La última película del director argentino radicado en Francia, Gaspar Noé, se basa en un concepto genial: un plano secuencia en primera persona.
La secuencia inicial de títulos, es un frenesí de sonidos y colores, que bien podrían ser los utilizados al comenzar una sesión de lavado de cerebro; básicamente una locura. Fiel al estilo del director, nos encontramos con algo fuera de lo común desde el comienzo.
Al iniciar el relato, cuesta comprender que está sucediendo y que rol juega la cámara. Luego de unos dos minutos, ya comprendemos el concepto y empezamos a adentrarnos en la historia. La misma cuenta sobre Oscar (Nathaniel Brown) y su hermana Linda (Paz de la Huerta). Ellos son hermanos norteamericanos que actualmente viven en un monoambiente en Tokio, Japón. Linda es bailarina stripper y Oscar un dealer-consumidor de diferentes drogas.
Luego del diálogo inicial entre ellos, ella se va a trabajar y él se queda consumiendo una de sus drogas. Este es uno de los primeros momentos geniales de la película. A través de los ojos del protagonista, podemos ver las alucinaciones provocadas por la ingesta, y casi que podemos sentir los efectos en nuestros cuerpos. Este “viaje” es interrumpido por una llamada de uno de sus clientes, quien le pide que se acerque al bar “The Void”, para entregarle su mercancía. Oscar acude al pedido, junto con un amigo que decide esperarlo afuera, debido a que no le gusta ese lugar.
Al llegar al bar de mala muerte, Oscar es emboscado por la policía de Tokio y se esconde en un baño. Aquí la película recibe el mayor punto de giro (lo mejor de la película a mi criterio), y comienza una nueva experiencia muy interesante, que se extenderá a lo largo de la película, hasta el final.
Durante la misma, se cuenta la vida de los hermanos, desde su infancia donde pierden a sus padres y son llevados a un orfanato (separados), hasta su adolescencia y su estadía en Tokio.
En mi humilde opinión, es una gran película, con un gran relato y llena de detalles exquisitos, pero innecesariamente larga. La misma dura dos horas y treinta minutos, los que en un momento se vuelven una agonía insufrible y no puedo evitar pensar “¿cuándo termina?”. No obstante, el final es muy bueno y ayuda a sentir que todo lo tolerado hasta el momento valió la pena.
Este tipo de películas son como un alfajor de maicena. Al principio se disfruta mucho, en el medio empieza a costar digerirlo y finalmente terminarlo es casi un reto. Una vez que se digirió, solo resta pensar “qué bueno que estuvo”.