Dos almas rotas que se encuentran de manera accidental, así se podría resumir en pocas palabras Emma. En su tercer largometraje, el cineasta Juan Pablo Martínez habla sobre la complejidad de las relaciones humanas.
La película hace foco en la relación que logran formar dos personas que, cada cual a su manera, están aisladas del mundo. Por un lado está Anna (Sofía Rangone), una mujer polaca que vive en la Patagonia argentina y que no domina del todo -por no decir nada- el idioma español. Ella tiene que enfrentar sola un mundo que le es completamente desconocido. Por otro lado está Juan (Germán Palacios), un hombre de mediana edad, que trabaja en una mina de carbón en la ciudad de Río Turbio.
Un día, casi por arte de magia, el destino entrecruzará sus caminos. De esta manera, Anna y Juan comenzarán de a poco a construir una relación. Lejos de las historias románticas a las que el cine mainstream nos tiene acostumbrados, Emma plantea una relación en donde las serenatas de amor no tendrán lugar. El vínculo que se genera entre ambos personajes no se construye a través de las palabras y la música romántica, sino que todo se va desarrollando durante el sexo y, a veces, con el simple hecho de compartir un café.
Anna y Juan. Juan y Anna. Dos almas rotas y perdidas que se conectan tras su propia desconexión del resto del mundo. Mientras que Anna enfrenta la desaparición de su esposo, Juan se deja morir de a poco al rechazar tomar los medicamentos que debería. Emma es una película sobre el amor, pero también, y a igual medida, sobre la soledad. Es un film sobre la complejidad de las relaciones humanas y sobre cómo un pasado trágico y una vida solitaria pueden unir a dos personas.
Juan Pablo Martínez crea una historia donde lo importante no son las palabras. De hecho, el metraje casi no cuenta con diálogos. Lo que se ve tiene mucha más importancia que lo que se pueda decir. El guion transmite, de una manera casi literal, la soledad en la que están envueltos ambos protagonistas. Nada de lo que pronuncien en voz alta podría tener tanto valor como aquello que expresen con sus miradas. El cineasta brinda la menor información posible para que sea el espectador quien vaya descubriendo la trama de a poco.
Los colores y los paisajes son una parte fundamental de Emma, casi como un tercer protagonista. En su inicio la película cuenta con tonos más fríos y un paisaje completamente desolador que, por momentos, es hasta hostil. Hacia el final, en cambio, comienza a predominar una paleta de colores mucho más variada y cálida.