Sobre la depresión suburbana.
En la vereda diametralmente opuesta para con la mayoría de comedias que suelen llegar a la cartelera argentina desde tierras galas, En un Patio de París (Dans la Cour, 2014) es una rareza que consigue lo que parecía imposible a esta altura del partido, hablamos de inyectar un poco de vitalidad a una cinematografía nacional que en el campo de la farsa está volcada hacia el populismo y una irreverencia hueca que pretende convalidar la levedad general. Justo en este punto mucho no le podemos reprochar a los franceses porque su industria padece los mismos problemas que aquejan al resto del globo, léase el tratar de armonizar el sentir local, los recursos disponibles y el gusto de un público acostumbrado a Hollywood.
Si dejamos de lado a propuestas fallidas en la línea de Entre Tragos y Amigos (Barbecue, 2014), deberíamos abrir un paréntesis para aclarar que no todas fueron pálidas en lo que respecta al contexto inmediato comercial, pensemos para el caso en las recomendables -y bien diferentes- Yo, mi mamá y yo (Les garçons et Guillaume, à table!, 2013) y Dios mío, ¿qué hemos hecho? (Qu’est-ce qu’on a fait au Bon Dieu?, 2014), dos films que supieron quebrar esa tradición de mediocridad a la que nos referíamos anteriormente. El presente trabajo de Pierre Salvadori, todo un especialista en el devenir del corazón, combina la melancolía más meditabunda, cierta frialdad espástica y un cúmulo de ironías algo bizarras.
La premisa es muy sencilla y viene a iluminarlos -una vez más- acerca del hecho de que la ejecución concreta siempre es mucho más importante que los planteos narrativos de turno: Antoine (Gustave Kervern) es un músico que entra en una depresión aguda y decide abandonar su banda de rock, lo que eventualmente deriva en un empleo como conserje en un edificio de departamentos avejentados y una especie de amistad con Mathilde (Catherine Deneuve), una vecina obsesionada con la posibilidad de que el inmueble se esté hundiendo/ resquebrajando paulatinamente. Por supuesto que los “condimentos” tragicómicos de la trama pasan por los habitantes del complejo, sus caprichos y sus disfunciones psicológicas.
Aquí se destacan el retrato de un microcosmos suburbano en decadencia, en el que la pugna de voluntades desencadena roces sutiles, y el maravilloso desempeño de los protagonistas, con unos Kervern y Deneuve insuperables a la cabeza del elenco. Quizás por momentos Salvadori achata demasiado la progresión del relato, como si quisiera reproducir el tono monocorde del cine independiente norteamericano, pero por suerte complementa con gracia y desenfado el derrotero nostálgico de Antoine, nunca cae en el costumbrismo simplón y hasta se luce en el pequeño detalle de evitar las explicaciones alrededor del estado mental del señor, dejando a interpretación del espectador toda su liturgia del fracaso y la tristeza…