Dubitaciones culinarias.
Confirmando ese viejo adagio que ratifica el sex appeal universal del drama y la dificultad que suele arrastrar la comedia a la hora de “congeniar” con públicos segmentados o de orígenes diversos, casi todos los intentos bufonescos provenientes de Francia han caído en el olvido o la incomprensión cuando pretendieron cruzar las fronteras, a diferencia de las tragedias y su semblante taciturno. Si bien en el pasado hubo períodos de mayor esplendor, la llegada comercial de las comedias galas históricamente ha dejado mucho que desear y en ello jugó un papel fundamental la obsesión para con la duplicación de los engranajes hollywoodenses, los cuales una y otra vez aparecen trastocados hacia el tono costumbrista.
Si por un lado esa misma inflexión localista construyó muros alrededor de un género que ha sabido entregar joyas de distinta índole, también resulta innegable que el éxito autóctono de los convites en cuestión ha permitido el surgimiento de un gran número de films que vistos desde afuera hasta pueden llegar a molestar en su limitación populista bobalicona. De hecho, esto nos encauza a la calificación por antonomasia del popurrí cómico francés: más allá de los híbridos y sus variantes, en primera instancia tenemos películas increíblemente simplonas que se guían mediante premisas narrativas tan antiguas como el cine, y luego están los ejemplos semi intelectuales que rapiñan opus de la independencia estadounidense.
Hoy nos topamos con un representante del segundo grupo, específicamente focalizado en su vertiente coral y una polvorienta “relación entre amigos”: Entre Tragos y Amigos (Barbecue, 2014) hace eje en una cofradía de cincuentones, sus encuentros culinarios, dubitaciones, experiencias de vida y vaivenes amorosos. Como si se tratase de una relectura extremadamente light de la recordada La Decadencia del Imperio Americano (Le Déclin de l’Empire Américain, 1986), la trama gira en torno al “destape” de Antoine Chevalier (Lambert Wilson) a partir de que el susodicho sufre un infarto a pesar de haber llevado una existencia saludable, lo que por supuesto modifica su ideario y repercute en su predisposición hacia el resto de los mortales.
Así las cosas, el protagonista aprovecha una salida vacacional conjunta para desparramar confesiones que bordean el sincericidio, le ganan fama de “áspero” y abren un proceso de incertidumbre en lo referido a la definición concreta de la amistad y sus implicaciones. Dejando de lado el carisma de Wilson y las buenas actuaciones del elenco en general, la propuesta no logra superar una medianía por momentos muy frustrante, ya que el guión de Héctor Cabello Reyes y Eric Lavaine (éste último también director) muestra señales irrevocables de potencialidad desperdiciada. La acumulación de estereotipos y la torpeza en las resoluciones vinculares terminan dilapidando la enorme química entre los intérpretes…