Otro muerto de la industria bélica
La carrera de Richard Linklater ha demostrado ser de lo más heterogénea, abarcando un poco de todo sin demasiada coherencia ni conceptual ni estilística ni de ningún tipo: el director se movió con soltura en el indie noventoso, los relatos bien románticos, el cine de animación experimental, las propuestas de época, las comedias irónicas, los dramas de índole existencialista, el cine de denuncia y ahora también en los productos bélicos o algo así. De hecho, su última excursión en el séptimo arte es la apenas correcta El Reencuentro (Last Flag Flying, 2017), otro ejemplo de su eficacia más allá del género de turno aunque asimismo la prueba cabal de que la ausencia de una identidad propia a veces le juega en contra porque todo el asunto termina trasladándose al opus en cuestión, el que suele caer en el campo de la indecisión más bizarra y en una serie de vueltas en espiral hacia ningún lado.
Para colmo la película sufre debido a las inevitables comparaciones con el pasado: el film está inspirado en una novela del 2005 de Darryl Ponicsan que funcionó como una secuela directa de su recordado trabajo de 1970, The Last Detail, la cual a su vez derivó en El Último Deber (The Last Detail, 1973), una de las obras fundamentales del período de oro del gran Hal Ashby. Ahora es el propio Ponicsan quien escribió el guión con Linklater y lo cierto es que la faena cumple con las mínimas expectativas acumuladas y no mucho más, en especial porque la estructura duplica demasiado al pie de la letra a su homóloga del convite original, porque los 125 minutos de metraje resultan excesivos y en esencia porque los involucrados hoy por hoy podrán ser profesionales extraordinarios y blah blah blah, sin embargo lamentablemente están muy pero muy lejos de los apellidos de la década del 70.
En esta oportunidad se cambiaron todos los nombres de los personajes centrales -vaya uno a saber por qué- y en vez de dos miembros de la Marina (interpretados por Jack Nicholson y Otis Young) escoltando a un pobre diablo (Randy Quaid) a la prisión para cumplir unos injustos 8 años de sentencia por haber robado 40 dólares a la mujer de un superior, ahora tenemos a dos veteranos de la Guerra de Vietnam (Bryan Cranston y Laurence Fishburne en el lugar de Nicholson y Young) que en 2003 aceptan la solicitud de un ex colega militar (Steve Carell en el rol de Quaid) para que lo acompañen a reclamar el cuerpo de su hijo y enterrarlo, quien murió hace muy poco en la invasión estadounidense a Irak. Carell viene de soportar la muerte reciente de su esposa, Fishburne se convirtió en pastor y Cranston posee un bar y es el más pendenciero de los tres, lo que desde ya provoca una catarata de “roces”.
Quizás el mayor problema de El Reencuentro es que nunca se decide qué quiere ser y encima no incorpora nada novedoso a las fórmulas hiper conocidas de las road movies, los relatos bélicos y las comedias dramáticas en general. Aquí nos topamos con todos los lugares comunes imaginables, aunque enmarcados en una pulcritud formal que le sienta bien a la realización: imprevistos en el viaje, separaciones, avatares un tanto ridículos, cambios de planes, confluencias en algún tramo del periplo, personajes secundarios que condimentan la acción, etc. La cuestión es que la historia avanza a paso de tortuga y sus giros narrativos se ven venir a la distancia, lo que por otro lado permite el desarrollo de personajes y el lucimiento de los tres actores principales, los cuales están muy bien en sus respectivos roles a pesar de que el guión abre subtramas que después no retoma del todo.
Aclarado el punto anterior, debemos reafirmar aquello de que Linklater no es Ashby y Cranston no es el tremendo Nicholson ni nunca llegará a ese nivel de “bestia sagrada” del cine, además la película se sumerge de lleno en varias recurrencias del rubro que la dejan mal parada ya que a las analogías con El Último Deber también se suman detalles de la superior y formalmente similar El Mensajero (The Messenger, 2009). Otro problema candente de la propuesta, luego de 50 años de guerras imperialistas por parte de Estados Unidos, es que la ideología timorata/ dubitativa a esta altura es en verdad inexcusable. Es decir, en la historia se ataca a las mentiras del gobierno pero se sigue apoyando a las tropas que marchan al extranjero por más que se reconozca que los conflictos son inventos logísticos para desviar el foco de la opinión pública de los atolladeros de la política interna y para mantener en funcionamiento la millonaria industria bélica del país del norte. En síntesis, el opus de Linklater incluye buenas actuaciones y algunos chispazos humanistas muy graciosos que terminan salvándolo del tedio al que estaba destinado desde el vamos…