El testamento, de Amichai Greenberg Por Jorge Barnárdez Entre las muchas atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, se contabilizan algunas matanzas que llevaron a cabo fuera de los campos de exterminio, donde el Tercer Reich hacía funcionar su máquina de terror en serie y El testamento cuenta una de las tantas batallas por la memoria que el pueblo judío aún mantiene en pie después de varias décadas de terminada la guerra. Doscientos prisioneros fueron ejecutados en las afueras de Landsdorf, un pueblo austríaco que casi no guarda memoria del evento y que se encuentra ante la disyuntiva de autorizar un desarrollo inmobiliario cerca de donde se sospecha se realizó la masacre. Yoel (Ori Pfeffer) es un historiador especialmente meticuloso que trabaja para el estado de Israel y forma parte del equipo que litiga y debe discutir con las autoridades austríacas tratando de ganar tiempo para lograr pistas entre los sobrevivientes de aquellos días que por otra parte son cada vez menos. Pero todo se complica para el historiador, porque una de los testimonios que debe escuchar y de quién debe esperar que recuerde lo que pasó en ese momento es el testimonio de su madre. Yoel debe entonces afrontar el duro trance de descubrir cosas que preferiría no descubrir y que va a poner en entredicho su judaísmo y el de toda su familia. Un relato austero y riguroso, una mirada sobre el alcance de la lucha por mantener la memoria histórica, pero también una reflexión sobre los alcances de la raíces de la gente y aquello que las hace ser lo que son. El cine como reflexión apoyado en grandes actuaciones y un guión que guía al espectador a través del camino del protagonista, un camino de conocimiento, de dolor y de verdad. EL TESTAMENTO The Testament. Israel/Austria, 2017. Dirección: Amichai Greenberg. Intérpretes: Ori Pfeffer, Rivka Gur y Hagit Dasberg Shamul. Fotografía: Moshe Mishali. Música: Walter W. Cikan y Marnix Veenenbos. Edición: Gilad Inbar. Arte: Tamar Gadish. Duración: 94 minutos.
Una temática siempre apasionante y polémica pero con tratada con un filtro glacial. Así se podría definir a El testamento, película austro-israelí que participó en la competencia internacional del último Festival de Venecia y que a la vista el producto final, se comprende por qué volvió de Italia a foja cero.
El realizador Amichai Greenberg debuta como director de ficción con una película que logra darle un giro inesperado a las películas sobre el holocausto Nazi y las implicancias de la sociedad civil en ella. Un obsesivo historiador es sacudido emocionalmente cuando descubre una verdad sobre su identidad y la posible implicancia de familiares suyos en los hechos que escondieron una fosa común. Filme que recupera la estructura procedimental, con una lograda puesta y una increíble actuación protagónica de Ori Pfefer.
Un film israelí, dirigido y escrito por Amichai Greenberg que se transforma en una seria, profunda reflexión sobre la memoria y la búsqueda de la verdad. Que tiene resonancias generales, como la que ocupa al protagonista, un historiador implacable que esta dedicado a la búsqueda de los restos de los judíos que fueron matados en masa, en una localidad austríaca, casi hacia el final de la guerra. Las autoridades quieren construir en el lugar, tapando todo vestigio. Yoel, el investigador, lucha contra viento y marea para ubicar la fosa y reivindicar la memoria, desde su trabajo en el Museo del Holocausto. Pero mientras con suspenso de thriller ubica nuevos testigos y descubre la manera de acercarse a la verdad histórica, a su lucha contra los que aún hoy niegan el holocausto judío, se cuela su vida personal. Descubre que su propia madre no es quien dicen ser. Y eso lo enfrenta a dudas, familiares, a la libertad de la verdad o el sometimiento por conveniencia. Seria, profunda, cala hondo en las personalidades de los involucrados. La traducción del titulo, del hebreo “Ha`Edut” significa “El testimonio” más acorde con la trama del film, que el buscado por los distribuidores norteamericanos. Hay que verla.
La historia sin fin La Segunda Guerra Mundial, para el cine, sigue siendo una fuente inagotable de historias, la mayoría de ellas desconocidas por casi todo el mundo. Más allá de los ejemplos más resonantes, reconstruidos en grandes películas, están aquellos episodios que superan la aberración porque exceden la ignorancia de los sucesos ya que entran en el terreno del ocultamiento y la negación. Desde ese descrédito nace El Testamento (ópera prima del ignoto Amichai Greenberg), un pseudo thriller sobre un historiador de Jerusalem que tiene apenas una semana para presentar evidencias suficientes, ante las autoridades austriacas, de una fosa masiva donde ocurrió una masacre de 200 judíos en marzo de 1945. El lugar es actualmente un campo con destino mega inmobiliario, ubicado en un pueblo austriaco. La pesquisa llevará al historiador a (re) encontrarse con su identidad tras descubrir un hecho sobre su madre, sobreviviente de la Shoá (Holocausto para el mundo occidental). En la comodidad de las estructuras genéricas reposa esta historia, cuyo arranque augura –en apariencia- una película “para el debate”, dejando de lado cualquier intento de presentarse sobre cimientos de esfuerzos cinematográficos. Este debut, sin embargo, halla en la retórica del policial su motor para progresar dramáticamente. Aparecen esos lugares comunes como el del detective –aquí en la piel de un historiador- que descuida su vida y la de su familia; e incluso, en pos de cumplir su objetivo, pone en riesgo su trabajo y el de sus compañeros. Hay una precisión -mucho más interesante aún que el usufructo de los géneros textuales- al sintetizar los testimonios recogidos, centrados en provocar una relación causa-efecto en el protagonista. Muy lejos, valga señalarlo, de la pretensión lacrimógena, sin duda tentadora por tratarse de sobrevivientes a la aberración más grande del siglo XX. El Testamento visibiliza y pone en relieve un hecho infame pero no se olvida del cine, genera tensión -a pesar de la accesibilidad para conocer los sucesos reales- y presenta al personaje más importante de la película en un fuera de campo, a través de un teléfono, lo que sugiere una estrategia de guión muy fresca, en especial por contrarrestar las formas de los otros testimonios realizados cara a cara. En la columna de la inexperiencia podemos ubicar el leve grosor de los personajes secundarios, llanos en el plan de rodear al protagonista. La historia es una vena abierta permanente, el presente continuo es la farsa y la representación es la manera de reflexionar, así sea sobre un período del cual se cree que existe unanimidad en el pensamiento porque como dice uno de los personajes, más de medio siglo después de sobrevivir al horror: “no dejaron de odiarnos al día siguiente de haber terminado la guerra”.
El testamento: sutil retrato de una pasión esclarecedora Meticuloso investigador, Yoel dirige un debate contra quienes niegan la verdad acerca del Holocausto y así irá descubriendo que su madre lleva una identidad falsa. El film, coproducido entre Israel y Austria, muestra sin concesiones, de la hábil mano del director Amichael Greenberg, ese camino del investigador para hallar su misterio familiar y para descorrer los velos de un trágico pasado. El testamento se afirma como duro retrato de la lucha contra quienes relativizan o niegan la dimensión de las atrocidades de los nazis. La actuación de On Pfeffer apuntala con convicción y matices esta historia acerca de una pasión esclarecedora y de la necesidad de una memoria colectiva.
Con base en el Holocausto pero el foco puesto en la lucha por la identidad, llega a las salas de cine El testamento, una coproducción israelí-austríaca escrita y dirigida por Amichai Greenberg. La película se centra en Yoel Halberstam (Ori Pfeffer), un historiador judío ortodoxo que trabaja en el Instituto del Holocausto de Jerusalén. Su objetivo actual consiste en que el gobierno austríaco reconozca que durante la Segunda Guerra Mundial, un total de 200 judíos fueron asesinados en los campos de Lendsdorf, un pueblo ubicado en Austria. El problema radica en que luego de veintiún excavaciones en la zona, no se localizó ninguna fosa común. Además, al parecer, no hubo testigos de aquella masacre. Un día, durante el desarrollo de su investigación, se topará con algo que afectará para siempre su propia identidad: un testimonio clasificado de su madre. Ahí descubrirá que aquella mujer no es realmente quien aseguró ser durante todo este tiempo. Esto llevará al protagonista a cuestionarse todo lo que cree saber sobre sí mismo y sobre su pasado. Yoel no sólo deberá continuar con la investigación sobre lo ocurrido en Lendsdorf, sino que además tendrá que enfrentar su nueva identidad. A pesar de que Amichai Greenberg busca hacer foco en dos historias dentro de la película -por un lado la masacre, por otro la lucha del protagonista por su identidad- falla en el intento. El clima de misterio, que se busca generar por la crisis existencial del protagonista, atenúa por completo la lucha contra el gobierno austríaco por descubrir la verdad sobre aquella masacre. Si bien el cineasta intenta constantemente unir ambas cuestiones, la realidad es que parecen dos historias completamente diferentes a pesar de estar directamente relacionadas la una con la otra. Aun así, el principal problema de El testamento consiste en su personaje principal. Si bien Yoel cuenta con los suficientes motivos para general algún tipo de empatía en el espectador, termina ocurriendo completamente lo opuesto. Debido a la constante antipatía que genera durante todo el metraje, se vuelve complicado generar algún tipo de preocupación por la crisis existencial que le trae su verdadera identidad.
En El Testamento (The Testament, 2017), estrenada en la 74 Mostra de Venecia, el israelí Amichai Greenberg debuta en el largometraje con un thriller de investigación actual pero centrado en un hecho real ocurrido durante el holocausto, donde el protagonista lucha a favor de la verdad, aún a riesgo del daño colateral. La noche del 24 de marzo de 1945, cerca de 200 trabajadores judíos fueron masacrados en los campos de Lendsdorf, un pueblo de Austria. Sin testigos de ese hecho ni la aparición de la fosa donde fueron enterrados los cuerpos, el gobierno local, en una postura negacionista, busca en la actualidad construir edificios sobre el lugar y así olvidarse del tema para siempre. Pero Yoel Halberstam un historiador, miembro del Instituto del Holocausto de Jerusalén, y judío ortodoxo, inicia una cruzada en busca de las pruebas que nadie está dispuesto a divulgar. Mientras azarosamente se cruza con un testimonio clasificado de su madre donde se revela su verdadera identidad. Yoel, un personaje osco y que genera empatía con el espectador, busca la verdad al mismo tiempo que se ve atrapado en su propio dilema personal. Greenberg trabaja sobre dos líneas narrativas que confluyen en una misma historia y generan un debate moral, tanto en el propio protagonista de la historia como en el receptor: La búsqueda de la verdad y la lucha contra el negacionismo. Pero, ¿qué ocurre cuando aparece una verdad no buscada? Es en esta contradicción permanente que se encuentra el protagonista de la película, y que gracias a la buena dosis de misterio que rodea la historia logra correrse del dramatismo moralista, lugar común en el que generalmente cae un tema con tales características, para ahondar en el thriller y el suspenso. Basada en un hecho real pero mezclado con ficción, El Testamento pone sobre la mesa un tema centrado en el holocausto judío pero que bien podría trasladarse a nuestra historia reciente, o a la de cualquier país del mundo que haya sufrido guerras o dictaduras, y eso le da una universalidad que rara vez tienen aquellas películas que trabajan sobre un hecho histórico especifico.
El pasado como un laberinto sin salida Un rabino debe demostrar que allí donde se pretende erigir un complejo comercial está la fosa común de una masacre nazi. Pero la investigación lo llevará a descubrir una verdad incómoda. Los temas de la identidad y la memoria, tan vivos para la historia argentina reciente, vuelven a ser tratados de forma brillante en El testamento, segundo trabajo de ficción del director israelí Amichai Greenberg, quien para ello echa mano de las inesperadas herramientas del thriller y el suspenso. Greenberg, que también es el autor del guión, avisa desde una placa al inicio que la película se basa en acontecimientos ocurridos durante el final de la Segunda Guerra Mundial, aunque sin dar mayores precisiones al respecto. Lo que sigue, sin embargo, es una ficción a la cual es difícil vincular con algún hecho preciso, pero cuyos detalles pueden coincidir con muchos de los atroces acontecimientos producidos en el marco del plan de exterminio que el régimen nazi llevó adelante contra las personas de ascendencia judía. Yoel Halberstam es un rabino e historiador que trabaja para el Instituto del Holocausto de Jerusalem. Ahí es responsable de una investigación que busca echar luz sobre el fusilamiento de 200 personas en las afueras de Lendsdorf, un pueblito de Austria cuyas autoridades pretenden levantar un complejo de edificios y comercios en el enorme predio en donde, se sospecha, está ubicada la fosa común que contiene los restos de las víctimas. Con una actitud excesivamente seca y en nombre del “progreso”, las autoridades austríacas le imponen al doctor Halberstam un corto período para aportar pruebas concluyentes que determinen la ubicación exacta de la fosa. Lo cual también equivale a dar pruebas de su existencia, que elípticamente a través de ese acto es puesta en duda, negada. Como si no fuera poca presión, el protagonista halla entre los testimonios clasificados de algunas víctimas del Holocausto el de su madre, a partir de cuyas declaraciones se desprenden datos que modifican su propia identidad. Halberstam descubre que no es quien toda la vida creyó ser. Con inteligencia, Greenberg superpone dos laberintos y coloca a su personaje en el centro de ambos, extraviándolo en dos niveles distintos de la historia: la propia y la de su cultura. Pero en lugar de desmoronarse ante el desafío, Halberstam persiste en soledad en contra de su familia y de la institución para la cual trabaja, empecinado en resolver ambos acertijos. Paradójicamente para un buscador de la verdad, el protagonista descubre que dar con ella no constituirá una instancia sanadora para todos. Al contrario de los relatos que aborda, que se suceden entre las sombras de la duda y el horror, la película se desarrolla en escenarios luminosos. De los espacios amplios y vidriados del Instituto del Holocausto a los campos de Lendsdorf, un pueblo ficticio en la campiña austríaca, la claridad de una fotografía cálida domina el relato, relegando la oscuridad a las oficinas de Halberstam, en el sótano de la institución. Del mismo modo Greenberg no postula un modelo de heroicidad pura y unidimensional, sino que construye a su personaje haciéndolo transitar por todos los dobleces de lo humano. Que todo ocurra en el marco de las estrictas tradiciones de la cultura judía le aporta al relato un nivel de gravedad que sería inverosímil si transcurriera en otro contexto. Un detalle de la biografía del director permite darle a su trabajo de ficción un nivel adicional. El personaje de Halberstam está basado en su propia experiencia como parte de los equipos que recolectaron declaraciones de supervivencia del Holocausto para el Archivo de Historia Visual de la Fundación USC Shoah, proyecto encabezado por Steven Spielberg, que reúne los testimonios filmados de más de 50 mil sobrevivientes de los campos de exterminio. El propio Greenberg ha contado en diferentes entrevistas que, alrededor del año 2000 y durante tres años, participó en Israel de algunos cientos de entrevistas similares a las que se recrean durante la película, incluyendo el testimonio de la madre del protagonista. Sin dudas esta experiencia ha resultado vital para que el hoy cineasta pudiera construir este relato, que a pesar de ser un trabajo de ficción cuenta con un alto nivel de realismo. Un gran ejemplo de cómo la ficción y los géneros cinematográficos, pensados y trabajados con inteligencia, pueden resultar un instrumento muy útil a la hora de retratar la Historia o la realidad.
Las heridas producidas por los hechos aberrantes durante el Holocausto, siguen abiertas en muchas geografías. Uno podría pensar que con el paso del tiempo, estas cuestiones han sido abordadas y sus heridas, cerradas (de alguna manera), a la luz de cierta distancia de los hechos y determinado nivel de esclarecimiento de los hechos ocurridos. Sin embargo, no todo es así. Este "Ha'Edut" (El testamento), ópera prima del para nosotros poco conocido Amichai Greenberg, vuelve a poner el foco en un hecho que es ficción, pero está inspirado en dolorosos sucesos reales. En marzo de 1945, 200 judíos húngaros fueron asesinados cerca de Rechnitz, en Austria, por un grupo de locales que aprovecharon la confusión del momento histórico, para llevar adelante una terrible masacre, luego de un extraño evento social. Esto ya fue tratado en detalle por el documental, "Totschweigen" (A Wall of Silence) del año 1994 llevado adelante por Eduard Erne and Margareta Heinrich en el que se describen los hechos y su contexto, y hay abundante material para la reflexión a lo largo de sus 88 minutos de metraje. El material en dicho film, sirvió de base para el guión de "El testamento", aunque hay algunos cambios en la historia para intensificar el conflicto personal de quien impulsa la investigación. Joel (Ori Pfeffer) es un hombre de convicciones. Trabaja en el Instituto del Holocausto en Jerusalén y su profesión es ser historiador e investigador de cuestiones que no son precisamente placenteras de conocer, aunque se las conoce como necesarias para crear la conciencia colectiva de eventos que no deben repetirse. Su misión en este encuadre es avanzar sobre una causa que lo inquieta, él quiere poner luz sobre el hecho de los asesinatos de 200 judíos en los campos de Lendsdorf, Austria y tiene problemas para dar con indicios concretos sobre ciertos temas (la fosa común, por ejemplo). El ha hecho los deberes y sabe que hay archivos clasificados que indican que en ese terreno, se cometieron crímenes que deben tener lugar en la historia. Sin embargo, parece no haber testigos de esa matanza. Las cosas se complican más cuando la justicia le da un tiempo corto para encontrar nuevos indicios o dejará caer la causa. Yoel se fijará el objetivo de encontrar pistas para sustentar sus hipótesis y dentro de esa búsqueda, dará con un material muy sensible: al parecer, su madre aparece en esos anales. Y podría haber sido parte de quienes participaron en esos asesinatos. Cómo ya se imaginarán, la película avanza sobre dos carriles, uno es la investigación propiamente dicha de lo sucedido, a través de esa indagación incómoda en una comunidad que prefiere olvidar y enterrar los aspectos oscursos de su pasado, y por el otro, los dilemas morales que empujan a la zozobra emocional del protagonista. Pfeffer compone un personaje vistoso, con matices y ofrece un trabajo interesante, a la luz de lo complejo del posicionamiento de su rol. Los secundarios aportan menos y el tono del film es frío y austero. Tiene una fotografía lograda y un tono oscuro y casi viscoso, que interesa, más por la naturaleza de lo que cuenta, que por los aciertos del director. "El testamento" es una película pequeña y cuidada que describe una ficcionalización de un suceso ténebre, en su trance hacia el conocimiento público. Es válida y aporta al debate sobre la memoria colectiva y el sentido de justicia que debe tenerse en todas las culturas, tema que nuestra sociedad debe tener presente, a cada paso de su atribulada existencia.
Es un relato profundo, apasionante, para llegar a la verdad de cómo fueron los hechos aquella noche del 24 al 25 de marzo de 1945, cuando unos 200 trabajadores prisioneros judíos fueron asesinados en los campos de Lendsdorf, una aldea en Austria. Dicen que no hubo testigos en esa masacre y se desconocen muchos datos. Pero el investigador e historiador Yoel (actor israelí Ori Pfeffer, “Hasta el último hombre”) quien es un judío ortodoxo, a medida que corre la investigación comienza a estar en juego su prestigio, profesionalismo y sus creencias. Se siente en la obligación moral de sacar a la luz los secretos y develar todos los misterios en este caso, en una incansable búsqueda, pero se encontrará con algunas sorpresas, por lo tanto con el correr de los minutos se hace más interesante. Es una trama intensa que cuenta con una gran estética donde el espectador también quiere llegar a la verdad y hasta puede llegar a tomar partida en varias escenas pensando, analizando y siendo parte de la investigación. Resulta emocionante y atrapante.
Daba para buena comedia de identidades Los rusos ya estaban a 10 kilómetros cuando el 24 de marzo de 1945 en las afueras de Rechnitz, Austria, el jefe zonal del partido nazi Franz Podezin y sus amigos culminaron su última orgía fusilando a 200 prisioneros judíos. Después huyeron, protegidos por los vecinos, que nunca quisieron decir nada (y dos que en 1947 decidieron ir al juez, murieron en el camino). Y los restos de los infelices nunca fueron hallados, quizá porque nadie se molestó en buscarlos. Esta película traslada los hechos al ficticio pueblo de Lendsdorf. El municipio quiere edificar justo donde podría haber una fosa común, y un historiador quiere evitarlo, mientras busca pruebas y testigos inhallables. La gente ya está vieja, se olvida, se confunde, o quiere morir tranquila, si es que todavía vive. Al hombre le dieron un plazo en Tribunales. Y encima se le suma otro problema: él, que trabaja en el Instituto del Holocausto de Jerusalem, busca siempre la verdad absoluta, y es judío ortodoxo con toda la barba y no le perdona al hijo que no recite perfectamente su Haftará, descubre que su madre es una falsa judía. En consecuencia, ¡él tampoco es judío. Esto último daba para una linda comedia de identidades. Y daba también para una linda historia sentimental, aquí esbozada, sobre una criadita que halló un lugar de pertenencia en la familia de sus patrones, a quienes acompañó incluso en la desgracia, con un inesperado final feliz. Lástima que el autor no haya sabido unir bien los dos ejes de su relato. Esto, sumado a otros defectos, empaña el resultado. No deja de ser interesante, pero pudo ser bueno de veras.
I…como Icaro Basado en hechos reales este filme israelí, cuyo titulo original “Ha edut”, que en traducción real sería “El Testimonio”, mucho más acorde al texto, narra un doble viaje que realiza un investigador, la indagación versa sobre una masacre ocurrida durante la Segunda Guerra Mundial, en 1945. Tal como lo plantea el personaje es la importancia en la búsqueda de la verdad. Lo que nunca podría haber supuesto es que esa misma pesquisa trastocaría su propia historia. Por un lado, un viaje retrospectivo en la historia de la humanidad, puntualizando en ese hecho en particular a sus padres, que son sobrevivientes. Por otro, y a partir que se le revelaran verdades que nunca hubiese querido saber, nuestro héroe comienza un viaje introspectivo extremadamente doloroso. Todo transcurrió en un pueblo de Austria, el asesinato de 200 judíos, días antes de ser liberados del campo de trabajo donde se encontraban prisioneros. Enterrados en una fosa común, que nunca fue hallada, el gobierno de Austria quiere construir edificios Yoel (Ori Pfeefer) es el historiador, lidera la comisión investigadora ya que se ha especializado en el holocausto. Su tarea es intentar posponer la construcción hasta descubrir la fosa común. La característica principal del personaje es ser un religioso ortodoxo, equilibrando durante toda su vida de adulto, en esa doble faceta de científico y hombre de fe. La misma que se ira desestructurando a medida que avanza en busca de esa verdad. De estructura clásica, de progresión dramática lineal, con una idea de montaje acorde a la estructura planteada y al género dramático al que adscribe. Sin demasiadas exploraciones estéticas, la dirección de arte, específicamente la fotografía al servicio del texto, en tanto la puesta en escena las posiciones de la cámara y los planos elegidos para contar plantean de manera permanente un doble juego de especularidad. Los testimonios que va recogiendo se muestran reflejados en la figura de Yoel, ya sea a través de un vidrio o devueltos por un espejo. En tanto el diseño de sonido, la banda misma, está siempre presente como anticipando una tragedia, un sonido penetrante, agudo, hasta por momentos insoportable. Si bien la resolución y los puntos de quiebre parecen querer homologar al cine de Hollywood por la sensación de efecto que intenta producir en el espectador. Simultáneamente, va envolviéndolo de manera tal que participe de las distintas tramas en la que se sostiene la producción. Si bien todo el peso de la narración en tanta actuación parece estar sobre las espaldas de Ori Pfeefer, los papeles secundarios son de importancia vital para que él lo consiga, a punto tal que no parece que estén actuando, y esto es todo un logro del director No existen en la película tiempos muertos, nada es superfluo, el desarrollo es constante, consigue demostrar que de uno de los tiempos más negros de la humanidad no todo ha salido a la luz, y que la misma se va conformando paralelamente con las historias individuales. (*) Realización de Henry Verneuill, en 1979.
Las capas de la verdad La amalgama de un hecho relacionado con el Holocausto y la anécdota ficcional son los elementos que mejor resuelven un relato, que gira en torno a la importancia sobre la preservación de la memoria histórica y la búsqueda de la identidad, tanto en sus dimensiones individuales como colectivas. El Testamento, opus del director israelí Amichai Greenberg, se apoya desde la estructura narrativa en las coordenadas del thriller, cuyo conflicto de orden moral recae en el protagonista, un rabino ortodoxo, historiador, que pretende frenar un emprendimiento inmobiliario en un remoto pueblo de Austria, en cuyo territorio se cometió una masacre en la que asesinaron a 200 trabajadores judíos con destino a la cámara de gas durante el nazismo. De ese nefasto hecho no han quedado pistas y tampoco la ubicación de la fosa común, donde se sospecha fueron arrojados cadáveres de hombres, mujeres y niños, en complicidad con los lugareños austriacos. Tampoco la existencia de testigos o documentos, algo que para el protagonista resulta vital encontrar sobre todo con los irrisorios plazos que debe cumplir antes que la corte de Austria decida si la construcción avanza o se frena. La propuesta suma originalidad desde un planteo que desgrana esa búsqueda de la verdad frente a la inercia de la corriente negacionista que pone todo tipo de argumentos en pos del progreso y reniega de la importancia del pasado y sus heridas que aún no se cicatrizan. En ese sentido, los dilemas morales que atraviesan al protagonista le exigen un distanciamiento afectivo mientras que un hecho puntual lo ubica en el centro de ese dilema al enterarse que su madre no es quien dice ser. La identidad al igual que la verdad se construye por capas, no hay una sola verdad, siempre pedazos de esta se sepultan en una maraña de secretos o mentiras, a pesar del irrefutable hecho histórico que necesita sí o sí el reconocimiento y la reparación cuando de crímenes de lesa humanidad se trata. El Testamento entonces hace de la búsqueda su motor y de la perseverancia del protagonista en la soledad -a espaldas incluso de la propia institución judía que lo respalda y lo alienta pero que no quiere escarbar demasiado para no perder privilegios- su corazón. Por eso llega a los niveles de conmover sin esgrimir la carta del Holocausto o recurrir al dramatismo de la Shoa desde el testimonio de sobrevivientes.
Pasaron más de 70 años de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, y sin embargo las películas que tratan sobre los acontecimientos que tienen relación con la misma resultan inagotables y siguen teniendo un enorme atractivo; desde la maravillosa Roma, Ciudad Abierta de Roberto Rossellini (quizás la mejor película de la historia, tanto bélica, como relacionada con tal tema), filmada en el mismo años 45, hasta la actualidad. El Testamento es una coproducción austro-israelí, y es la cinta debut del director Amichai Greenberg. La misma, gira en torno a la vida de Yoel (Ori Pfeffer), un terco y meticuloso historiador, que quiere evitar que se lleve a cabo una construcción en una ciudad de Austria, en un terreno donde se ubica una fosa donde fueron enterrados dos centenares de judíos, bajo circunstancias bastante turbias y muy pocos claras. Involucrado al máximo tanto con la causa, como este caso especial, Yoel está sediento en búsqueda de la verdad, en un mundo donde muchas veces se oculta la historia, se niega la verdad, y en pos del progreso, se reniega de un pasado atroz. Pese a tener claro tanto los objetivos para avanzar en la delicada cuestión, como la brevedad de los tiempos que se le asignaron (tan solo una semana), un hecho relacionado a su historia personal. y la verdad sobre la identidad de su madre, aparecerá en el medio de la investigación, e inevitablemente desorientará a Yoel, quién hará algo que en su larga trayectoria profesional como historiador parecía no haberle pasado nunca; entremezclar su vida personal, con su trabajo. Sin embargo, como hombre abocado a la búsqueda misma de hechos verídicos, la pregunta sobre su origen, ahora incierto, removerá sus mismos cimientos y lo pondrán en una situación comprometedora, pudiendo incluso complicar el mismo destino de su investigación, su reputación, y su mismo trabajo, teniendo en cuenta que su postura e insistencia en el caso, le otorgó cierto interés mediático. El eje de El Testamento esta enfocado en el significado de la identidad, la eterna búsqueda de la verdad, el reconocimiento de los sucesos históricos, y en recordar una vez más la forma cruel en que fue tratado el pueblo judío. Quizás no se destaque tanto el relato en si, porque pese a tener cierto interés, no deja de repetir algunos elementos ya instaurados en el cine sobre el Holocausto. No obstante la película merece ser vista, y hace sus aportes válidos a la causa. La actuación del protagonista principal, es llevada certeramente por Ori Pfeffer, mientras que el resto del reparto cumple. A tener en cuenta el nivel de exigencia que la cinta pide al espectador, y que conforme se van dando los hechos, se incrementa en forma considerable. Pese a esto, el complejo y delicado tema que trata la película, justifica tal ejercicio narrativo.