Privilegio o disparidad de poder
El movimiento mayormente virtual del #MeToo se originó en el 2017 como una reacción símil bola de nieve a partir de las múltiples acusaciones de violación y acoso sexual sobre el excrementicio Harvey Weinstein, un magnate psicópata hollywoodense dueño primero de Miramax y luego de The Weinstein Company que durante tres décadas se dedicó a hacer lo que quisiese con sus empleadas sin que nadie hiciese algo al respecto cual secreto sucio a voces, sin embargo -como suele ocurrir con casi todas las olas culturales o sociales sin autocrítica y de influjo persecutorio- pronto el asunto derivó en la autoparodia y el ridículo tácito de la mano de una infinidad de alegatos cruzados en redes sociales que se parecían a una típica caza de brujas, a un pánico moral rosa y en el peor de los casos a una histeria colectiva semejante a aquellas de las décadas del 80 y 90 en torno al satanismo, el heavy metal, las capas menesterosas suburbiales, el hip hop y las sectas suicidas o de abusadores de niños. Así como todo nació desde la valentía de un puñado de actrices que fueron acosadas por Weinstein y en un principio hicieron olvidar a todos que formaban parte del mismo círculo del “privilegio blanco” del victimario, progresivamente su condición de multimillonarias apestosas ofició de búmeran porque puso en primer plano que el grueso del movimiento en cuestión respondía al feminismo blanco hiper pudiente o feminazismo fundamentalista o feminismo discriminador que se concentra sólo en burguesas de buen pasar y desconoce criterios de raza y clase social, centrales para constatar el hecho de que por cada hembra de clase media/ alta molestada hay miles de mujeres de minorías varias o de mayorías pauperizadas que sufrieron lo mismo o mucho peor, de allí que las denuncias iniciales de Rose McGowan, Ashley Judd y Gwyneth Paltrow terminasen tapadas en el candelero público con el transcurso de los años mediante los casos de Asia Argento, quien de acusar al magnate de Miramax pasó a ser acusada ella misma en 2018 de violación por parte del actor Jimmy Bennett, y del divorcio del 2022 de Johnny Depp y Amber Heard, dos borrachos violentos que borraron la línea de la autovictimización oportunista femenina.
Que la realización hollywoodense basada en una de las investigaciones periodísticas que dieron a conocer los abusos sistemáticos de Weinstein, Ella Dijo (She Said, 2022), dirigida por la alemana Maria Schrader y escrita por la británica Rebecca Lenkiewicz, haya sido un fracaso rotundo de taquilla simboliza a todas luces el agotamiento de una causa mundial que empezó siendo valedera, mutó en un macartismo misándrico hilarante y hoy por hoy cayó en un relativo olvido acompañado por algo de terreno político ganado, centrado sobre todo en la corrección política de vaginas secas/ antisexual (vuelta al feminismo blanco de derecha de los años 70 y 80 que niega toda libertad de expresión) y la paranoia de muchos hombres ante lo que perciben como una “amenaza latente” (nueva ola de misoginia aunque ahora mucho mejor organizada porque resulta muy fácil desbancar los argumentos y las tácticas del feminismo blanco por el generoso volumen de acusaciones falsas e hipérboles del #MeToo, su cyberbullying a lo Inquisición de la Edad Media y la discriminación de siempre de las cerdas caucásicas contra las mujeres negras, las latinas y las asiáticas que no ocupan posiciones gerenciales/ de poder como ellas y no cuentan con voz propia o acceso a la información, amén del hecho de que el #MeToo obvió por completo el accionar policial e industrias mucho más propensas al acoso que la del espectáculo en sintonía con la limpieza, la atención al cliente y la prostitución). Ella Dijo se basa en la investigación del 2017 para el periódico The New York Times de Jodi Kantor, Megan Twohey y Rebecca Corbett y en el libro homónimo del 2019 de Kantor y Twohey, pesquisa alrededor de Weinstein como depredador sexual que a su vez fue precedida por una homóloga que empezó antes aunque se publicó cinco días después del artículo original del 5 de octubre del 2017 de The New York Times, hablamos de una investigación paralela de parte de Ronan Farrow -vástago de Woody Allen y Mia Farrow- para la revista The New Yorker que fue frenada bajo presión del todopoderoso Weinstein por la cadena de TV para la que el periodista trabajaba, NBC, faena que llevaría a ambos medios a ganar en 2018 el Premio Pulitzer por Servicio Público.
La obra de Schrader, responsable de las interesantes Stefan Zweig: Adiós a Europa (Vor der Morgenröte, 2016) y El Hombre Perfecto (Ich bin dein Mensch, 2021), sigue prolijamente aunque sin demasiada imaginación u osadía el derrotero inicialmente en solitario de Kantor (Zoe Kazan), quien se entera de las “costumbres” perversas de Weinstein (Mike Houston) cuando McGowan (voz de Keilly McQuail) denuncia haber sido violada a los 23 años por el magnate, lo que deriva en acusaciones de acoso por parte de Judd (Ashley se interpreta a sí misma) y Paltrow (no interviene en persona) aunque sin la intención de hacerlo público a toda pompa por miedo a dañar sus trayectorias como actrices. La jefa de Kantor, Corbett (Patricia Clarkson), percibe el punto muerto y suma a la reportera más experimentada Twohey (Carey Mulligan), quien viene de una depresión posparto y de denunciar en balde a un Donald Trump, otro acosador cobarde de muy larga data, que llegó sin problemas a la presidencia, dúo que descubre la red de “contención legal” montada por Weinstein para que ninguno de los episodios llegue a juicio, un esquema que incluye conexiones con la fiscalía, abogados de alto perfil, pagos por debajo de la mesa, muchos acuerdos de confidencialidad e incluso la cooptación de mercenarios legales como la pancista Lisa Bloom (Anastasia Barzee), supuesto icono feminista que trabajó codo a codo con el amigote Harvey para dar de baja cada una de las acusaciones sobre su persona como consta en un libro de Farrow, Atrapa y Mata: Mentiras, Espías y una Conspiración para Proteger a los Depredadores (Catch and Kill: Lies, Spies, and a Conspiracy to Protect Predators, 2019), epopeya a su vez trasladada a una miniserie documental de HBO, Atrapa y Mata: Las Grabaciones del Podcast (Catch and Kill: The Podcast Tapes, 2021), de Fenton Bailey y Randy Barbato. El equipo finalmente consigue testimonios incriminatorios de varias asistentes de producción, secretarias y empleados polirubro de las empresas del multimillonario e incluso llega a un memorando interno de denuncia de Miramax escrito por una víctima, todo gracias a uno de los ex contadores de Weinstein con problemas de conciencia, Irwin Reiter (Zach Grenier).
En esencia perteneciente a la larga tradición de películas de investigación periodística y/ o judicial, esa que arranca en su faceta moderna con Todos los Hombres del Presidente (All the President’s Men, 1976), de Alan J. Pakula, sigue con JFK (1991), de Oliver Stone, El Informante (The Insider, 1999), de Michael Mann, y Zodíaco (Zodiac, 2007), de David Fincher, y llega hasta las recientes En Primera Plana (Spotlight, 2015), de Tom McCarthy, Sólo la Verdad (Truth, 2015), de James Vanderbilt, y The Post: Los Oscuros Secretos del Pentágono (The Post, 2017), de Steven Spielberg, Ella Dijo pretende acercarse a todas las anteriores para alejarse de la pirotecnia sarcástica del Adam McKay de La Gran Apuesta (The Big Short, 2015), El Vicepresidente (Vice, 2018) y No Miren Arriba (Don’t Look Up, 2021) y de paso recuperar la dimensión temática de El Escándalo (Bombshell, 2019), faena de Jay Roach acerca de la expulsión en 2016 de Roger Ailes de la cúpula de Fox News por sexismo y acoso reiterado, no obstante el resultado concreto honestamente no pasa de lo correcto ni llega a superar lo hecho por otros dramas testimoniales de los últimos años símil Reporte Clasificado (The Report, 2019), de Scott Z. Burns, Secretos de Estado (Official Secrets, 2019), de Gavin Hood, y en especial El Precio de la Verdad (Dark Waters, 2019), opus maravilloso de Todd Haynes acerca de la contaminación masiva en ríos y terrenos con ácido perfluorooctanoico a instancias de DuPont, mega mafia multinacional del segmento químico. El elenco está bien y asimismo el guión de Lenkiewicz, aquella de Ida (2013), de Pawel Pawlikowski, Desobediencia (Disobedience, 2017), de Sebastián Lelio, y Colette (2018), de Wash Westmoreland, pero el film en sí no va más allá de un resumen entretenido y algo estéril/ rutinario de los testimonios que llevaron a esa condena de 23 años de prisión para Weinstein, planteo que por lo menos sirve para ejercitar la memoria sobre la cultura del privilegio capitalista y difundir que las verdaderas heroínas fueron mujeres en puestos de nulo poder que dieron su testimonio y que en pantalla están representadas por Rowena Chiu (Angela Yeoh), Zelda Perkins (Samantha Morton) y Laura Madden (Jennifer Ehle).