Catedrales de la música
No alcanza con decir que Ennio Morricone (1928-2020) fue el mejor compositor de música para cine de la historia porque el aporte del italiano va incluso más allá gracias al hecho de que sus trabajos, de unas belleza y complejidad dignas de una ópera, son prácticamente los únicos que resisten ser escuchados de manera independiente con respecto a las imágenes de las películas de turno, sean éstas las que sean, para colmo en muchísimas ocasiones sus catedrales de la música sobrepasan de tal manera a los films que las inspiraron que toda la experiencia puede resultar sutilmente -o muy- vergonzosa debido a directores y propuestas narrativas que no estuvieron a la altura de aquello que el maestro podía ofrecer en términos artísticos para el “acompañamiento” sonoro en cuestión. Responsable de los que quizás sean los cuatro mejores soundtracks del séptimo arte, los correspondientes a La Misión (The Mission, 1986), opus de Roland Joffé, y El Bueno, el Malo y el Feo (Il Buono, il Brutto, il Cattivo, 1966), Érase una vez en el Oeste (C’era una volta il West, 1968) y Érase una vez en América (Once Upon a Time in America, 1984), todas de Sergio Leone, Morricone fue un compositor muy prolífico que trabajó para una catarata de luminarias que asimismo incluye a Giuseppe Tornatore, Gillo Pontecorvo, Roman Polanski, Pier Paolo Pasolini, Don Siegel, Sergio Corbucci, Henri Verneuil, Brian De Palma, Mauro Bolognini, Lucio Fulci, Warren Beatty, Lina Wertmüller, Pedro Almodóvar, Édouard Molinaro, Tinto Brass, Marco Bellocchio, Giuliano Montaldo, John Carpenter, Oliver Stone, Dario Argento, Bernardo Bertolucci, Quentin Tarantino, Damiano Damiani, Barry Levinson, Sergio Sollima, Mario Bava, Aldo Lado, John Boorman, Massimo Dallamano, Terrence Malick, Franco Zeffirelli, William Friedkin, Phil Joanou y los hermanos Paolo y Vittorio Taviani, entre muchos otros.
Morricone gozó de homenajes y premios de la más variada naturaleza aunque sinceramente faltaba un documental específico a toda pompa que cubriese su derrotero profesional de principio a fin, por ello mismo la llegada de Ennio (2021), de su amigo Tornatore, para quien musicalizó todos sus films entre Cinema Paradiso (Nuovo Cinema Paradiso, 1988) y Te Amaré Eternamente (La Corrispondenza, 2016), tiene un gusto innegable de justicia artística porque Giuseppe no se contiene para nada a escala pasional y/ o en materia de la profundidad del análisis histórico ofrecido y se aparece con un documental de 156 minutos fascinantes basados no sólo en toneladas de material de archivo y una edición prodigiosa sino también en una serie de entrevistas que el director realizó al compositor en la etapa final de su vida, por cierto optando por obviar cualquier referencia a su reciente muerte a la edad de 91 años con el objetivo implícito de reforzar esta idea que recorre por completo la propuesta biográfica, hablamos de la celebración de la obra del romano en su conjunto y de su carácter eminentemente eterno, de allí la ausencia de ese tono nostálgico/ melancólico/ necrológico de tantos convites semejantes y especialmente cuando aún está muy fresca la memoria de la desaparición física del honrado. Tornatore, por el contrario, edifica un retrato dinámico, arrebatador y muy efervescente que todo el tiempo pone en primer plano primero la facilidad del señor para la rauda composición de bandas sonoras, talento crucial para entregar sus más de 500 trabajos para el medio audiovisual en su trayectoria de seis décadas, y segundo la unificación en su persona y en su producción musical de las facetas experimental y tradicional en lo que hace a la composición y ejecución en sí, por un lado, y las consabidas música absoluta o pura y música programática o aplicada, por el otro lado.
Ennio es una faena exhaustiva a más no poder y no deja tema/ tópico sin tocar, pensemos en su infancia durante el fascismo, la influencia de su padre trompetista, Mario Morricone, su seguidilla estudiantil de títulos vinculados a la trompeta, la armonía, la instrumentación y la composición, su apego hacia Goffredo Petrassi durante su etapa en el conservatorio y el resto de su vida, sus primeros pasos en la industria cultural como compositor y arreglador fantasma en radio, teatro y televisión, su poco conocida labor -por fuera de Italia- como un extraordinario arreglador para canciones pop sesentosas en la RCA Victor, sus comienzos en el cine bajo seudónimos como Dan Savio y Leo Nichols, su debut con su nombre real en El Federal (Il Federale, 1961), film de Luciano Salce, su reencuentro con un Leone que fue compañero de colegio suyo durante aquella infancia en ocasión de la revolucionaria Por un Puñado de Dólares (Per un Pugno di Dollari, 1964), catalizadora de la llamada Trilogía del Dólar o del Hombre sin Nombre de El Bueno, el Malo y el Feo y Por unos Dólares más (Per Qualche Dollaro in più, 1965), su encasillamiento fugaz en el spaghetti western de los años 60 y 70, su vuelco sutil hacia el giallo y esa apertura internacional de las propuestas por venir, aquella participación entre 1964 y 1980 en el Grupo de Improvisación de Nueva Consonancia (Gruppo di Improvvisazione Nuova Consonanza), un colectivo avant-garde de músicos italianos inspirado en Karlheinz Stockhausen y John Cage, su “casi participación” como compositor en La Naranja Mecánica (A Clockwork Orange, 1971), del gran Stanley Kubrick, única película en la que le hubiese gustado intervenir aunque no pudo darse por su trabajo en Los Héroes de Mesa Verde (Giù la Testa, 1971), también del querido Leone, y por supuesto sus múltiples colaboraciones/ asociaciones con los realizadores mencionados.
Tomando como pivotes a películas adicionales como por ejemplo Pajarracos y Pajaritos (Uccellacci e Uccellini, 1966), de Pasolini, El Clan de los Sicilianos (Le Clan des Siciliens, 1969), de Verneuil, Queimada (1969), de Pontecorvo, Los Caníbales (I Cannibali, 1970), de Liliana Cavani, Investigación sobre un Ciudadano Libre de Toda Sospecha (Indagine su un Cittadino al di Sopra di Ogni Sospetto, 1970), de Elio Petri, El Pájaro de las Plumas de Cristal (L’Uccello dalle Piume di Cristallo, 1970), de Argento, Sacco & Vanzetti (1971), de Montaldo, Allonsanfàn (1974), de los hermanos Taviani, Novecento (1976), de Bertolucci, El Desierto de los Tártaros (Il Deserto dei Tartari, 1976), joya de Valerio Zurlini, Días de Gloria (Days of Heaven, 1978), de Malick, Los Intocables (The Untouchables, 1987), de De Palma, Camino sin Retorno (U Turn, 1997), de Stone, Sostiene Pereira (1995), opus de Roberto Faenza, La Leyenda de 1900 (La Leggenda del Pianista sull’Oceano, 1998), del propio Tornatore, y Los 8 más Odiados (The Hateful Eight, 2015), de Tarantino, el film sopesa también la importancia de su afición por el ajedrez, constante analogía para con la férrea estructuración lógica de la música, y de sus colaboraciones con diversas orquestas y cantantes femeninas como Joan Baez o Dulce Pontes, en esencia exitosas actuaciones en vivo que compensaron el ninguneo conjunto de los barones de la “música culta” europea y de los Oscars, una estatuilla ya muy tardía de por medio por Los 8 más Odiados y un Oscar honorífico en 2007. Como aseverábamos con anterioridad, Ennio viene a corregir el faltante en el terreno de los homenajes cinematográficos hiper ambiciosos a la altura del legendario Morricone, aquí enaltecido por colegas como John Williams y Hans Zimmer y entronizado en general como una figura inmortal que ha llevado a las lágrimas a legiones de cinéfilos…