Miseria constante
Alejandro González Iñárritu basó –muy libremente- El renacido en la novela The Revenant: A Novel of Revenge, de Michael Punke, generando así, su primer film de época.
En El Renacido, Iñárritu nos presenta a Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), explorador que hacía el año 1820 guió varias expediciones a lo largo de Estados Unidos con el objetivo de cazar animales y posteriormente, comercializar sus pieles. El personaje de Glass es presentado como alguien callado, reservado y misterioso, alrededor del cual se tejen diferentes mitos, entre ellos, que asesinó a un soldado. Lo acompañan más exploradores y cazadores, entre ellos John Fitzgerald (Tom Hardy), quien desde un primer momento y mediante decenas de diálogos –sabemos que la sutileza no es una virtud que Iñárritu tenga- es presentado como su gran adversario.
Más allá de las amenazas y constantes ataques de indios nativos (Pawnee y Arikara, entre otros), el clima del grupo explorador vira cuando Glass es atacado ferozmente por un oso, quedando prácticamente muerto y abandonado por su grupo de cazadores. Desde este momento, el explorador atraviesa innumerables sufrimientos, dolores, y miserias con un único objetivo: la venganza.
Sin embargo, la película no es mucho más que eso: sufrimiento, sangre, y el constante renacer de Glass, con dos escenas puntuales que, de nuevo, al querer mostrarse desde un comienzo como simbólicas y representativas de ese renacer, terminan siendo burdamente alegóricas, porque tal como su pedantería lo requiere, Iñárritu siempre tiene que ser quien nos explicite todo y esclarezca cualquier posible intento de interpretación personal. Esto se repite hacia la segunda hora del film, que nos presenta diversos flashbacks en torno al concepto de resiliencia, aparejándolo con la metáfora del tronco del árbol y su fortaleza, pero donde nuevamente, todo es abordado en la más literal de las formas.
En El renacido, Iñárritu trata de imitar/homenajear a varios realizadores: hay claras similitudes con The New World (2005) de Terrence Malick, o referencias varias al cine de Werner Herzog, pero no es consciente de sus limitaciones tanto visuales, como narrativas. Lo visual busca ser magnánimo –y lo logra- gracias a la increíble labor de Emmanuel Lubezki, pero en lo narrativo notamos desde el comienzo las fallas de un guión rudimentario, que no sabe muy bien que desea expresar, pero si sabe que necesita del exceso: exceso de simbolismos, de corrección política, y de escenas que exhiban una y otra vez lo villanesco de Hardy y lo persistente de Glass, quien en un momento de lo más descolocado, encuentra en un indio una figura de padre protector un poco –demasiado-forzada.
Más allá de eso, es innegable el magnífico trabajo y esfuerzo, tanto actoral como físico de Leonardo Di Caprio –recordemos que el largometraje se filmó en escenarios naturales y que su proceso tuvo varios inconvenientes, accidentes, renuncias de equipo técnico, etc, etc – y del resto del elenco, excepto tal vez Tom Hardy, que brinda una performance ultra sobreactuada.
En síntesis, con El renacido Iñárritu logra una vez más dividir aguas: están quienes lo amen, y quienes lo odien, pero resulta difícil permanecer indiferente ante este film, que si se hubiera enfocado más en lo contemplativo de la narración, y menos en lo narcisista de su realizador, sería muchísimo más interesante.