Esos raros amores nuevos
Intensa película sobre las relaciones sociales trastocadas por ese condimento cada vez más polémico y ¿peligroso? que es el de la evolución tecnológica. Spike Jonze se pone muy fino con la cámara y con la formidable labor con los actores para brindar una historia tan desgarradora como tierna, pero a su vez reflexiva y muy apasionada.
Quizás estemos hablando de las mejores actuaciones de las respectivas carreras de Joaquin Phoenix y Scarlett Johansson, sobre todo esta última, que curiosamente sólo presta su voz (algo irónico, dado que su deslumbrante belleza es la que generalmente roba suspiros a los cinéfilos más acalorados). Phoenix, de una impresionante trayectoria, logra su papel definitivo con una ternura, inocencia y desorientación sentimental tan bien llevada a lo largo de las dos horas de metraje que resulta realmente gratificante el arco que construye su personaje, sobre todo si se tiene en cuenta que la mayoría de las escenas las encara él sólo guiado por una voz grabada.
Jonze nos pone en una primera persona casi inquietante, dejándonos vivir y percibir las cosas con la intensidad de Theodore, el personaje de Phoenix. Y con esta perspectiva la voz de Johansson nos resuena hasta el alma, entendiendo la hipnosis sentimental en la que cae ciego el protagonista.
Sin embargo, sería muy injusto para un film tan profundo dejarlo en una mera comedia romántica, ya que además hay toda una reflexión por parte del director y guionista respecto a cómo el crecimiento o avance de la tecnología atomiza nuestro alcance de relacionarnos directamente. Tema harto debatido entre especialistas en comunicación social, pero que en este caso está tratado con la delicadeza que este arte permite: los planos detalle, las texturas, los contraluces y la cadencia acompañada de la bellísima música de Arcade Fire (sobre todo el soundtrack The Moon Song, originalmente cantado por Karen-O pero durante la película interpretado por la misma Johansson), son uno de los tantos elementos de los que se sirve el particular realizador.
Y si bien el gag conceptual (un hombre enamorado de un sistema operativo) se agota hacia la mitad de la película, en la que quizás podía ser una gran idea para un cortometraje, y Jonze hace lo posible por reafirmar su condición (aparecen otras personas que se relacionan amorosamente con los “S.O.”, y hasta hay parejas “reales” que aceptan hacer citas dobles con estas otras extrañas parejas), en el proceso se permite una reflexión no sólo sobre el amor en este extraño contexto futurista –aunque no muy lejano, si lo pensamos bien- sino también de la belleza misma. Es que Jonze pone frente a Phoenix a varias de las más bellas actrices de Hollywood hoy en día (Rooney Mara, Olivia Wilde, Amy Adams) pero es la voz de la despampanante Johansson (y hasta la voz de Kristen Wiig en una escena híper sensual así como también muy hilarante) quien nos embelesa, nos entusiasma, nos enternece y nos deprime, en una de esas inexplicables montañas rusas de emociones a los que ya nos tiene acostumbrados a someternos el director de las geniales Being John Malkovich y Where the Wild Things Are.