Sobre el mutismo selectivo.
¿Qué sería del terror sin los arquetipos todo terreno del adolescente de pocas luces y el protagonista torturado en eterna búsqueda de redención, algo así como las dos caras de la misma moneda? Si bien muchos de los clásicos del género esquivan olímpicamente este tipo de reduccionismos en cuanto al desarrollo de personajes y la estructura dramática en general, a decir verdad gran parte del horror gira alrededor de alguna variante de los susodichos y hasta a veces un puñado de ejemplos consigue revitalizarlos, poniendo en primer plano aquello de que una vieja canción puede cobrar nueva vida en manos de un ejecutante habilidoso. Lamentablemente Ellos vienen por ti (Backtrack, 2015) se acopla a la tradición negativa de la vertiente y pasa a engrosar una extensa lista de films que pudiendo sacar fruto de sus sugestivos cambios de tono, terminan desaprovechándolos a pura desidia.
Hoy es el maravilloso Adrien Brody el encargado de componer al sufriente de turno, el psicólogo Peter Bower, quien viene de enterrar a su pequeña hija Evie como consecuencia de un accidente en vía pública y un descuido de su parte. Como sin sustrato sobrenatural no hay película, el señor recibe la inesperada visita de una niña llamada Elizabeth Valentine que eventualmente lo lleva a darse cuenta de que sus pacientes están muertos, los cuales a su vez fueron remitidos por un colega al que respeta mucho, Duncan Stewart (Sam Neill). Sin poder distinguir entre la realidad y su imaginación, pronto descubre que todos fallecieron en 1987 y que vivían en las cercanías del pueblito de su familia, False Creek, hacia donde se trasladará en pos de respuestas. La odisea comienza con un dejo a la J-Horror, luego muta en un drama de “pasado turbio” y desemboca en un thriller bucólico.
Por suerte el film le escapa en buena medida a los estereotipos de los fantasmas vengadores aunque a costa de caer en otros clichés, si se quiere “un poco” menos sobreutilizados: Ellos vienen por ti traiciona su título en castellano -y trae a colación la ductilidad del original en inglés- porque no se centra en un acecho espectral sino en la negación progresiva, los secretos de antaño y la certeza de que el ser humano terrenal puede transformarse sin problemas en un monstruo mucho peor que los tristes productos de nuestra fantasía. Todos estos tópicos ya habían sido explorados por el director y guionista Michael Petroni en opus correctos como Personalidad Múltiple (Possession, 2008) y El Rito (The Rite, 2011), propuestas que también respetaban la inteligencia del espectador pero que a fin de cuentas resultaban morosas en lo que atañe al despliegue macro de verdaderas sorpresas narrativas.
La cara de un Brody compungido soporta casi cualquier plano y hasta por momentos nos hace olvidar que cada giro del relato se ve llegar con muchísima antelación, circunstancia que conspira contra una obra que procura hacer del “mutismo selectivo” de sus personajes su insignia y/ o razón de ser. La culpa en tanto concepto está bien tutelada por la historia porque en el desarrollo encontramos distintos niveles que responden a las diferentes etapas de la vida del protagonista: el martirio de años y años por un cataclismo de su infancia desencadena el colapso del presente, que en términos prácticos funciona como una especie de espejo distorsionado de aquello que se pretende ocultar y que inevitablemente saldrá a la superficie (una lectura más compleja que la estándar dentro del género, vinculada a la literalidad de “tragedia-dolor-explosión anímica”). Sin embargo las buenas intenciones no alcanzan para tapar los baches y compensar un último acto deslucido y algo esquemático…