La última película de Martin Provost está protagonizada por dos Catherines: Frot y Deneuve. Ellas dos son el alma de El reencuentro, con dos papeles opuestos que terminan complementándose.
Claire (Frot) es partera, su vocación es ayudar a mujeres, jóvenes especialmente, a tener hijos. Ella también tiene un hijo, aunque ya está grande y de a poco la vida que él va armando se va alejando de la dependencia de ella.
Beatrice (Deneuve) siempre fue una mujer de buen vivir. Amante de la buena comida, la bebida, el cigarrillo, los hombres. Su vida estuvo marcada por una necesidad constante de libertad, pero hoy descubre que tiene un tumor en el cerebro y eso la lleva a buscar reconectarse con un pasado que quiso dejar atrás.
Un día Beatrice llama a Claire, la hija del hombre del que ella estuvo enamorada pero a quien dejó por no poder brindarle él la vida de placeres y libertad que ella ansiaba. Hoy se encuentra con esta mujer y el pasado le da una cachetada cuando descubre que su partida generó mucho más daño que el que podría haber imaginado.
Más allá de que Claire no quiere saber nada con ella en un principio, de a poco comienzan a descubrirse y conocerse y, así, cada una va llenando en la vida de la otra un vacío con el que se habían acostumbrado a convivir. La mujer habituada a la rutina y una vida ordenada versus aquella que necesita de los excesos para sentirse viva.
Si bien la historia de El reencuentro fue contada muchas veces, la película de Provost lo hace desde una sensibilidad y con cuotas de humor que alivianan temas duros y dolorosos como la muerte y las consecuencias que devienen de las decisiones tomadas en el pasado.