Hong Sang-zoom
Fui a ver En otro país junto a una amiga muy querida con la que no me encontraba desde hacía un tiempo injusto. Salimos. Yo, más feliz que bañero en el agua y ella con más sueño que un lobo marino. Charlando de Hong Sang-soo y la película, me dijo que no le gustaban mucho los zooms y yo le respondí que me encantaban, pero no tenía una idea de por qué la presencia de ellos en su cine. Vi algunas de sus películas, pero siempre en el furor de festivales, con otras tres películas por delante y por detrás, sin tiempo necesario de sueño. Y nunca había leído material crítico sobre su cine. Pensaba que tenían algo que ver con Woody Allen -cineasta con el cual es fácil encontrar cables- y nada más. Y es cierto, como dice Porta Fouz en su crítica en La Nación, que la modernidad en el cine del surcoreano no se encuentra en hacer evidentes los procesos formales de la construcción cinematográfica, como sí lo harían Godard o De Palma, o cualquiera, incluyendo a Woody Allen. La característica principal del cine de Hong es la amabilidad.
Si bien sus películas tratan sobre el cine, ese “sobre” adquiere más bien un sentido de espacialidad; no porque el director se ponga por encima de las acciones, los temas o sus personajes, pero sí por tomar cierta distancia, que más que respetuosa es fascinada y confiada en las posibilidades de ese universo de personajes. Cuando la acción o la falta de ella lo ameriten, los zooms se meterán sin pudor en la puesta en escena, a veces, hasta lo metiche.
Con mi amiga esa noche no bebimos tanto, algo que en cualquier otro momento hubiéramos hecho. Somos la resistencia, capaces de encontrarnos a almorzar un lunes en el centro mientras todos trabajan y, a las cinco de la tarde, ya haber tomado varios tragos, que son sólo el inicio de un tour de barras que puede terminar a la madrugada. Cuando era más chico, me preguntaba cómo hacían los periodistas o los detectives para estar siempre bebiendo en las películas norteamericanas. Y hoy sé que no es para tanto y que se puede. No llegamos a ser periodistas con mi amiga. Menos detectives. Y menos detectives salvajes. Hacemos lo que sabemos sentados en la barra o en alguna butaca de cine. Lo nuestro es la amabilidad.
Las tres Anna que interpreta Isabelle Huppert son francesas pero hablan en inglés, porque coreano (o vaya uno a saber cómo se llama ese idioma) no sabe. Cuando los otros personajes hablan ese idioma, en general es para que ella no se entere; tal vez alguna de las chicas le saca el cuero o le hace una escena de celos a un director encandilado por la belleza occidentalísima de la colorada. El idioma de los coreanos es nuevo para la Huppert y todavía no llega a entenderlo del todo, pero es hoy es, también, un idioma de cine.
Los personajes de Hong son siempre un poco extranjeros. Muchas veces porque efectivamente están de viaje y otras porque simplemente lo son. Y, cuando están de viaje, como en el caso de las Annas, puede adivinarse que tampoco quisieran estar en su casa. El alcohol es amigo de los pasajeros, por eso cuando viajamos solos, lo primero que necesitamos es encontrar un buen bar donde pasar las horas. El personaje pasajero sabe, también, que todo viaje termina y, frente a tan desoladora certeza, bebe y camina directo hacia el final. Los jóvenes suicidas de Tale of cinema están en su país desprovistos de un viaje que funcione como metáfora, pero también saben que todo terminará, así que beben, aman y se dirigen al final. Anna hace lo mismo y camina, con su botella, hacia el mar, pero la amabilidad de Hong le pone un bañero encantador que la rescate. Compañero como el alcohol, Hong atenúa los dramas de sus personajes y es por eso el humor en sus películas, o la composición cromática de sus planos siempre tan amenos; es por eso la falta de violencia en su modernismo.
Creo que ahora podría decirle a mi amiga por qué me gustan tanto esos zooms, recurso que resalta por su forma de intervención directa en una puesta en escena tan apacible. Esos zooms son como palmaditas para cuando los personajes de Hong quedan tildados o no saben cómo avanzar. O simplemente cuando necesitan ayuda, cuando están sintiéndose un poco tristes de más, un poco solos. Cuando el bañero le quiere decir algo que no le dijo todavía a Anna, sólo puede saludarla una y otra vez. Quiere pedirle que se quede, quiere darle un beso, y ella quiere que él le pida que se quede y la bese. Entonces ahí Hong mete sus zooms, como para apurarlos, para palmearlos. Después quedará en ellos lo que quieran o puedan hacer, pero Hong está obligado a aportar su grano de fílmico.
En todo este tiempo que no nos vimos, a mi amiga y a mí nos pasaron cosas como para vernos, pero cuando lo hicimos fue, como siempre, en el marco de la mayor amabilidad posible. Y así hablamos de los temas importantes lo mínimo y necesario, porque ya lo sabemos todo y porque, con un brindis y una palmadita, nos alcanza.
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