Tal es su carácter sucedáneo que termina súbitamente antes de la hora de proyección, cuando falta todavía otro tanto. ¿Cómo se rellena lo que falta?, se pregunta uno. Introduciendo una historia 3, que no tiene nada que ver con nada, conduciendo las cosas a la pérdida definitiva de interés.
Sólo se conocen bien las cosas que se domestican Por Federico Bruno (@_federicobruno) principito 2 Los derechos de autor de la novela corta de Antoine de Saint-Exupéry entraron en dominio público luego de cumplirse setenta años de la muerte del escritor y aviador francés. ¿Cuándo sucedió esto?, el 1 de enero de 2015. La apuesta entonces del film de Mark Osborne (dirigió Kung Fu Panda y la primera de Bob Esponja) es arriesgada cuando ya están en imprenta nuevas traducciones y emergen nuevos proyectos e interpretaciones. La historia -aggiornada- se sale de libreto sin perder el respeto por la versión original de El principito, es su nexo pero la protagonista en realidad es La Niña (voz de Mackenzie Foy) que intentará despegarse de la opresión de una madre (voz de Rachel McAdams) que planea hasta el último detalle de su vida y un padre viajante. El quiebre en sus monótonas vidas será cuando se muden al vecindario de El Aviador (voz de Jeff Bridges), autobiográfico de Saint-Exupéry, quien prepara su tercer despegue desde el patio de su casa en búsqueda del icónico niño (voz de Paul Rudd). Osborne es uno de los alumnos notables que egresaron en el Instituto de Artes de California (CalArts), entre otros como es el caso de Tim Burton, John Lasseter y Andrew Stanton. El principito, de alguna manera, puede materializarse en un Elige tu propia aventura, cada nueva lectura abre nuevos caminos, esta película mantiene dicho paradigma e invita a la reflexión al espectador, cualquiera sea su edad, acerca de la cotidianeidad, la sociedad y los valores. El montaje es excelente y el ensamble de la animación por computadora con el stop motion -el director dictó esa materia en CalArts- no tiene fisuras, rememora los trazos naif que dibujaron la serpiente, el cordero y el elefante de los libros que pudieron llegar a nuestras manos a partir de su publicación en 1943. Como si fuese poco, el 3D potencia los recursos visuales y las escenas nos atraviesan como si estuviésemos en la inmensidad del desierto o en el asteroide B 612. “Elemental, Watson”, “Ladran, Sancho, señal que cabalgamos” y “Telepórtame, Scotty” son frases-hito en la cultura popular que carecen de fuentes para comprobar su existencia y mucho menos sus emisores. En este (sin)sentido quedaron encriptados algunos pasajes de El principito, que bien decodificado por los guionistas rescataron citas interesantes y supieron corresponderlas con los personajes adecuados. Quedan advertidos: no es necesario ningún conocimiento previo acerca de este clásico universal antes de verlo en pantalla grande. “Lo esencial es invisible a los ojos”, enseña El zorro al niño, que antes tuvo que domesticarlo porque si no sería como cualquiera de su especie. Ya domesticado se convierte en su amigo y sólo se conocen bien las cosas que se domestican. La crítica principal se dirige al capitalismo desmedido, culpable del asesinato de la niñez, la inocencia y la pérdida de la capacidad del asombro. Una hora y media de estímulos que tienen como único destino el hemisferio derecho del cerebro, para los adultos será un pasaporte a la infancia y para los más chicos una lección de aprendizaje y emancipación. Al final quedarán convertidos todos, los protagonistas y los espectadores. La música a cargo de Hans Zimmer es un buen ingrediente de las secuencias narrativas y la versión de Lilly Allen del clásico de Keane, Somewhere only we know, aporta la carga emotiva para los que son duros de emocionar o reírse, y se les ablanden los músculos de la cara. Las películas dobladas pierden en el camino parte del encanto, aunque mire cómo y por dónde se la mire no deja de ser una de las mejores que han salido este año. En los cines no encontraremos otra alternativa que verla convertida al español. El film original completa el reparto con las voces de James Franco (El zorro); Marion Cotillard (La rosa); Benicio del Toro (La serpiente); Ricky Gervais (El vanidoso); Albert Brooks (Hombre de negocios) y Bud Cort (El rey). Algunos no estarán de acuerdo con que el célebre personaje haya crecido, pero al fin y al cabo es lo que nos toca. El otro lado de El principito: en 1974, había sido filmada por Stanley Donen en clave de fantasía musical. Más allá de la ficción conllevó una carga de realismo desmedida con actores de carne y hueso: Steven Warner y Richard Kiley en los papeles principales, Principito y aviador, respectivamente. La locación fue montada en Túnez.
El mensaje es demasiado visible a los ojos La poesía de El Principito sobrevive en esta versión reduccionista del clásico relato de Saint Exupéry. Lo primero que salta a la vista de esta nueva versión cinematográfica de El Principito es que se trata de una película rara. No parece diseñada con los mismos patrones de ingenio y humor que rigen hoy la industria del cine de animación infantil, que es por lejos la que ofrece los productos más interesantes en las salas masivas. Lo que pergeñaron Mark Osborne (Kung Fu Panda) y sus guionistas no es una adaptación directa, sino una historia dentro de una historia. Así algunas escenas y personajes del famoso relato escrito por Antoine de Saint Exupéry en 1943 aparecen enmarcados por otro relato: el de una nena estudiosa y aplicada que descubre en las figura del principito y del aviador (ahora anciano) el verdadero sentido de la infancia. Si bien desde un punto de vista narrativo, el ensamblaje entre ambas historias está logrado y de hecho se produce un diálogo fluido y dramático entre ellas, el inconveniente mayor es que la historia marco –la de la nena– funciona como una interpretación reduccionista del texto original. El relato de Saint Exupéry es tremendamente ambiguo y poético y parece cambiar de significado con cada lectura. Sin embargo, esta adaptación lo convierte en una especie de alegoría de la falta de imaginación en un mundo burocrático y uniformado, donde los adultos no son más que engranajes de una inmensa máquina laboral donde parecen fusionarse los peores defectos del comunismo y del capitalismo. Sin embargo, la poesía (incluso la cursi, en la que también incurría el escritor francés) sobrevive en varios momentos de esta versión, más en el aspecto visual –en las distintas texturas del dibujo animado, especialmente cuando evoca las ilustraciones del propio Saint Exupéry– que en aquellas escenas en las que se esfuerza por resultar poética y sólo consigue ser sentimental. No tanto El principito como su mitología contribuyó a imponer el concepto de que los niños son creativos, sensibles, ingenuos, desprejuiciados y esencialmente buenos. La película se arraiga en esa idea hasta el extremo de volverla maniquea, ya no un concepto sino un supuesto. Algo que incluso se ve en los marcados contrastes cromáticos que separan una realidad de la otra y que tienden a subrayar de manera demasiado didáctica o explicativa el mensaje de fondo. Por fortuna, aquí otra vez la carga de ambigüedad del texto original, su distancia respecto de cualquier realidad pasada, presente o futura y su melancólica universalidad tienen el poder suficiente como para abrirse paso y resplandecer a través de las imágenes de ese mundo gris y geométrico, concebido por unos guionistas cuya imaginación está a años luz de la del escritor francés.
Que la infancia no nos abandone. No es una versión del inolvidable libro sino una película que gira alrededor de ese consagrado relato de Antoine de Saint-Exupéry, autor y aviador francés. En el centro de la historia está una nena que quiere seguir siendo nena. Porque la mami controladora le ha programado el presente y el futuro. Todo lo tiene pautado, hasta el horario de juegos del año que viene. La mami quiere que crezca, que sea adulta, que madure y triunfe. Por suerte tiene como vecino a un aviador pintoresco (Saint-Exupéry) al que los vecinos lo tratan de loco pero que le enseñará a la nena, gracias a ese texto, la cuota de imaginación y fantasía que su infancia necesitaba. Una propuesta digna y melancólica, algo estirada, con magníficos dibujos (sobre todo los que recrean las láminas del libro) y con ese principito inmortal que seguirá allí, en el alma de ese aviador que se va y de esa nena que empieza. La historia propone siempre dos escenarios: el mundo cuadrado de la ciudad frente al mundo redondo de la imaginación. Mami y vecino, poesía y aventuras, nena y abuelo, ficción y realidad. Hay por supuesto frases, las más conocidas del libro, pero lo que el film subraya es que no hay que apurar a la infancia y que la imaginación, la fantasía y los sueños deben estar antes que todo. Y nunca hay que abandonarlos. “No quiero ser mayor”, grita la nena cuando descubre ese nuevo mundo. “El problema no es crecer, sino olvidar”, le enseña el principito.
La vigencia de un mensaje La pregunta interior surge de inmediato: ¿Cómo voy a llorar si es sólo un dibujito animado? Pero es inevitable emocionarse con esta ingeniosa versión de "El principito". La película es ideal para quien leyó alguna vez el libro de Antoine de Saint-Exupéry y una invitación a leerlo urgente para quien aún no lo descubrió. Lo atractivo de esta propuesta es que mantiene viva la historia original, por momentos casi textual del libro, y hace un link con la actualidad a través de un mensaje destinado a jerarquizar el universo lúdico y creativo del niño en oposición a ciertas estructuras esquemáticas del mundo adulto. Todo despunta desde el vínculo de La Niña con su madre, que pretende que su hija ingrese a una academia educativa de primer nivel. Ella no aprueba el examen y la madre pergeña un plan de seis meses, en el que la pequeña tiene horarios para estudiar, comer y hasta para ir al baño, menos para jugar. La Niña pasa la mayor parte del día sola, dado que su madre trabaja, y accidentalmente conoce a su vecino. Se trata de un aviador anciano, cuya obsesión es hacer volar a su avión destartalado. De a poco, el abuelo la sumergirá en otra frecuencia a través de las páginas de "El principito", y a partir de esa historia nacerá un vínculo tierno, el que nunca le dio su madre. Después, el cuento abre sus páginas y se libera la imaginación. Quizá no sea tan efectiva para los más pequeños, pero es imperdible.
El libro de Antoine de Saint-Éxupery ha sido varias veces llevado al cine, tanto con acción en vivo como en animación, aunque a pesar de la celebridad del material de base, pocas veces ha tenido éxito. Aquí hay un juego muy interesante entre un mundo donde una niña escucha la historia (que se va desarrollando poco a poco y se presenta con la técnica digital en 3D) y el cuento propiamente dicho, que se nos aparece con la tradicional -y bella- técnica de stop-motion. El problema de las adaptaciones de esta historia es que el cuento es una serie de viñetas, y no un verdadero relato. Lo que hace el realizador Mark Osborne es comprender esa verdad simple del libro y encontrar un equivalente cinematográfico. El juego es bello y convincente en general, y tiene un defecto que no es más que una rémora del libro: ser demasiado sentencioso. El Principito siempre fue una serie de apólogos morales hilvanados en forma poética para niños, con mucho peso en la moraleja. Y eso no desaparece en el film; pero a pesar del didactismo, conquista la mirada, lo que no es poco.
LA EXPRESIÓN DE UNO MISMO Programación para las 12 del mediodía: contar las monedas del tarro. En realidad, esta tarea no se incluía en el cronograma cuidadosamente estipulado por su Madre o como ésta lo designaba “su plan de vida” hacia la adultez. Pero la Niña estaba segura de que una simple distracción en los quehaceres diarios no podía cambiar su meta: ingresar a la Academia Werth tras haber malgastado su oportunidad anterior. Toma el tarro, desparrama su contenido sobre la mesa y en el momento en que junta un pequeño puñado de monedas, algo le pincha el dedo. Revuelve entre los círculos metálicos y halla al culpable: una diminuta espada. Un tanto sorprendida, la Niña hurga entre las capas de monedas y se topa con más tesoros: una pelota fluorescente, una flor, un avión rojo y el muñeco de un principito. Ella le devuelve su espada y mira aquellos tesoros todavía absorta, aunque no lo suficiente para desatender las restantes actividades. Los objetos se resignifican esa misma noche, cuando entra por la ventana de la habitación un avión de papel. Una vez desarmado, la hoja deja ver un dibujo del mismo principito y el inicio de su historia. Si bien al comienzo la Niña intenta alejarse del Aviador, el vecino extravagante que intenta acercarla al cuento y convertirse en su amigo, algo en su forma de presentarse frente al mundo y de la peculiar casa/ torre repleta de inventos le atrae. Para abarcar la nueva obra de Mark Osborne, quizás sea más prudente efectuar un acercamiento hacia El Principito como metatextualidad en lugar de pensarla como una adaptación del libro de Antoine de Saint- Exupéry puesto que el director construye una relectura de la obra original que está más ligada a una impresión crítica (en el sentido del análisis), a una elaboración y detenimiento de ciertos fragmentos significativos para afianzar su mirada o a un juego de realidades, texturas y colectivos imaginarios que funcionan como apoyatura y confluencia de la otra historia. De esta manera, el personaje de La Niña actúa como el nexo entre ambos mundos a través de su desdoblamiento: por un lado, se la posiciona como el reflejo de la enajenación de los adultos y, por otro, como el emblema de recuperación de la infancia. En las primeras imágenes sólo se distingue a La Niña de la Madre por el tamaño del cuerpo ya que las dos realizan ciertas actividades, como lavarse los dientes o levantarse de la cama, de la misma manera. Ambas componen una duplicación automatizada y en detalle del mundo adulto regido por una serie de estructuras que impiden una comprensión o conocimiento de lo más cotidiano, las fantasías, lo imaginario, lo lúdico, lo ingenuo; ya no hay tiempo para detenerse en mirar a una flor o reírse de uno mismo. El mundo, por el contrario, se limita a compartimientos estancos y reglados que se saturan en el cumplimiento de las obligaciones, en los grises y solitarios zoom in que muestran las oficinas, los barrios o las mismas calles. Pero La Niña produce un quiebre gracias a la compañía del Aviador y a la historia de El Principito: descubre la riqueza del mundo, de lo simple y de sí misma hasta el punto de volverse vulnerable a los sentimientos y a las personas. La revelación de la obra transforma la duplicación anterior del mundo adulto en su propio desdoblamiento en tanto niño/ adulto, como lo fue en el pasado el mismo aviador perdido en el desierto del Sahara tras la aparición de El Principito. Osborne realiza un gran trabajo visual en la película para la articulación de ambas historias. Utiliza animación digital para retratar ese mundo adulto e incomprensible de La Niña y su Madre y lo intercala con un tratamiento delicado a través del stop motion para representar el imaginario del cuento, donde los ambientes y personajes parecieran adquirir la textura del papel crepe o de la seda, con sus pliegues y transparencia que le devuelven la sensación de ensueño o de un plano más onírico. En consecuencia, en la combinatoria de puestas en escena, técnicas y simbologías, los personajes también se recontextualizan en la mirada del director, sobre todo en la última parte del filme, donde la duplicación se torna fundamental y la apropiación de rasgos distintivos permite jugar con los saberes ya dados hacia otros diferentes. “Ya no sé si quiero ser mayor”, le confiesa La Niña al Aviador y éste le responde sabiamente: “El problema no es crecer, sino olvidar”. El mundo onírico y la realidad gris se engullen entre sí, en principio, por la búsqueda de un dominio pero luego como resultado de una simbiosis y reciprocidad porque, a final de cuentas, la lucha reside en el propio ser y la victoria sólo depende de cómo se mire desde el interior. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
El héroe de la eterna infancia Cuando parecía que Intensa-Mente ganaba el premio a mejor animación del año, llega el contrincante menos esperado: una adaptación del clásico de Antoine de Saint-Exupéry, el favorito de los grandes que se siguen sintiendo chicos. Tras la experiencia de una regular adaptación en los años setenta, el anuncio de esta revisión generó pánico entre los amantes de El Principito. Por suerte, el director Mark Osborne (famoso por la lograda Kung Fu Panda y confeso fan de la novela) realizó una versión inteligente y respetuosa, que preserva los dibujos de Saint-Exupéry, animados mediante la técnica stop-motion, e insertos en un marco adicional, externo al texto original, donde predomina la animación digital. Este Principito modelo siglo XXI se mueve en dos reinos claramente definidos. En el inicio, con animación en 3D, la protagonista de la historia es una chica, cuya madre (doblada en el original por Rachel McAdams) prepara para los demandantes requisitos de un colegio secundario. Avizorando un futuro educacional competitivo, espejo de la sociedad que la aguarda, la chica escucha con placer los relatos de un nuevo amigo, un aviador que accidentalmente aterriza en el fondo de su casa (doblado en el original por Jeff Bridges). Este aviador, claro, es el mismo que alguna vez, siendo joven, conoció al Principito, y acerca de él son sus historias. Todas las situaciones que describe el libro –los encuentros del etéreo extraterrestre con la rosa, el zorro y demás personajes– se reviven con un maravilloso stop-motion, y la historia tiene un ida y vuelta entre ambos mundos, con una delicadeza que remite a Coraline y Neil Gaiman. Así como el libro preservó un ideal infantil en páginas, este film transmite el mismo mensaje de un modo moderno y sorprendente.
Siempre hay una rosa al final del camino El aviador morirá pronto. A veces se desmaya, y como le cuesta levantarse lleva siempre un sandwich en el bolsillo. La niña no quiere saber nada con eso. Se rebela, sufre y termina enojada apenas comprueba que en la vida hay ciclos inexorables; ciclos de los que ella forma parte y que no ofrecen escapatoria. Es un viaje, como el del Principito. La nena está condenada a cambiar de piel sin baobabs, zorros, serpientes ni asteroides. Su mundo es de una complejidad diferente pero, a fin de cuentas, sólo se trata de crecer. Y asusta, claro que asusta. La belleza de esta versión absolutamente libre de “El Principito” es abrumadora. Tan humana, tierna y emocionante como el clásico de Saint-Exupéry, la película se permite metaforizar sobre el tiempo y sus consecuencias, sobre la aventura del descubrimiento y sobre la resignificación de la vejez. Todo en su justa medida. Mark Osborne, que había dirigido la primera “Kung Fu Panda”, se animó a anclar los dibujos y los textos de Saint-Exupéry en una historia moderna. Una vuelta de tuerca narrativa que, de todos modos, se mantiene fiel al cuento. La soledad del Principito es la de la pequeña y las vías de escape resultan, en el fondo, coincidentes. Son méritos del notable guión que elaboraron Irena Brignull (quien había escrito “Los Boxtrolls”) y Bob Persichetti. La concepción visual de la película es magnífica. Osborne combinó la animación digital con el stop-motion, técnica que emplea para subrayar los segmentos protagonizados por el Principito. La elección de los colores y sus tonalidades responden a múltiples escenarios: adultos grises, un barrio que es una cuadrícula gigantesca y aburrida, el desierto, mil estrellas que se liberan, una rosa. Hay un bonus track fantástico: la música de Hans Zimmer, nutrida por melodías francesas chiquitas y deliciosas. Otra de las tantas razones que invitan a chicos y grandes a disfrutar una película hecha a medida.
Antoine de Saint-Exsupéry, el noble francés que tras su fracaso de estudio en la escuela naval, cursó arte y arquitectura, se hizo piloto cuando cumplía con el servicio militar y que murió en 1944 en el Mediterráneo, justo un año después de haber publicado “El principito”, recorre una vez más lo cielos del mundo en una versión fílmica que combina diferentes tipos de animación, especialmente la stop-motion, rescatando los dibujos originales de su autor. Durante años había circulado por los cielos argentinos y se casó con la argentina Consuelo Suncin. En el hotel Ostende (Pcia de Buenos Aires) aún se conserva su habitación intacta. La calle donde nació Antoine de Saint-Exupéry, en Lyon, en 1900, lleva su nombre. También se ha bautizado con el nombre de éste escritor el asteroide #2578 del cinturón situado entre Marte y Júpiter. Su mayor legado fue el libro que recuerda a los adultos no perder el espacio de la infancia, “El principito”, un clásico de la literatura del siglo XX, que invita a reflexionar sobre la naturaleza humana y que por casi setenta años en el mundo se repiten sus frases emblemáticas; “lo esencial es invisible a los ojos” o “sólo se ve bien con el corazón”. Lo interesante en "El principito" es que el texto está construido sobre metáforas, paradojas e inusitadas paradojas metafóricas, cuyo objetivo principal no es instruir, sino comunicar un sentimiento. Todo ello hace que su lectura sea interpretada y potencialmente interpretable de múltiples formas, lo que permite un acceso ilimitado y de infinita riqueza para los miles de lectores en el mundo. Antoine de Saint-Exsupéryno murió en el imaginario popular, siempre resucita en cada propuesta artística que surge año tras año, ya sea en obras de teatro, musicales, o en el cine. En éste último género se han realizado varias cintas animadas y con actores como la fallida propuesta de 1974 de Stanley Donen (“Cantando bajo la lluvia·, 1952), a pesar de la brillante rutina coreográfica de Bob Fosse. En realidad en esta oportunidad, con una nueva versión y reinterpretación de su historia, el aviador, se trasladó a vivir a una triste y gris ciudad. Levantó la única casa de madera, resaltada por los colores brillantes de su pintura, poseedora de un jardín cubierto de flores, y especialmente de una torre inexpugnable en cuya cima instaló un telescopio que le permite mirar, más allá del horizonte de un mar de bloques unifamiliares grises sin ningún espacio verde, hacia un infinito de estrellas, planetas y asteroides. En ese espacio de gran libertad vive convertido en un excéntrico viejo un aviador, (alter ego de Saint-Exupéry) al cual la gente le rehúye. Pero por esos avatares del destino, ocupan la casa vecina una familia compuesta de dos mujeres. La madre tenía la obsesión de que su hija entrara al mejor colegio de la ciudad. El mundo absolutamente cuadrado, calculado y programado de la niña se desarticulará cuando conoce a su vecino (en la versión original con la voz de Jeff Bridges), que se le acercará mediante un avioncito de papel con el dibujo de un pequeño niño, a contar la historia de un amigo que conoció hace mucho tiempo y que vivía en un pequeño planeta, el asteroide B 612. Mark Osborne responsable de “Kung Fu Panda” (2008) y “Bob Esponja” (2004), junto con los guionistas Irena Brignull (“Los Boxtrolls” (2004)) y Bob Persichetti decidieron rendir su pequeño homenaje al Jacques Tati de “Día de fiesta” (“Jour de Fête”, 1949), al utilizar un personaje en off (el aviador) como narrador, los efectos de sonido (un elemento clave del filme), que al igual que Tati los usa imaginativamente, como las voces y otros sonidos de fondo para proporcionar un efecto humorístico. En vez de números musicales tradicionales los compositores Hans Zimmer y Richard Harvey construyeron un guión musical basado en pequeños sonidos, alternancias de graves y agudos, entrelazados con baladas originales de los ‘40 interpretadas por la cantante francesa Camille y por el maravilloso Charles Trenet. Otro ítem que fue impronta en Tati y su tema clave, era el exceso de confianza de la sociedad occidental en la tecnología para resolver sus problemas. Por lo tanto Osborne instaló al aviador en una casa destartalada y con herramientas que le permitieran realizar cualquier trabajo con sus propias manos, como construir su avión en el jardín. Redescubrir un libro que sin ser un tratado filosófico posee una visión cristiana y vitalista de un mundo en el que se dejan traslucir los problemas de las relaciones humanas, las diferencias de clases, el activismo, y en el qué, sin que llegue a existir un planteamiento político, se ejerce la crítica social mediante el artificio de los “mayores”, no fue tarea fácil para el director Mark Osborne. No obstante sin perder la esencia del original, intercalado en la historia principal, cuya trama señala una vez más la dominación del mundo adulto sobre las necesidades de los niños. En ella se cuenta la vida de una pequeña, que tendrá más o menos la misma edad que el principito, sometida a una fría, rígida y deshumanizada planificación de su infancia, en la que la madre argumenta que es por su propio bien. “El principito” de Osborne, no es en realidad una adaptación del original sino más bien utiliza algunos episodios de éste para reacomodarlos en función del filme, que a su vez intenta demostrar que siempre los niños, en cualquier época, fueron rehenes de los intereses de los adultos. Tal vez lo interesante de la propuesta de Osborne es rescatar no sólo al aviador, sino la figura del abuelo. La niña vive sin ninguna referencia al mundo masculino, como tantos chicos de hoy día son producto de familias disfuncionales De su padre sólo recibe una vez al año pisapapeles de edificios bajo la nieve, eso hace suponer que vive en New York y ella en las antípodas. La única relación tierna que recibe la niña es a través del viejo aviador con el cual se enoja y reconcilia con todos los niños con sus abuelos. El abuelo le hará conocer el mundo de la fantasía, que seguramente la acompañará hasta el final de sus días. Los dibujos naïve del stop-motion (copia original de los de Saint-Exupéry), con sus colores y trazos no tan infantiles, le dan un toque interesante, sugestivo y personal a la propuesta. Podría decirse como sostiene Gastón Bachelard (“Poética del espacio”) que “El principito” de Mark Osborne es el claro ejemplo de un soñador que deja entrever el espíritu de “la inmensidad íntima”, una categoría del ensueño, que naturalmente está en nosotros. “está adherida a una especie de expansión del ser que la vida reprime, que la prudencia detiene, pero que continúa en soledad”, sino perdemos la capacidad de soñar y de vez en cuando ingresar al mundo de la fantasía.
En una versión llena de sutilezas Mark Osborne invita a adoptar una mirada de niño y convertirse en testigo de una historia preciosa. Cuenta la historia, que cuando el escritor y piloto militar francés Antoine de Saint-Exupéry escribió El Principito atravesaba una crisis existencial profunda y que nunca llegó a ver publicados esos escritos que terminaron por influir a generaciones de lectores y, a cada quien, algún regalo le deparó. Saint-Exupéry tiene una historia en común con Bahía Blanca y la Patagonia argentina. Hay quienes, incluso, indican que "El Zorro" es un personaje inspirado en la fauna de nuestro país. Quizás por esto, el estreno de El Principito trae para la platea local un plus de apego. La versión animada de Mark Osborne contribuye a la sensación de cercanía presentando a un viejo piloto que la protagoniza --un homenaje al posible Saint-Exupéry anciano--, narrador del encuentro con el niño del Asteroide B 612 en el desierto del Sahara, y de las aventuras y enseñanzas que esa maravillosa criatura le contó. Para la adaptación, se incorporó al entramado a una chiquita que llega al vecindario con una madre que le tiene la vida programada hora por hora, por día, por año y por el resto de su vida, para convertirla en un "maravilloso adulto". Alter ego del espectador, es elegida por el anciano como la primera lectora de sus manuscritos y "espía" de lo esencial en un mundo "demasiado adulto". Como el libro que la inspira, El Principito es una película llena de sutilezas y belleza. Como a La Rosa, vale dedicarle un tiempo.
El Principito es una dulce y espiritual película que llega al alma, pero que deja con muchas ganas de ver mucho más del maravilloso cuento original. Esta versión del cuento original es ocurrente y bella y está muy bien enlazada con la historia de Saint Exupery ya que es siempre fiel a la misma, respetándola al máximo y resaltándola con...
Crecer no es el problema, el problema es olvidar "El Principito" es una nueva película animada para la familia que excedió mis expectativas. Si bien el libro de Antoine de Saint-Exupéry ya es un clásico y toca temas verdaderamente lindos y profundos, el trabajo de Mark Osborne ("Kung Fu Panda") es muy bueno y logra combinar de manera muy natural la historia original con los agregados que hace para que la película sea atractiva para toda la familia. Lamentablemente esta animación no recibió mucha promoción y en varios países no llegó a estrenarse en los cines por miedo a obtener bajos resultados de recaudación. Verdaderamente me parece una lástima, porque muchos espectadores se perderán la oportunidad de disfrutarla, pero bueno, son las reglas del negocio. Para los que no conocen el libro, el mismo habla de las experiencias de vida del mismo Saint-Exupéry pero con una mirada fantástica y por momentos abstracta. En sus reflexiones criticaba la forma de pensar y desenvolverse de los adultos, y también profundizaba sobre el sentido de la amistad, la soledad y el amor, entre otros. Es un libro de los que se consideran casi de lectura obligatoria en los colegios para que los adolescentes se involucren más con la literatura y aprendan a reflexionar sobre temas universales a partir de analogías y metáforas. Para que se concienticen acerca de los conceptos importantes de la vida. El director Osborne logra, junto a los escritores Irena Brignull y Bob Persichetti, combinar exitosamente el clásico relato con la historia de una niña muy aplicada cuya madre la hace vivir prácticamente la vida de un adulto estructurado, enfocado en la consecución de logros académicos, profesionales y materiales. En una mudanza inesperada, se instalan en la casa de al lado de un viejo excéntrico poco querido en la cuadra que guarda un par de secretos y que les cambia la vida para siempre. El paralelismo entre la historia original de Saint-Exupéry y la de la pequeña niña encaja muy bien y le da una bajada a tierra más moderna y amigable para el espectador que fue al cine a pasar un buen momento y relajarse. Revive el concepto de la importancia de no olvidarse lo que es tener la frescura y creatividad de un niño, de no dejarse enmarañar por las estructuras (muchas veces sin sentido) de la adultez. Las voces de los personajes están integradas por un gran elenco de estrellas que incluye nombres como Jeff Bridges, Rachel McAdams, Paul Rudd, Marion Cotillard, James Franco y Benicio del Toro entre otros. Una propuesta diferente, adorable y reflexiva que se recomienda tanto a chicos como grandes.