La magia bajo control.
Cuando se analizan las vertientes que hundieron al terror mainstream en la mediocridad, por lo general se hace alusión a la recurrencia de los fantasmas del J-Horror, la estrategia formal del found footage y la obsesión con producir remakes de éxitos foráneos o propios, de épocas remotas. En el deporte de repartir culpas -y siempre dentro del mismo rubro- se suele pasar por alto al combo más pomposo de todos, el único que realmente necesita de presupuestos millonarios y alguna que otra caripela conocida para garantizar dividendos en taquilla: hablamos de esa amalgama de sustos y cine de acción que patentó la hoy lejana Inframundo (Underworld, 2003), sin duda uno de los pivotes fundamentales del Hollywood tracción a CGI y fanfarria destilada, más atento al marketing que al producto empaquetado.
Este nuevo paradigma es el más sincero del lote porque ni siquiera se molesta en transcribir la dinámica del slasher ochentoso (un psicópata entrega una “antología” de asesinatos artísticos), como ocurre con los otros casos, optando en cambio por un refrito de influencias varias destinado al público adolescente (el influjo de los videojuegos de la década del 90 es muy importante en este subgénero, como si constantemente estuviésemos ante una versión exacerbada del Alone in the Dark). Así como la calidad o la inteligencia no han sido rasgos a destacar dentro del andamiaje en cuestión, El Último Cazador de Brujas (The Last Witch Hunter, 2015) respeta a rajatabla un esquema que toma prestados los grandes estereotipos del terror para unificarlos con la fantasía, las aventuras y la acción personalista más simple.
Por supuesto que con semejante título sólo resta aclarar que el encargado de ajusticiar a las hechiceras del averno no es otro que el inefable Vin Diesel, que sigue haciendo lo posible para despegarse de la franquicia iniciada con Rápido y Furioso (The Fast and the Furious, 2001), definitivamente con muy poco éxito. Aquí interpreta a Kaulder, un guerrero inmortal con detalles de los protagonistas de Highlander (1986) y Blade (1998), ahora en pos de desentrañar un misterio de su pasado que podría ser crucial para controlar lo oculto y evitar -por milésima vez- la aniquilación de la raza humana, cortesía de la malévola Reina Bruja (Julie Engelbrecht). Por suerte los secundarios compensan en parte la inexpresividad de Diesel; con Michael Caine, Elijah Wood, Rose Leslie y Ólafur Darri Ólafsson a la cabeza.
El film no logra compatibilizar en un cien por ciento los CGI con la figura central, debido a que esa pretensión de base choca con los problemas de los dos extremos: la iconografía mágica se siente derivativa y perezosa (el apartado visual en su conjunto es bastante pueril), y para colmo Diesel continúa preso de sus propios tics (en algunos personajes calzan mejor que en otros, así su Kaulder se ubica en una región intermedia entre el tedio y lo aceptable). El guión de Cory Goodman, Matt Sazama y Burk Sharpless, responsables de las análogas aunque levemente superiores Priest (2011) y Drácula (Dracula Untold, 2014), sólo se sostiene gracias a la prolijidad del director Breck Eisner, quien -a pesar de su sutileza y tesón- hoy cae por debajo de La Epidemia (The Crazies, 2010), su mejor obra a la fecha…