Chauvinismo explícito/ despersonalización moderada.
Recordemos la situación estándar de un burgués intelectualoide durante el menemismo, esa alimaña que se había tragado a un “enano fascista” de joven y se dedicaba a los tumbos a la crítica cinematográfica: por lo general atacaba a cualquier tanque hollywoodense, trataba de rescatar engendros indies, se mofaba de los simios vetustos de los grandes medios gráficos, y sufría de una inseguridad laboral que con el tiempo abarcó un espectro que fue desde un “buen pasar” en aquellos años de hipocresía social -una hipocresía diferente a la de hoy- hasta una miseria contemporánea parasitaria para con el Estado y/ o los medios virtuales (es decir, su periplo comenzó en distintas revistas grasas que se creían la versión de cabotaje de Cahiers du Cinéma hasta finalmente desembocar en un presente lastimoso en el que mendiga el “pan de la difusión” de maneras coloridas, cada vez más patéticas e hilarantes).
¿Cuál hubiese sido la reacción inmediata de este estimadísimo colega ante un film como El Sobreviviente (Lone Survivor, 2013)? De seguro hubiese escrito un dossier de muchísimas páginas con el fin de defender a otra de esas “propuestas menores” que esta fauna de palurdos consideraban que nadie defendía, típica ceguera del imbécil que no ve más allá de su propia nariz y que se piensa a sí mismo como una especie de antropólogo del devenir actual, como si todavía restasen lenguajes cinematográficos por descubrir. Ya dejando en su tumba a tales esperpentos y con el afán de adentrarnos en la película en cuestión, podemos afirmar que estamos ante un “modelo a escala” de La Caída del Halcón Negro (Black Hawk Down, 2001), aquel recordado convite de Ridley Scott, una obra maravillosa a nivel visual pero vomitiva en lo que hace a su dimensión ideológica, imperialismo mediante.
El índice de fascismo de un film estadounidense puede establecerse con facilidad prestando atención a tres factores interrelacionados: debemos analizar la cantidad de muertes entre las fuerzas enemigas por cada militar yanqui que pasa a mejor vida, la duración concreta de los planos que registran ese instante de “eterno reposo”, y el número de ocasiones en que vemos flamear la simpática bandera norteamericana. En este sentido, esta historia de “otro” pelotón de combatientes -hoy en Afganistán, en 2005, y con la misión de asesinar a un líder talibán- no llega a los niveles demenciales de chauvinismo del opus del británico, sumado a que la infaltable despersonalización del adversario está un poco más apaciguada de lo que suele ser el promedio habitual del cine de acción. El correcto desempeño del cuarteto protagónico ayuda mucho (Mark Wahlberg, Taylor Kitsch, Emile Hirsch y Ben Foster).
Por supuesto que el “mensaje” de la realización, sin lugar a dudas orientado a convalidar el accionar intervencionista de Estados Unidos alrededor del globo, es francamente nauseabundo porque está en función de una política de invasiones transoceánicas en pos de recursos económicos no renovables y destinada a justificar la existencia de una industria bélica gigantesca. Que Hollywood se asocie al gobierno central, de modo implícito o explícito (como en este caso), no es ninguna novedad y obedece a campañas de reclutamiento cíclicas. El Sobreviviente por suerte es más inteligente y va más allá del nacionalismo hueco: hablamos de una propuesta de derecha, por momentos mediocre y por momentos afable, que se aleja de todo fundamentalismo para ampliar el público potencial a través de una trama previsible aunque prolija, que incluye una tibia vuelta de tuerca final.
Claramente el opus del actor/ director Peter Berg toma prestada la esplendorosa estética de la primera mitad de La Patrulla Infernal (Paths of Glory, 1957), pero obvia cualquier crítica a la jefatura de las Fuerzas Armadas, intentando reflotar aquel humanismo concienzudo mediante un desarrollo de personajes bastante torpe y “jugándosela” por esa clásica brutalidad formal kubrickiana, hoy aplicada a casi todo el metraje en un enfoque eficiente (debemos destacar en especial las dos escenas de los peñascos y la del helicóptero, ejemplos de remates certeros a secuencias de por sí dinámicas). Si bien es verdad que los logros esporádicos no llegan a tapar los baches ideológicos/ narrativos del principio y el desenlace, el film consigue lo que se propone: explotando el “tono moderado” de La Noche más Oscura (Zero Dark Thirty, 2012), homenajea a los diletantes de la violencia imperial…