HÉROE DEL ABURRIMIENTO
La premisa de El rescate pareciera responder a otro tiempo. Hay un capitán del Ejército estadounidense, héroe de guerra, que regresa a casa y no puede dormir por sus traumas. Su mujer, arqueóloga, descubre una ciudad enterrada en Marruecos, un hallazgo que podría cambiar todo lo que sabemos sobre el origen de la humanidad, y viaja hasta allí. En el medio del desierto es secuestrada por terroristas, lo que obliga al capitán a desplazarse hasta el lugar y, armado hasta los dientes, intentar rescatarla. Dicho así, la trama podría pertenecer a alguna película de Arnold Schwarzenegger o de algún otro héroe de acción, una película ubicada en la última época gloriosa que tuvo el género, allá por los 80’s y 90’s. Pero claro, estamos en 2021, y el cine de acción ya no pareciera jugar en las grandes ligas, porque tanto los espectadores como los realizadores están más preocupados por… bueno, digamos que están preocupados por un montón de cosas, pero principalmente por lucir preocupados.
Como ya no hay lugar para la diversión, con las cosas terribles que están pasando, el cine de acción de hoy viene cargado de culpa (por la Historia con mayúscula, pero también por su propia historia como género cinematográfico, lleno de balas y testosterona), y tal vez por eso se ve incapaz de constituirse como un entretenimiento. No es que el crítico mire para atrás con ojos maravillados y decida denostar el presente por pura nostalgia, o que sea demasiado necio como para aceptar que el mundo cambió y que el cine es una manifestación de su tiempo. El problema es que muchas películas actuales de acción, en su afán por ser trascendentes, se olvidan del carácter lúdico del género, un componente fundamental para que las cosas funcionen. Y se olvidan (quizás el pecado mayor) de construir un protagonista a la altura. Podrán nombrar a John Wick, o al cine que sucede fuera de Estados Unidos (el de Indonesia, por ejemplo, que es notable), pero de lo que hablamos acá es del cine de acción hecho en Hollywood, que es un concepto en sí mismo y al que El rescate pareciera querer adscribir. En esos términos, el héroe de acción es una figura capital, y también una figura caída en desuso, porque… aparte de Jason Statham, o de los últimos diez años de Liam Neeson, ¿a cuántos podemos nombrar?
El que intenta ocupar ese rol en El rescate es Gary Dourdan, conocido por su participación en la serie CSI. Su capitán Brad Paxton es un tipo musculoso y serio, entrenado en el uso de armas y en el combate cuerpo a cuerpo (al que le agrega una capa pugilística, cortesía de un padre entrenador de boxeo). Es, también, un personaje terriblemente aburrido, encarnado por un actor que llegó tarde a la repartición de carisma, y que transcurre entre las escenas sin mucha convicción. Claro que el guion no lo ayuda, colmado de arbitrariedades y situaciones insólitas (el momento previo al secuestro, cuando los personajes no se dan cuenta de que cruzaron la frontera entre Marruecos y Argelia, es alarmante). Ahí entra en juego el carisma del héroe de acción: muchas de las propuestas de la época dorada eran absurdas e irrespetuosas, pero la presencia del protagonista desviaba nuestra atención hacia él, haciéndonos obviar (o perdonar) las cuestiones más flojas. Un tipo como Schwarzenegger era capaz de meterse en las tramas más desopilantes y hacernos creer, en el sentido más espiritual de la palabra. Nos permitía abrazar la falopa y dedicarnos a disfrutar.
Claro que, como dijimos, la diversión ya no es un fin a alcanzar. Entonces El rescate se propone aburrirnos, pero no por la obviedad y la pereza con que está tratado el trasfondo geopolítico de intrigas entre la CIA, el ISIS y el gobierno marroquí por la explotación del petróleo. Tampoco por el ajuste de cuentas que pareciera querer hacer el director Hicham Hajji con los poderosos de su Marruecos natal, diciendo que son igual de malos que los norteamericanos, y que la plata mueve al mundo (qué novedad). Es más: el aburrimiento tampoco viene de la decisión de embarazar a la esposa de Paxton (interpretada por una insostenible Serinda Swan) y hacer con eso un sutil pero insistente alegato pro vida, en el contexto de una película donde le vuelan la cabeza a varias personas.
Lo que instala el aburrimiento y abre el juego hacia el hastío es la falta de movimiento, porque por más que Paxton se desplace desde Estados Unidos hasta Marruecos, las cosas en El rescate se mantienen estáticas, y la película gira en círculos hacia un final donde se apuran unos tiros, como para cumplir. Esa circularidad está dada por la secuencia inicial, la que instala el trauma del protagonista, y la que finalmente nunca se explica, anulando la posibilidad de que Paxton genere alguna emoción. Curiosamente, ese plano secuencia un poco berreta del principio es lo único de la película a lo que se le puede rastrear algo de personalidad. De ahí en más, todo se precipita hacia el desastre. Si El rescate tuviera músculo y nervio, los problemas que nombramos en el párrafo anterior pasarían a un segundo plano, pero en lugar de eso se evidencian y molestan mucho más. Al espectador no le queda otra que desear que lo rescaten de esta experiencia, pero si el que viene es Brad Paxton, es probable que prefiera quedarse prisionero.