El espejo del cine.
Uno de los grandes estatutos del arte orientado a la reflexión ombliguista dictamina que el mismo proceso de creación debe ser puesto en primer plano con el fin de revelar los hilos detrás de la ilusión, bajo la cual -a su vez- se esconde una industria como cualquier otra dentro del entramado capitalista. El cine no escapó a esta estrategia retórica y desde épocas remotas nos ha regalado un sinfín de obras que analizaron los sinsabores que caracterizan a la “cocina” de los films, con clásicos de la talla de 8½ (1963), El Desprecio (Le Mépris, 1963), La Noche Americana (La Nuit Américaine, 1973) y El Estado de las Cosas (Der Stand der Dinge, 1982), todos ejemplos dramáticos con muchos detalles de índole satírica.
Ahora bien, con el transcurso de las décadas la entonación promedio fue mutando desde la melancolía hacia el cinismo exacerbado, con propuestas amargas en la línea de Barton Fink (1991), Las Reglas del Juego (The Player, 1992), Ed Wood (1994), La Sombra del Vampiro (Shadow of the Vampire, 2000), El Ladrón de Orquídeas (Adaptation, 2002) y Una Guerra de Película (Tropic Thunder, 2008). Si bien la bandera del subgénero continúa siendo El Ocaso de una Vida (Sunset Boulevard, 1950), una de las tantas obras maestras de Billy Wilder, lamentablemente nunca faltan los bodrios vacuos que divagan a nivel narrativo con el único propósito de celebrar la frivolidad, como es el caso de la mísera Entourage (2015).
Esta adaptación de la serie televisiva de HBO, que duró 8 temporadas emitidas entre 2004 y 2011, retoma la historia de Vincent Chase (Adrian Grenier), un actor hollywoodense en eterna complicidad con su grupo de amigos de la infancia, hoy transformados en eslabones de su cadena profesional. Cuando el señor quiere dirigir su primera película, de inmediato consigue el visto bueno por parte de Ari Gold (Jeremy Piven), su ex agente reconvertido en CEO de estudio. Chase se pasa del presupuesto asignado y debe soportar la opinión del principal financista Larsen McCredle (Billy Bob Thornton) y de su hijo Travis (Haley Joel Osment), quien desea eliminar de cuajo la participación del hermano de Vincent en el film.
Lo que a priori parecía una oportunidad para llevar más allá un show simplón, rápidamente muta en un cúmulo de escenas anodinas en torno a la levedad reflejada de determinado sector del mainstream actual; para colmo sin autocrítica y por supuesto con un montón de cameos sin sentido (Jon Favreau, Pharrell Williams, Liam Neeson, Mark Wahlberg, Mike Tyson, Jessica Alba, Armie Hammer, etc.). Quizás la mayor paradoja la encontramos en ese objetivo -muy difuso- centrado en la “defensa” de la integridad artística del opus desde la más pura superficialidad, léase sin argumentos de ningún tipo, amoldándose de lleno a los parámetros de la industria y ensalzando la estupidez suprema de todos los responsables…