La impotencia de los inocentes
Desde hace mucho tiempo que no nos encontrábamos con una propuesta de género tan refrescante como Enterrado (Buried, 2010). Esta extraordinaria coproducción entre España, Estados Unidos y Francia fue realizada casi por completo por un equipo hispano comandado por Rodrigo Cortés, aquí entregando su segundo largometraje a posteriori de la correcta Concursante (2007). A primera vista pareciera que con semejante título ya está todo dicho en lo referido a la trama del film, sin embargo aún falta una aclaración fundamental: el protagonista de turno padece de una enfermedad congénita que podríamos denominar “nacionalidad norteamericana”, esa lamentable dolencia cuyos efectos curiosamente sufre el resto de la humanidad y sólo muy de vez en cuando el portador.
Los minutos iniciales plantean el contexto general de la experiencia: Paul Conroy es un camionero estadounidense que despierta dentro de un ataúd de madera, sepultado vivo debajo de una enorme cantidad de tierra. El hombre trabaja para una de esas empresas responsables de la “reconstrucción” de Irak luego de la invasión de George W. Bush y compañía. Así las cosas, pronto utiliza su encendedor para descubrir que su margen de maniobra se reduce a las dimensiones del féretro y las posibilidades que brinda un celular ubicado a la altura de sus pies. La película lleva el minimalismo formal al límite de ni siquiera recurrir a flashbacks o bifurcaciones argumentales, dos de los recursos más empleados a la hora de amenizar ambientes perentorios de una claustrofobia esencial.
El asunto tan poco feliz de que nos “confundan” -por impericia o a voluntad- con un cadáver ha sido explotado en innumerables ocasiones por el cine, en un trayecto terrorífico que va desde la primigenia El Entierro Prematuro (Premature Burial, 1962) hasta la reciente Kill Bill: Vol. 2 (2004). En esta oportunidad el encargado de interpretar a la víctima no es otro que Ryan Reynolds, una verdadera sorpresa considerando su paupérrimo currículum hasta la fecha. El actor está maravilloso en el rol precisamente porque no le exige demasiado y su semblante de “ciudadano promedio” calza perfecto en el leitmotiv del proyecto, vinculado a las repercusiones del accionar imperialista de las potencias globales (los captores tienen una simpatiquísima pyme especializada en secuestros de contratistas).
Si la historia crea un verosímil apremiante que desespera al espectador, obviando con inteligencia atajos estereotipados, sin dudas es mérito absoluto del tándem compuesto por Cortés, su director de fotografía Eduard Grau y el guionista Chris Sparling. Más allá de la labor particular de Reynolds, el dinamismo visual juega un papel muy importante en el desarrollo narrativo de un thriller de horror de estas características, tan pesadillesco como ingenioso. En síntesis, Enterrado es un prodigio inigualable en cuanto a puesta en escena, intensidad dramática y aplicación concreta de los principios que regían la obra del gran Alfred Hitchcock: a través de un cinismo de fructíferas inclinaciones políticas, el film analiza la hipocresía estatal, el hambre de lucro y la triste impotencia de los inocentes…