Sobre el repliegue individualista.
Una de las grandes obsesiones del cine europeo siempre fue construir pequeñas denuncias alrededor de la hipocresía, el conformismo y la afectación de la burguesía, por lo general definida como una clase social especializada en el doble discurso y ese clásico “sálvese quien pueda” cuando las papas queman. Las perspectivas de abordaje han sido de lo más variadas y sin duda fueron experimentando cambios a lo largo del tiempo; así podemos citar ejemplos paradigmáticos como la frialdad de Gran Bretaña y Francia, el grotesco tragicómico de los españoles e italianos y el sadismo tan característico de Alemania y los países escandinavos. Durante los últimos años el cine rumano aportó una nueva modalidad, el naturalismo lacónico, el cual reconstituye una serie de detalles y recursos formales de los representantes anteriores aunque adaptándolos a la sensibilidad algo apagada de los locales.
La propuesta en cuestión, El Vecino (Un Etaj Mai Jos, 2015), pasa a engrosar una lista más que generosa de films que vienen ensalzando las tomas secuencia, los planos fijos, una puesta en escena minimalista, el humor negro, diálogos un tanto disruptivos y el cúmulo de contradicciones de la sociedad rumana de la actualidad, con la transición del comunismo al libre mercado como leitmotiv principal de los relatos. En esencia el realizador Radu Muntean, conocido por su película previa, la discreta Aquel Martes después de Navidad (Marti, dupa Craciun, 2010), hoy toma prestado un catalizador de raigambre hitchcockiana/ depalmiana/ polanskiana para exprimirlo de a poco desde una cosmovisión que trabaja el sigilo y la contemplación de manera fundamentalista: como el título lo indica, la historia gira en torno al voyeurismo entrecruzado de dos residentes de un edificio de departamentos.
Un día luego de pasear a su perro, Sandu Patrascu (Teodor Corban), un gestor automotor de buen pasar, escucha una pelea puertas adentro en la escalera camino a su hogar: Laura (Maria Popistasu) discute con quien parece ser su amante, Vali (Iulian Postelnicu), un hombre casado que también vive en el mismo complejo habitacional. Al salir del departamento, Vali se cruza con Patrascu por unos segundos, encuentro que derivará en desconfianza mutua a partir del momento en que la policía -más tarde, durante esa jornada- descubra muerta a Laura. Si bien Patrascu se obsesiona con observar a su vecino a la distancia, éste en cambio no es sutil en su vigilancia y decide inmiscuirse cada vez más en la familia del primero, conformada por su esposa Olga (Oxana Moravec) y su hijo Matei (Ionut Bora). En plena investigación policial, Sandu guarda silencio sobre lo que escuchó.
Como tantas otras obras similares, la realización examina los resquicios de la conciencia y juega con los límites de la responsabilidad social, oponiéndolos a un instinto individualista de autoconservación en el que el concepto de “protección” suele estar empardado con los prejuicios, la cobardía y un repliegue progresivo hacia el círculo de afinidades habituales. Muntean, al igual que sus colegas Corneliu Porumboiu y Cristian Mungiu, aprovecha con inteligencia las paradojas detrás de sus personajes pero en ocasiones abusa de los tiempos muertos narrativos y el ritmo aletargado, sobre todo considerando que gran parte de los productos destinados al mercado de los festivales internacionales utilizan estos mismos recursos. Un punto a favor del guión de Alexandru Baciu, Razvan Radulescu y el propio director es que mantiene alta la tensión y no ofrece respuestas explícitas a la coyuntura…