Hay expresiones que parecen haberse inventado para determinadas películas. Por ejemplo, el término “entrañable” seguramente surgió para definir a películas como Empieza el baile.
Carlos (Darío Grandinetti), un veterano bailarín de tango argentino, vive en Madrid, donde formó una familia y lleva una carrera exitosa. Entonces recibe un llamado de Pichuquito (Jorge Marrale), amigo y colega de la juventud, con una triste noticia: Margarita (Mercedes Morán), ex pareja de baile y ex pareja sentimental, acaba de morir. Carlos vuelve a Buenos Aires y enseguida descubre que fue una estrategia para que regresara. Margarita no sólo está viva: le revela que había tenido un hijo suyo, sin que él jamás se enterara durante su etapa española. Ahora deben ir a verlo a Mendoza, donde el ahora hombre de 30 años fue criado.
La directora Marina Seresesky presenta una road movie en clave de comedia dramática. Un viaje donde Carlos, al principio muy molesto por las mentiras, irá recuperando el fuerte vínculo con Margarita y Pichuquito. Aquí se impone la química entre Grandinetti, Morán y Marrale (se nota que son amigos en la vida real). La película bien podría haberse conformado con eso para funcionar, pero Seresesky va más allá. Detrás de los gags y de los diálogos filosos (los protagonistas tienen un humor ácido), hay una indagación en la nostalgia, los reencuentros, los valores, la amistad verdadera, el amor de toda la vida; el pasado, el ahora y lo que vendrá.
Empieza el baile cautiva con su humor y sus situaciones hilarantes y sus héroes tan imperfectos como queribles, pero no por eso pierde complejidad. De hecho, la comedia -como toda comedia bien hecha- habla de lo más profundo de uno mismo.