La nueva película del director mexicano Alejandro González Iñárritu permite un gran lucimiento de Leonardo Di Caprio y abunda en escenas de una inmensidad asombrosa pero peca la falta de emociones.
A tan sólo un año de haberse quedado con los Oscar en las categorías Mejor Director y Mejor Película, el director mexicano Alejandro González Iñárritu se despacha con The Revenant: El Renacido, otro filme que se alzó con varias candidaturas y le dio a Leonardo Di Caprio una nueva oportunidad de quedarse con la preciada estatuilla.
En este punto, habría que definir este hecho en dos partes bien diferenciadas: por un lado la interpretación de Di Caprio es sublime. Es a su personaje, Hugh Glass, al que le tocan pasar todas las penurias que un guionista se puede imaginar: el ataque de un oso, el abandono, la huida de un grupo de indios que cortan cabelleras y el deseo de venganza y de todas ellas el intérprete sale bien parado a fuerza haberse metido hasta la médula en su personaje. Una y otra vez, Di Caprio demostró que su pasión por el film no tenía medida: comió carne cruda de bisonte, se desnudó en temperaturas bajo cero, se zambulló en un río helado e incluso se dejó una tupida y enredada barba a la que todos los días "maquillaban" con barro y glicerina para que parezca mugrosa. Un actor descomunal que ojalá que en esta ocasión no sufra la indiferencia.
Tom Hardy, el otro nominado por Mejor Actor de Reparto también hizo lo suyo. Si bien se cruza pocas veces con Di Caprio en el filme, el actor de Crímenes Ocultos y Mad Max (filme que también tuvo varias nominaciones ) logra momentos de gran tensión a base de profesionalismo y entrega. También él debió soportar los avatares de la filmación en la nieve e incluso llevar puesto un maquillaje que simula un corte de cabellera que le hicieron los indios algún tiempo atrás.
Por su parte, el filme muestra al Iñárritu más puro, ese que muestra paisajes increíbles con detalles surrealistas y combina tomas lentas (de esas que logran que el filme dure más de 2 horas y media) para "relajarse" con otras de una acción descontrolada en la que la cámara gira de aquí para allá registrando la acción en primera persona y en la que la fotografía de Emmanuel Lubezki aporta más de lo imaginable.
El ataque del oso que sufre Di Caprio es desgarrador (literalmente) y el espectador puede sentir en carne propia la situación gracias a la cámara que registra una escena que dura minutos en una sola toma y al talento e Di Caprio, mientras que una persecución que tiene lugar ya en la segunda mitad del filme está hecha con tanta maestría y una planificación tan minuciosa que no se puede decir en qué momento se hizo el corte de edición para agregar los efectos especiales de una caída a través de un barranco.
Con todos estos halagos, el espectador puede ir tranquilo a ver un filme de impecable manufactura que, sin embargo, no provoca más que sensaciones de encontradas entre tanta violencia descarnada y la sensación que todo está mal en ese mundo, algo que el director busca que suceda pero que puede generar incluso odio por la película en sí misma.
Fiel a su estilo nihilista, Inárritu se despacha con una obra darwiniana en la que gana el más fuerte, el que vence a la naturaleza y a sus pares pero al costo de perder su humanidad. Di Caprio le aporta la empatía del espectador con la obra cada vez que recuerda a su hijo o sufre las inclemencias del clima y de sus heridas mientras que los demás personajes sólo transmiten frialdad, y no porque viajen kilómetros y kilómetros a través de la nieve.
Sin embargo, The Revenant, al parecer de este ojo crítico, es superior a Birdman, y es probable que también obtenga otros premios de la Academia a pesar de la dura competencia que tendrá por parte de los otros contendientes, que este año son muchos y buenos.
The Revenant es, entonces, una de esas películas que todos quieren ver la primera vez pero no saben si volverán alguna vez en su vida para no sufrir más, pero vale la pena experimentarla y degustarla para después contarle a los demás.