El rojo y el azul Enseñando a vivir (Il rosso e il blu) muestra la escuela, y los personajes típicos de ella, pero no los que estamos acostumbrados a ver en la películas norteamericanas, sino esos que fueron parte de nuestra vida educativa. El profesor emblema, ese que está ahí desde antes que nosotros naciéramos; la directora que procura verse más severa de lo que sabemos que es; el profesor joven, que pretende mostrar lo maravillosas que son esas cosas que inevitablemente entenderemos años después de terminar la escuela; y los alumnos, aquellos adolescentes tan desprotegidos por el sistema que pretende educarlos. Todos ellos en el cálido contexto del cine italiano contemporáneo, que brinda realismo con una dosis de humor negro, y una forma cotidiana pero profunda de mostrar las emociones. Cotidiana, porque son este tipo de hechos los que organizan las tramas: un resfrío, un libro viejo, el perder una lapicera, entre otras cuestiones. Interpretaciones como la de Roberto Herlitzka encarnando al conmovedor profesor Fiorito merecen la pena ser vistas, más allá de que por sí es un personaje de lo más interesante. Por su parte, el actor Riccardo Scamarcio caracteriza a un personaje que lejos del Step de Ho voglia di te (2007) que lo hizo saltar a la fama, de alguna manera aún responde a ese physique du rôle, en versión adulta. Margherita Buy, como es de esperar ofrece una interpretación digna de su trayectoria, haciendo de la directora Giuliana un personaje de múltiples capas que se leen a través de sus ojos. Los adolescentes no se quedan atrás, sobre todo Davide Giordano, quien da vida a Enrico Brugnoli un alumno que de pronto se encuentra solo y enfermo. Giuseppe Piccioni aporta un guión interesante, basado en el libro homónimo escrito por el periodista y profesor Marco Lodoli; y se rodea de un buen elenco, pero esto no sería suficiente sin el trabajo de este director que sabe equilibrar las tramas y las formas, logrando mostrarlas de una agradable manera. En síntesis, Enseñando a Vivir es una película para pasar un momento ameno y pensar en ciertas cosas que a veces pasamos de largo… Ahora bien, ¿Por qué El rojo y el azul del título de esta review? Ese es el nombre original de la película y creo que refleja de mejor manera la esencia de la misma, claro que para entenderlo hay que verla. Por Julieta Lupiano
La meritocracia romana. Las películas centradas en el ámbito educativo por lo general acentúan sólo una de las tres dimensiones intervinientes, léase la propia escuela (en tanto institución de control orientada a una socialización que gusta de vanagloriarse de una excelencia más etérea que real, lo que casi siempre deriva en el fracaso más rotundo y en la reproducción de los peores males de la sociedad), los docentes (por un lado tenemos a los profesionales frustrados condenados a la mediocridad, y por el otro están los maestros con una verdadera vocación pedagógica), y finalmente los alumnos (un bastión heterogéneo que combina la abulia con cierta militancia en pos del cambio y la lucidez, esa misma que en la vida adulta se irá apagando en favor del conformismo y esos callejones sin salida insertos en los diferentes estratos del trajín diario). Por suerte Enseñando a Vivir (Il Rosso e il Blu, 2012) cuenta con la cintura suficiente para ofrecer un retrato de lo más completo de las múltiples capas que se dan cita en cada uno de los tres niveles de esta dialéctica de la formación comunal, redondeando un croquis muy interesante de las contradicciones presentes en la praxis educativa. El film elige desarrollar dos historias principales en paralelo, las de los profesores Prezioso (Riccardo Scamarcio) y Fiorito (Roberto Herlitzka), complementándolas a su vez con diversas subtramas: mientras que el primero es el típico substituto lleno de bríos que termina obsesionándose con una estudiante problemática, el segundo es un docente veterano, malhumorado y nihilista que se sorprende ante la efusividad e insistencia de una ex alumna, quien anhela un “reencuentro”. En lo que respecta al régimen narrativo suplementario, en primera instancia está el periplo de una pareja de jóvenes que la van de solipsistas e incomprendidos hasta que las ironías de la cotidianeidad los terminan turbando, y luego tenemos la encantadora relación entre Giuliana Ferrario (Margherita Buy), la directora del colegio secundario de turno, y Enrico Brugnoli (Davide Giordano), un estudiante que ha sido abandonado por su madre. El realizador Giuseppe Piccioni construye desde la paciencia y la minuciosidad un relato en mosaico que analiza la idiosincrasia agridulce de los personajes, sin apelar a los facilismos de la contemplación arty a la francesa y siempre confiando en que los marcos simbólicos del aula -y su afuera- constituyen de por sí el motor de una convivencia llena de paradojas. Si bien la propuesta cae en una especie de relativismo que desdibuja sistemáticamente cada pequeña “certeza”, esta estrategia le permite cuestionar de manera cruzada los roles (el bonachón puede recurrir a la crueldad y el desapasionado puede volver a sentir placer) y además hace posible una perspectiva humanista (capaz de comprender las vueltas anímicas de cada personaje en función de su entorno). Piccioni demuestra una gran inteligencia en el arte de aunar sutileza dramática y una crítica a esa meritocracia que no sólo rige el enclave pedagógico de Roma sino también el autóctono. La insatisfacción apática del alumnado, la exclusión que viabilizan los colegios y la ausencia de una formación multidisciplinaria por parte de los docentes son distintas facetas/ estadios de la crisis educativa contemporánea…