Un amor que renace tras el divorcio
La comedia de Nancy Meyers es tan desenvuelta como convencional y sosa
Se diría que las comedias romántico humorísticas en torno de personajes que han pasado hace rato los cuarenta son una especialidad de Nancy Meyers. No quiere decir esto que la directora y guionista norteamericana despliegue especial agudeza o imaginación al abordar esos temas ni que su sagacidad la habilite para traducir en apuntes irónicos todo lo que a esta altura de la vida ha podido observar mirándose a sí misma o a sus congéneres. Es, probablemente, que con sus films -amables, ligeros, superficiales- ha venido a satisfacer una demanda no satisfecha por Hollywood: no abundan las historias románticas entre gente de mediana edad. El público-especialmente el femenino- se lo agradece: basta el ejemplo de Alguien tiene que ceder.
Convencional
Meyers no arriesga nada. Sólo aplica una fórmula convencional y lo hace con cierta desenvoltura, apoyándose en el atractivo de sus intérpretes más que en la gracia del muy charlado guión o en la emotividad que pueda extraer de las situaciones. A ellos (más allá de los despistes de Baldwin y de la opacidad del papel que le tocó a Steve Martin), les alcanza con su presencia para sostener el interés de una platea que, como se presume, está bien predispuesta.
Exitosa en los negocios (es una experta cocinera), Streep es la elegante divorciada a quien su marido abandonó hace diez años para unirse a una mujer bastante más joven. La ceremonia de graduación de uno de los hijos del matrimonio obliga a un reencuentro entre los ex esposos, que han mantenido una relación amistosa pero a la distancia. La circunstancial convivencia, algún recuerdo que perdura y cierto exceso de alcohol, marihuana y risas terminan por poner todo patas arriba: de repente, la protagonista se encuentra representando el papel de "la otra". En medio, claro, están los hijos, lo que añade algunos condimentos a un plato que resulta fácilmente digerible, pero bastante soso.