El proceso de descomposición
Como ya lo demostrara en Otelo (Othello, 1995) y La Importancia de Llamarse Ernesto (The Importance of Being Earnest, 2002), a Oliver Parker le fascinan las “adaptaciones cool” de obras insignia del patrimonio cultual británico. En esta ocasión regresa al territorio de Oscar Wilde para ofrecernos otra correcta traslación en términos generales aunque quizás un tanto reduccionista para con la riqueza del original: el cineasta inglés suprimió algunos pasajes, otros los aggiornó y unos cuantos han sido estilizados con el fin de acotar la intenciones satíricas y acercar el relato hacia una suerte de thriller de acento terrorífico.
La clásica historia faustiana permanece invariante: en la Londres de la segunda mitad del Siglo XIX, el ingenuo y esplendoroso Gray (Ben Barnes) es retratado por Basil Hallward (Ben Chaplin). El protagonista pronto traba amistad con Lord Henry Wotton (Colin Firth) y absorbe toda su idiosincrasia hedonista, fruto de la cual se entregará a un sinnúmero de placeres carnales dedicados a entronizar la belleza, único bien a salvaguardar. Cuando el asesinato entre en la ecuación el joven comprenderá que su deseo se hizo realidad: la pintura padece las marcas de sus actos mientras que su cuerpo simula una oscura eternidad.
Se debe destacar que el guión del debutante Toby Finlay posee una envidiable capacidad de síntesis y captura sin mayores problemas el eje de la trama, ese proceso paulatino de descomposición moral en donde la influencia del entorno y los límites del ego están puestos en tela de juicio. Sin embargo el que se lleva las palmas es el elenco, sobre todo los siempre eficaces Chaplin y Firth. El caso de Barnes es sumamente peculiar: si bien el actor cumple con solvencia en su rol de carilindo arrastrado por el vicio, por momentos resulta poco convincente y en conjunto obstaculiza la posibilidad de enriquecer los vaivenes narrativos.
Desde el vamos conviene admitir que estamos ante un producto destinado al público masivo por lo que los “factores pecaminosos” están orientados más hacia el sexo que a las drogas y/o hasta los crímenes (es muy hilarante el criterio aplicado por los responsables del film: muchas mujeres con poca ropa -pero no desnudas- y casi nada de estupefacientes). Parker es uno de esos directores prolijos que descuidan el desarrollo de personajes en pos de “secuencias- resúmenes” sustentadas en una edición videoclipera fuera de contexto. Aún así, queda claro que tópicos como la corrupción y el esteticismo no han perdido vigencia…