El clásico inglés con licencias de guión y una factura débil y poco entretenida.
La historia conocida por todos gira en torno a un joven bello a quien le es confeccionado un retrato que tendrá la impronta de su vida disipada y perversa, mientras que el propio sujeto permanece inalterable en una época en que no existían los hilos de oro, el botox ni el lifting.
Dorian Gray interpretado por Ben Barnes es un seductor caballero que regresa a Londres, lugar de su nacimiento luego de pasar su niñez y adolescencia en la campiña inglesa donde no parecen existir las tentaciones de la gran ciudad. La vida nocturna de London pronto se revela ante sus ojos y de este modo Dorian incursiona en sus deleites y afanes guiado por Lord Henry Wottom, en la piel de Colin Firth, que será su mentor en el arte de seducir, encantar y mostrar cuánto logra una buena imagen y cómo ésta puede conseguirlo todo. Obsesionado por mantener esa imagen incólume, algún extraño pacto logra hacer que sus tropelías se reflejen en el retrato fiel que ha pintado su amigo Basil Hallward, a cargo de Ben Chaplin. El resto es cuento conocido, lo que no es conocido es lo que es capaz de hacer un guión flojo unido a una dirección que muestra los hilos por todas partes con un clásico de la literatura que no debe ser fiel pero que en manos de Parker pierde todo interés ya que no sólo Colin Firth es desangelado al extremo sino que la ciudad del quebranto moral jamás es mostrada en su profundidad.
Si el retrato es una excusa para mostrar la decadencia que asola a ciertos sectores de las clases altas británicas y su consecuente pequeña moral y sobre él se refractan las debilidades de una clase, los perfiles planos, sin profundidad de los personajes y la falta de atractivo y organicidad de sus actuaciones hacen de El retrato un entretenimiento para quien no haya leído el texto original ni haya visto la versión de Albert Lewin (1945) que ha sido repetida en innumerables ocasiones en la TV, en la que se lucían entre otros una muy joven Angela Lansbury y Peter Lawford, entre otros.
Reducida a un realismo dudoso, la película no aporta nombres para recordar ni anécdotas para debatir a la salida del cine.