Esperanza de liberación.
Una película con Anthony Hopkins como un médico con destrezas psíquicas que ayuda al FBI a atrapar a un homicida en serie nunca puede ser del todo mala, por más que esté un tanto encorsetada por clichés que se arrastran desde la época de Pecados Capitales (Seven, 1995), aquella obra maestra de David Fincher que derivó en una larga lista de exploitations símil policiales hardcore. Hoy el enlace está llevado al extremo: Hollywood adquirió el guión de En la Mente del Asesino (Solace, 2015) con la intención de que se convirtiese en la secuela del thriller protagonizado por Morgan Freeman y Brad Pitt, ante la negativa de Fincher el proyecto se transformó en una propuesta independiente, y para colmo -una vez finalizado el rodaje- el producto terminó un par de años en el freezer por cambio de manos entre los distribuidores norteamericanos, suspicacia y problemas financieros de por medio.
Vaya uno a saber cuántas personas tocaron el texto a lo largo del tiempo, pero lo cierto es que los que quedaron en los créditos oficiales son Sean Bailey y Ted Griffin, responsables de una historia mediocre aunque simpática que toma prestados -además- elementos varios de La Zona Muerta (The Dead Zone, 1983), Sueños de un Asesino (In Dreams, 1999) y La Celda (The Cell, 2000). Como en tantos otras ocasiones en el pasado, el mayor placer que tiene para ofrecer el film se reduce a contemplar el desempeño del elenco y esperar que tal o cual actor gesticule “para la tribuna” en un papel hecho a su medida, que no requiere demasiado esfuerzo de su parte porque la experiencia previa lo facilita todo: más allá del insoslayable Hopkins, un verdadero genio en su arte, aquí también contamos con Jeffrey Dean Morgan, quien últimamente se reacomodó como un héroe imprevisto de la “clase B”.
El catalizador es tan viejo como la mentira y en esencia nos presenta a los agentes del FBI Joe Merriweather (Morgan) y Katherine Cowles (Abbie Cornish) recurriendo a los servicios de John Clancy (Hopkins), ya retirado en función de la debacle personal que le trajo la muerte de su hija por leucemia. Los tres se embarcan en la cacería de un psicópata muy singular que asesina a pacientes terminales -o a aspirantes a serlo- de la manera más delicada, higiénica e indolora posible, mediante un instrumento punzante clavado en la base del cráneo. Por supuesto que Clancy se tiene que guardar para sí distintas visiones en torno a tragedias futuras de sus compañeros (para no generar más pánico del recomendable) y eventualmente descubre que la presa de turno es un colega clarividente (el tono del relato es severo y se centra en la dinámica de las muertes piadosas en pos de la liberación del dolor).
Ubicándonos en el campo del cine de género contemporáneo y de cadencia un poco trash, la labor del encargado de llevar adelante la faena, el realizador brasileño Afonso Poyart, resulta correcta y bastante prolija, ya que consigue un registro dramático parejo entre los actores y no pasa vergüenza al tener que incluir el típico vendaval de escenas en 3D con situaciones congeladas y/ o desenlaces alternativos según las reacciones de los personajes, un refrito visual a la Matrix (The Matrix, 1999) pero ahora en “modalidad suspenso”. Indudablemente la película podría haber sido mucho mejor con un guión más aceitado y una carga menor de estereotipos, los cuales terminan neutralizando cualquier atisbo de profundidad en lo que atañe a la psicología de los protagonistas. En la Mente del Asesino se impone sólo como un placer culpable para aquellos que amamos los thrillers y nada más…