Seminario de exorcismo para escépticos
A esta altura podemos afirmar que Mikael Håfström desarrolló su carrera en Hollywood siguiendo un recorrido formalmente similar al de su itinerario sueco: tenemos ante nosotros un puñado de films que abarcan distintos géneros y se caracterizan por una fotografía preciosista pero moderada, un discurso bien definido y una correcta labor por parte del elenco. Dentro del pelotón de los directores meticulosos aunque nunca deslumbrantes, el hombre una y otra vez ha sabido sobrellevar con dignidad la pobreza de los guiones, esa clásica afección -en extremo contagiosa- que padecen los representantes de su fraternidad.
Tanto Descarrilados (Derailed, 2005) y 1408 (2007) como la por aquí inédita Shanghai (2010) fueron productos nobles que alcanzaron sus metas ofreciendo exactamente lo que prometían. El Rito (The Rite, 2011) es una realización respetuosa para con la inteligencia del espectador y eficaz desde el punto de vista de los resortes prototípicos del terror, hoy sin duda inclinados en pulso hacia el suspenso: trabajando el tópico de las posesiones demoníacas, la película toma prestados elementos varios de El Exorcismo de Emily Rose (The Exorcism of Emily Rose, 2005) y la obra maestra El Exorcista (The Exorcist, 1973).
La trama se centra en Michael Kovak (Colin O´Donoghue), un joven que decide estudiar para convertirse en sacerdote como un medio de escape del “negocio familiar”, una funeraria encabezada por el adusto Istvan (Rutger Hauer). Luego de cuatro años, Michael continúa firme en su desazón y escepticismo, por lo que el Padre Matthew (Toby Jones), su superior inmediato, prácticamente lo obliga a asistir a una especie de seminario de exorcismo que se dictará en Roma. Allí el profesor Xavier (Ciarán Hinds) lo remitirá al Padre Lucas (Anthony Hopkins), un experto que vive en contacto cotidiano con el maligno.
Håfström disimula los lugares comunes del relato privilegiando el apartado visual y las actuaciones de los dos protagonistas principales, Hopkins y O´Donoghue (el sabio creyente y el neófito en plena crisis existencial). El verosímil está construido con paciencia y se mantiene lejos de las desproporciones industriales, léase CGI y demás fanfarrias que podrían acercar al opus a la autoparodia. Si bien El Rito es previsible y no entrega ninguna novedad significativa, cabe señalar que su estructura narrativa es más que precisa y su tono apesadumbrado funciona a la perfección en un contexto cargado de dubitaciones religiosas.