En el 2010, Eli Roth nos traía una película dirigida por Daniel Stamm, una película chiquita, que tenía la característica de estar filmada con cámara subjetiva. En la trama, la excusa era la grabación de un documental que hacían para mostrar cómo se podía fingir un exorcismo, aunque, por supuesto, comenzaban a pasar cosas que ya no podían explicar.
La película fue un éxito, recaudó con creces mucho más de lo que había costado… y no pudieron evitar pensar en una secuela. Esta vez, cambiando el director: Ed Gass-Donnelly; y pasando a un tipo de relato más formal, con una cámara invisible. Ya desde el título de la primera película podemos percibir que una secuela es totalmente innecesaria, la idea era que ése fuera el último exorcismo. Sobre todo teniendo en cuenta que la película estaba muy bien.
Esta segunda parte, que trata sobre la protagonista de la primera, intentando rehacer su vida como puede, muestra a una Ashley Bell entregada a su personaje, pero en una historia forzada y estirada. Ella hace lo que puede y no le sale mal, el problema reside en otro lado. El film comienza con unos breves pantallazos a aquello que sucedió en la primera parte, por si alguien no la vio.
Si bien ella está viva y, a simple vista para los demás, bien, aunque un poco traumada, percibe que el demonio todavía la persigue. Cuando comienza a mejorar, y a creer que puede decidir que aquello que pasó no fue real, la cosa se intensifica. Esta película de terror tiene más de drama que susto, que en general tampoco son efectivos, y poco aportan a la temática de los exorcismos.
El problema ni siquiera reside en la cantidad nula de efectos especiales (se trabaja al tema no tanto desde lo visual, como en otros exponentes del género), o de sangre derramada, y quizás ni siquiera en lo lejos que se encuentra temáticamente de la primer parte, donde había una lucha psicológica y cuestionamientos sobre la religión y la fe, sino en un guión que sólo toma unos pequeños detalles para construir una historia sin fuerza para atrapar al público.
Me parece una pena que Eli Roth haya decidido producir esta innecesaria segunda parte del film de terror. Las conexiones que hacen entre una y otra (la figura del padre, las botas que le gustaban a ella) no alcanzan para lograr una secuela digna. Aún así no pienso dejar de seguirle el rastro, un traspié, sobre todo después de un éxito inesperado, lo puede tener cualquiera.