Después del paso por Marvel con la primera entrega de Doctor Strange y tras bajarse por diferencias creativas de su secuela que eventualmente dirigió Sam Raimi, Scott Derrickson regresa a sus bases con una sólida película de terror que adapta un cuento de Joe Hill. Para eso vuelve a reunirse tras Sinister con Ethan Hawke, aquí en el papel del villano.
A finales de los 70s, Finney y Gwen son dos hermanos que viven en Colorado y día a día son testigos de la violencia que los rodea. Un padre alcohólico que los maltrata, constante bullying en la escuela, la Guerra de Vietnam todavía demasiado fresca. Y además el fantasma de un asesino serial de niños y los carteles con las imágenes y nombres de quienes van desapareciendo.
Escrita por Derrickson junto a su frecuente colaborador, C. Robert Cargill, la primera parte de la película se encarga de retratar este mundo y esta época. Los dos hermanos saben que son lo más importante que se tienen entre ellos y están el uno para el otro para ayudarse, ya sea a defender a uno del bullying como cuidar del padre cuyo alcoholismo lo torna violento.
El terror latente termina de emerger con la imagen del asesino serial enmascarado que rapta al protagonista en su camioneta negra y lo traslada a un sótano a prueba de ruidos. Solo con una colchoneta y un teléfono negro desconectado, el futuro de Finney parece el de tantos niños que desaparecen a la luz del día. Hasta que el teléfono suena y del otro lado se encuentra con la voz de una de las víctimas anteriores. Allí es cuando la trama se bifurca y por un lado seguimos al niño secuestrado soñando con la posibilidad de escapar, y lo que queda afuera: la hermana en busca de alguna pista y una investigación policial que parece estancada.
Joe Hill ha demostrado estar en camino de ser un digno heredero del universo de Stephen King y lo ha hecho sin querer despegarse de él. Los tintes fantásticos rememoran así a varias historias que ya conocemos (como el don que tiene la hermanita de acceder a conocimientos reales a través de los sueños). También tiene puntos en común con NOS4A2, la novela de Hill que tuvo una fallida adaptación a la tv: un villano que secuestra niños como una clara referencia a la pedofilia y la llamada de aquellas criaturas cuyas almas quedan atrapadas en una especie de limbo.
Ethan Hawke es quien se pone en el papel de The Grabber, este raptor de excéntricas y aterradoras actitudes. Su labor es notable teniendo en cuenta que pasa toda la película detrás de esas perturboras máscaras diseñadas por Tom Savini. Pero también destacan los niños Mason Thames y Madeleine McGraw, en especial esta última aportando algunas pizcas de humor necesarias en una historia que es bastante turbia.
A nivel realización, estamos ante un director con oficio que ya ha probado conocer el género y desde lo visual tiene un poco de Sinister (su obra más lograda hasta la fecha), aunque aquella era aterradora de una manera muy diferente a esta. Una banda sonora nostálgica que nunca invade y acompaña, se suman a un guion preciso que nos llena de información siempre funcional a la trama. Es una película de terror que no se queda con la idea de los golpes de efecto (aunque hay un par que pueden generar algún saltito) sino que la tensión se genera de un modo gradual, y en la que la incorporación de lo fantástico se sucede de un modo natural y sin pretensiones.
El teléfono negro es una de las propuestas más atractivas que ha entregado la productora Blumhouse en los últimos años. Un cuento de terror que nos habla no sólo de toda la violencia que nos rodea sino de la necesidad de enfrentarse a ella sin miedo. Porque sobrevivir a la adolescencia siempre será una tarea dura, el crecimiento, la pérdida de la inocencia, la importancia de la amistad para la vida, son otros de los temas de esta modesta y efectiva película de terror, capaz de perturbarnos pero también de sacarnos una sonrisa gracias a sus queribles protagonistas.