Pompa y circunstancia.
El cine catástrofe ha tenido un derrotero intra género que podríamos denominar “en línea recta”, sin mayores sobresaltos ni sorpresas formales, circunstancia que lo lleva a pelear la punta del ranking de las “estructuras cinematográficas” con condiciones de producción petrificadas. Si bien nace con los cataclismos ocasionales del período mudo y adquiere sus rasgos distintivos con las películas clase B centradas en monstruos de las décadas de los 40 y 50, recién con los ejemplos mainstream de los 70 llega a una suerte de “especialización” que le permite alcanzar la masividad. En aquellos años los grandes estudios se valieron de las debacles para balancear en taquilla los envites revolucionarios del Nuevo Hollywood.
Por supuesto que el revival mezquino de los 90 estuvo enmarcado en esa misma lógica de los blockbusters aunque ahora dedicando todo el presupuesto a los efectos visuales en detrimento de los apellidos ilustres de antaño (recordemos que el “gancho” principal de los 70 pasaba por ver a las máximas estrellas de la industria haciendo frente a las calamidades naturales). Lo paradójico del asunto fue que el andamiaje narrativo se conservó sin modificaciones, sometiendo a los pobres espectadores a introducciones de personajes por demás aburridas que duraban casi la mitad del convite en cuestión. Prólogos cada vez más mediocres se “alegraban” con la desaparición de la excusa del film, el elenco de luminarias.
Hoy este problema se hace más evidente porque la supuesta “espectacularidad” -que venía a reemplazar a los actores- ya se ha generalizado en Hollywood y ha sido naturalizada por un público acostumbrado a consumir la fanfarria sensorial más ambiciosa. En el Tornado (Into the Storm, 2014) es un rip-off de una de las propuestas más conocidas de aquella etapa, la soporífera Twister (1996): dejando de lado al verdadero protagonista, ese que el título se encarga muy bien de explicitar, la historia respeta al pie de la letra la presencia de un equipo de “cazatornados” e incluye detalles tradicionales del género (una familia de “gente común”) y otros más “actuales” (un dúo de lelos que se graban haciendo pavadas).
Una vez más durante el “desarrollo” inicial debemos sobrellevar por lo menos media hora de estereotipos y verborragia sin sentido hasta que comienza esa destrucción que pretende compensar la indiferencia ante personajes tan anodinos. Y nuevamente ocurre lo de casi siempre en el mainstream contemporáneo: una realización que no llega a ser mala resulta en esencia olvidable porque la suma de sus partes no conforma un “todo” satisfactorio: así nos quedamos en un aggiornamiento predecible (la estética de los falsos documentales), la poca ductilidad de la bella Sarah Wayne Callies (prácticamente repitiendo sus papeles de Prison Break y The Walking Dead), y un desenlace correcto, algo “demorado” y a pura pompa…