Una cargada
Jason Statham se revuelca en su tumba. O en su mansión de Malibú. De cualquier forma, El
Transportador Recargado expone un guión escrito sobre una servilleta durante el entre tiempo de
un partido de fútbol, y recibe la medalla de socio honorífico por parte del club de los reboots que
jamás deberían haber ocurrido.
La premisa es conocida: Frank Martin Jr., un apuesto y misterioso treintañero que vive en el sur de
Francia, ofrece sus servicios como transportador/custodio/ninja/amante con la condición de no dar
nombres, no hacer preguntas, y no renegociar las pautas del contrato. El catalizador en este
Jenga narrativo lo trae Anna, una femme fatale (ex esclava sexual) que ahora comanda una red
de mercenarias resueltas a desbaratar una maléfica red de trata soviética (o eso intuímos, ya que
los “mafiosos” hablan en inglés pero con acento ruso, incluso entre ellos). Para lograr su propósito
decide contratar al Transportador, y para asegurarse que concrete su trabajo, no tienen mejor idea
que secuestrar al padre de este, Frank Martin Sr., un casanova retirado que cae en la trampa de la
“modelo de Victoria Secret con el auto averiado en medio de la avenida” y es envenenado. La
urgencia de la trama se establece cuando Anna promete a Frank que, si las ayuda, le dará el
mágico antídoto que impedirá que la vida de su amado padre se consuma luego de doce horas.
El film en sí no tiene ningún tipo de razón de ser. No pasa como en Transformers, que aunque la
historia de risa, las secuencias de acción son explosivas y espectaculares. En el caso de El
Transportador Recargado, parece que a los guionistas se les acabó la pila a minutos de sentarse
a escribir, y lo que obtuvieron fueron escenas completamente delirantes en que no existe el más
mínimo atisbo de verosimilitud: Líneas de diálogo vomitivas como “Cuando alguien secuestra a mi
padre, yo soy quien hace las preguntas”, decisiones insólitas como inundar una habitación,
mezclar el agua con kerosene, y tirar dentro del agua un secador de pelo eléctrico para incendiarla
(en vez de simplemente incendiarla) hacen que uno se pregunte en qué estaban pensando los
productores Hollywoodenses cuando le dieron luz verde a este aborto del celuoide.
Las escenas de lucha son prestadas de películas más memorables (el protagonista luchando en
círculo contra cuatro malechores valiéndose de una barra de metal, directamente un copy paste
de Matrix), las soluciones a los conflictos son completamente irracionales (una de las mujeres
mercenarias baleada en el estómago, y Frank Sr. logra curarla poniéndole una telaraña dentro de
la herida), y las actuaciones son soporíferas y acartonadas.
En resumidas cuentas, El Transportador Recargado tiene el sabor de una hamburguesa de Mc
Donald’s si pudiésemos degustar el modelo plástico que se usa para las publicidades gráficas: es
un film predecible, protagonizado por modelos de Ralph Lauren que destruyen cualquier intento
dramático y terminan manufacturando algo que más que una película, parece un comercial de
Audi de una hora y media.