La argentina radicada en España, Marina Seresesky, escribe y dirige una película sobre tres personajes que compartieron grandes momentos de su vida y se reencuentran entre mentiras y secretos para iniciar un nuevo, quizás último, viaje.
Carlos Moreno es un hombre radicado en España junto a su esposa y su hija. Si bien lleva una vida tranquila, su pasado supo ser glorioso: fue un bailarín estrella de tango. Cuando recibe una llamada de su viajo amigo, Pichuquito, se entera de que quien fue su compañera de baile, Margarita, acaba de morir. Eso lo lleva a viajar a Buenos Aires, algo con lo que su mujer no está del todo de acuerdo. Pero al llegar a la ciudad que lo vio triunfar, se encuentra con que las cosas no son como le habían dicho y todo había sido parte de un engaño para realizar el extraño pedido de esta mujer: ir a ver al hijo que él no supo que tuvieron y que ella dejó en cuidado de alguien más en Mendoza.
Empieza el baile es entonces una road movie sobre cuatro ruedas de una vieja furgoneta que pone a tres personajes, viejos conocidos que hoy se desconocen, a unirse para un mismo destino. Como toda película de espíritu tanguero, hay pasiones, desencuentros, secretos, discusiones. Y como bien argentina, sus protagonistas disfrutan de una fugazzetta o un asado apreciándolas como únicas, imposible de encontrar de esta manera en otro lugar del mundo.
El trío de actores resulta clave para llevar adelante una historia bastante predecible pero no por eso menos encantadora, con momentos divertidos y conmovedores. A Darío Grandinetti le sienta bien el papel de quien se muestra duro por fuera, Mercedes Morán brilla como una mujer excéntrica y demasiado directa y picante y sorprende un Jorge Marrale con espíritu jovial y lúdico.
Los escenarios, una Buenos Aires céntrica o las rutas que perfilan hacia Mendoza, con un paisaje que se va tornando cada vez más montañoso, están bien utilizados y se convierten en un personaje más. Seresesky parte de un guion algo básico pero consigue narrar con oficio y que le permite desplegar temas como los viejos amores, la amistad y la nostalgia.
A la trama que por momentos se torna más dramática, las situaciones absurdas y los diálogos filosos le permiten conseguir un tono ameno que, incluso en algún momento álgido, se salva del golpe bajo aunque no puede escaparse de varios clichés.
Lo que una llamaría una feel good movie, películas que están para hacernos pasar un buen momento pero no intrascendente, que nos exponen ante situaciones de la vida que resultan universales y que nos pueden permitir hacernos preguntas o rememoras viejos sentimientos. Parece poco pero no lo es.