¿La promiscuidad en crisis?
Y aquí tenemos otra de esas comedias insoportables con las que el Hollywood más palurdo pretende seguir bajando y bajando el nivel intelectual de lo que otrora fue un género cuya riqueza y variedad no tenían nada que envidiarle a cualquier representante dramático. El responsable de turno vuelve a ser Judd Apatow, figura clave de la última década en lo que respecta a la difusión de este modelo de pastiche capado que celebra la estupidez formal y la vulgaridad carente de todo sustrato ideológico valioso, ambas masticadas y regurgitadas para un público burgués compuesto casi exclusivamente por treintañeros y algún que otro cuarentón que aún vive en la adolescencia consumista, esa “edad de oro” de la frivolidad.
Como era de esperarse, nos encontramos con una estructura narrativa orientada hacia un seudo progresismo que se muerde la cola, ahora con una protagonista, Amy (la monótona Amy Schumer, también firmando el guión), comportándose como hombre o mejor dicho, como el espécimen más tonto de la fauna masculina a ojos de los cineastas. El film desde la primera escena nos aclara a pura paradoja que la señorita se la pasa de fiesta, ensalzando las drogas y la promiscuidad irresponsable, porque papi fue infiel a mami y cosas por el estilo, lo que por supuesto deriva en un desajuste cuando finalmente encuentra -producto del azar- a su media naranja, Aaron (Bill Hader), un médico insípido aunque más bueno que el pan.
El eterno loop del reviente infantiloide y los viajes de autodescubrimiento saturaron a la comedia de una manera similar a lo acontecido con el “found footage” dentro del terror: en vez de dejar atrás un recurso agotado que ya no sorprende a nadie, desde determinado sector de la industria consideran que se puede continuar exprimiendo al muerto, por más que tenga un par de destornilladores clavados en la cabeza. De hecho, este juego de espejos -entre el mainstream y los consumidores de este tipo de bodrios- pone de relieve hasta qué punto la degradación creativa nos condena por un lado a la falta de ideas novedosas y por el otro a una vacuidad conceptual que desconoce la ironía y aplaude a estos “adultos niños”.
Tan lejos de la inteligencia de Woody Allen y Mel Brooks como de la anarquía lúdica de los hermanos Peter y Bobby Farrelly o del trío compuesto por Jerry Zucker, Jim Abrahams y David Zucker, comedias estúpidas como esta nos aburren con sus lecciones de moralidad y su conservadorismo decadente, el cual para colmo gustan de entregar vía personajes mal desarrollados, un metraje demasiado extenso y una catarata de chistes robados a los mismos apellidos de siempre. El “santo matrimonio” y un sinfín de groserías sin sentido vuelven a constituir el único horizonte del relato, mientras vemos cómo se desperdicia la oportunidad de analizar los rituales sexuales actuales símil la genial Entre sus Manos (Don Jon, 2013)…