Tras diez años dedicados al motion capture (El expreso polar, Los fantasmas de Scrooge) Robert Zemeckis no podría haber encontrado mejor protagonista que Denzel Washington para volver al ruedo sin preocuparse por la calidad de la actuación de su principal protagonista. El ganador del Oscar por “Día de entrenamiento” interpreta al experimentado piloto Whip Whitaker, un hombre divorciado, conflictivo, alejado de su hijo y con claros problemas de alcoholismo y drogadicción. Casi por milagro, instinto dirá él al momento de defenderse en el posterior juicio por negligencia, logrará aterrizar un avión con fatídico destino de accidente. Para algunos héroe, para otros irresponsable, el informe toxicológico de Whip revela más de tres veces del alcohol permitido en sangre a la hora de volar el avión. Las fallas mecánicas y los deslices humanos se conjugan y se confunden al momento de determinar qué fue lo que ocurrió durante el aterrizaje forzoso en el que casi cien personas lograron salvar sus vidas.
El vuelo pone sobre el tapete el tema del consumo de drogas y alcohol por parte de aquellos que deben garantizar la seguridad de los pasajeros. ¿Hasta qué punto es meritorio que haya logrado salvar a casi todo el pasaje si lo hizo estando bajo la influencia de la cocaína? Este debate se plantea no sólo en pantalla, fuera del cine las opiniones también son muy disímiles. Si el choque se produjo por un error mecánico, ¿por qué culpar al único hombre capaz de resolver la situación? Si el alcoholismo no fue la causa de la catástrofe, ¿se lo debe juzgar por su adicción?
Washington interpreta con tanta sensibilidad a este hombre enfermo que uno siente lástima por él, en ningún momento podemos ponerlo en el lugar del villano de la historia. Ahora sí, entre “Catástrofes aéreas” de NatGeo y esta película se borran por completo las ganas de subirse a un avión.