Las paradojas del sadismo conservador
La década del '70 fue una época extrema para el cine. Hasta la recuperación absoluta del control que las majors perdieron durante buena parte de los '60 y los '70, pero que recuperarían en los '80, el cine de los '70 supo ser rico y variopinto en las posibilidades y experimentaciones de distinto tipo. Una de ellas, sin lugar a dudas, entre las muchas y variadas formas de las llamadas “explotation movies” (películas pensadas originalmente para un entretenimiento liviano y clase C propio de autocine), supo ser la descarada I Spit on Your Grave (Meir Zarchi, 1978) ¿Pero qué es esta película original de 1978 cuya remake se estrena ahora en los cines argentinos? Es, esencialmente, una de las últimas películas del deleznable explotation llamado rape & revenge movies (o, básicamente, películas de violación sexual y venganza).
Contrario a lo que suele difundirse sin mucha precisión, la película original allá por finales de los '70 no abría un ciclo sino que parecía cerrarlo -al menos dentro de los códigos de crueldad extrema que podía permitir su pertenencia al cine de terror, algo discutible, por cierto-. Desde El Manantial de la doncella (Ingmar Bergman, 1960) hasta Paranoia - La última casa a la izquierda (Wes Craven, 1972) desde Los perros de paja (Sam Peckinpah, 1971) hasta They Call Her One Eye (Bo Arne Vibenius, 1974), desde El vengador anónimo (Michael Winner, 1974) hasta Ms. 45 - Angel de venganza (Abel Ferrara, 1981), el cine siempre jugó a exponer el sadismo del espectador por partida doble: sometiéndolo al sadismo voyeurista de una violación a la vez que al voyeurismo destructivo de la venganza leída como justicia…por mano propia. En los casos mencionados, la venganza la llevaba a cabo la misma víctima o sus familiares, lo que multiplicaba el carácter fuertemente conservador del subgénero, defendiendo la célula familiar como último bastión civilizado ante la barbarie.
Si bien la década del '80 no estuvo exenta de casos semejantes, lo que si supo hacer fue darle un cariz más legalista (la violación tiene como contraparte un juicio categórico: la única justicia es la del estado de derecho, para decirlo en pocas palabras) o más moralista en los términos de condenar la violencia mostrada (se juzga, hipocresía mediante, la violencia que a la vez se muestra). En este sentido, de a poco el subgénero fue desapareciendo perdido en telefilms y las salvajadas de la década anterior, fueron echadas debajo de la alfombra.
Quizás sea por esa lenta muerte que Escupiré sobre tu tumba todavía persiste como un ejemplo máximo del canon: en aquella película la moral era la más retrógrada del ojo por ojo - diente por diente, las vejaciones de todo tipo eran devueltas con más vejaciones y violencia todavía. Y en definitiva la sensación era la de asistir a un circo bestial, una versión en vivo de Tommy y Daly de Los Simpson.
Pero si la versión original supo tener el coraje desgraciado de llevar todos los límites posibles del sadismo hasta donde la trama lo permitía (al menos sin caer en las abstracciones intelectuales del Pier Paolo Pasolini de Saló o los 120 días de Sodoma), la versión de 2010 lleva consigo una ventaja adicional: lo que en los '70 era un problema de exhibición debido al alto grado de violencia explícita, en las actualidad está allanado por películas como Hostel o El juego del miedo (en cualquiera de sus siete versiones): todo esto significa ni más ni menos que un festival de torture-porn disfrazado de explotation retro. Quizás sea por eso que la película tienda a ser clasificada dentro del género terror. Pero básicamente es porque en ese género es donde se da la coartada para el sadismo y su imaginario multicolor.
La película narra la misma historia que la versión original pero con algunos aditamentos: hay celulares, cámaras de video, mayor sadismo en la resolución de las muertes y una violación extendida pero meticulosamente moralista (la puesta en escena de la violación que se concentra más en exhibir la violencia sin tapujos pero evita casi por completo mostrar el cuerpo desnudo de la protagonista: extraña forma de pudor). El argumento es pequeño y simple: una mujer viaja a un pueblo perdido y se hospeda en una cabaña para escribir una novela. Sin saberlo es vigilada por jóvenes pueblerinos en busca de sexo. Una noche ingresan al lugar y la violan extendidamente en dos tiempos, inclusive formando parte de la violación el mismo jefe de policía (en esta versión, semejante modificación busca justificar irremediablemente la venganza: ya que ni siquiera las fuerzas de seguridad son confiables). Tras el abuso y una espantosa golpiza y tortura con ahogo incluido, los hombres creen muerta a la víctima (aunque en la remake la víctima cae a un río caudaloso azarosamente al intentar escapar a los tumbos) y se alejan. Es la víctima quien vuelve -de la muerte deberíamos decir- y se cobra su deuda uno por uno con ingeniosas formas de matar, deudoras del Darío Argento de Suspiria e Infierno. Finalizada la faena, con la llegada del nuevo día, llegan los títulos finales y la tarea cumplida.
Pero… ¿Cuál es el problema central de Escupiré sobre tu tumba en su versión 2010? Quizás el mismo que el de su homónima, pero empeorado: no es su especial sadismo, su propuesta brutal de someter al espectador a una desigual contienda en donde en la butaca nuestros ojos también son vejados una y otra vez, sino su incapacidad de escapar a su moralismo descarado, es decir, a su pobre doble estándar que no le permite asumir la salvajada de exhibir el desmembramiento, el descuartizamiento, la mutilación de un cuerpo sin dar una explicación previa o posterior. Es, en definitiva, una variación reaccionaria de los valores morales más radicalmente conservadores y no una celebración materialista como si puede asumir el gore como subgénero. Ahí es en donde sus limitaciones estéticas, su ingeniería para espantar, caen en el saco vacío del aleccionamiento: “tené cuidado nena, llevate el gas pimienta esta noche, la calle está pesada”.