Compulsión a la repetición
La trama de Escándalo Americano gira en torno a Irving Rosenfeld (un Christian Bale luciendo gordo y pelado que renienga de su condición capilar) un hombre que tiene una cadena de tintorerías que tapan su “negocio” real: él es un estafador que finge ser prestamista. Irving no sólo tiene que sostener una actuación en su ámbito laboral, sino que en su vida personal debe hacer lo mismo ya que es un hombre casado, que en una fiesta conoce a Sydney Prosser (Amy Adams), una bella mujer que comparte gustos musicales con él y quien además lo entiende a la perfección. Al poco tiempo ella se convierte en su socia, y se hace pasar por una aristócrata británica llamada Lady Edith Greensley que tiene contacto con grandes bancos, quien eventualmente comienza una relación amorosa con Bale.
El drama novelesco no puede faltar, y por ello uno de los conflictos está centrado en Irving ya que no se atreve a dejar a su mujer Rosalyn (Jennifer Lawrence), una rubia con tanta inestabilidad como aptitud para la manipulación que está empeñada en no divorciarse. A este drama se suma otro mayor: el duo estafador es atrapado por un agente del FBI, Richie DiMaso (Bradley Cooper), quien les propone un “arreglo” para evitar ir a la cárcel: deben ayudarlo a atrapar a grandes políticos corruptos ( entre los que entra Renner) haciendo uso de sus habilidades para las estafas. Hasta ahí va todo más o menos bien, a no ser porque esta historia la vimos varias veces, (la referencia más próxima que todos tenemos es Casino de Martin Scorsese, aunque en realidad toda la obra del legendario director nos viene a la cabeza) y contada de mejor forma.
Más allá del abordaje, las actuaciones son de un gran nivel en los cinco personajes principales; siendo Bale y Adams los que mejor manejan sus roles ya que le dan más verosimilitad al relato que cuando Cooper y Lawrence copan la pantalla -sí, Lawrence no es la película, como se viene diciendo hace días-.
Además el nuevo film de Russell tiene algo de inestabilidad que puede encandilarnos o llevarnos al punto máximo de hartazgo: hay giros de trama y de tono todo el tiempo; tal vez para no dejar de sorprender al espectador y para lograr mantener su atención; pero esta herramienta se vuelve tan repetitiva que termina justamente cayendo en eso, en el aburrimiento. Excesos a veces muy bien utilizados pero a veces, la mayoría… innecesarios.
Que se entienda bien: los excesos son en cuanto a estrategias actorales (mucho grito desmesurado en escenas que quedan “colgadas” dentro de la película y que carecen de la intensidad que pretenden transmitir), vestuarios archi mega cargado de escotes extremos que se lucen las 24 horas del día, texturas superpuestas; y peinados exagerados que coronan este pastiche que aspiraba a ser una sola pieza narrativa, pero que de tantos saltos temporales, cambios de estilos y de narradores, no termina de unificarse en un sólo producto que el espectador puede disfrutar. Tal vez esto tenga que ver con que durante una primera mitad la película parece fluir mejor, con más calma… pero luego todos los conflictos comienzan a bombardear al espectador: el drama amoroso-familiar, la tragicomedia, el arrepentimiento e intento de recuperar amistades, la denuncia política, el film-noir, etc, etc, etc.Todo eso en los veinte, veinticinco minutos finales del film que concluye con una reflexión moralista sobre el sueño americano y que si bien es exagerada en muchos aspectos, desde el guión los excesos que la trama propone quedan invisibilizados en comparación con los que sí vemos en la dirección de arte.