Un periodista de un diario quiere saber el origen de la muerte de su padre, con quien tenía diferencias afectivas y profesionales. Todo está ambientado en una Argentina de 2001, que tampoco queda demasiado claro, y en una seguidilla de venganzas, la trama se vuelve confusa, aburrida y previsible, con guiños al caos político. Encima, los roles de villano y héroe aparecen demasiado expuestos y la historia nunca termina de despegar. Como si fuera poco las actuaciones son un punto muy flojo. Ni siquiera el oficio de Gerardo Romano y Roberto Carnaghi salva las papas. Pablo Rago y Calu Rivero lucen demasiado estereotipados y la escena de cierre de la película es un cliché poco creíble.