El niño carnicero
Dejando cualquier tipo de eufemismo de lado, genera vergüenza ajena que se estrenen comercialmente en Argentina películas como Está vivo (It's Alive, 2008), una propuesta desastrosa que hasta en Estados Unidos fue directo a DVD. Para aquellos que no conozcan la obra original de 1974 del héroe del horror “clase B” Larry Cohen, sólo diremos que con los años pasó de inteligente rip-off de El bebé de Rosemary (Rosemary's Baby, 1968) a clásico de culto dentro de las huestes del género: una marioneta aterradora, críticas poco sutiles a la medicina y el fantasma del aborto se combinaban en un cóctel muy hilarante.
Lamentablemente lo que podría haber sido una actualización orientada a la bioética se transforma desde el inicio en un cachivache impresentable en donde priman un ritmo soporífero, las torpezas formales, un guión plagado de errores y una alarmante vacuidad conceptual. No existe ni una escena capaz de asustar ni mucho menos movilizar al espectador, tenga éste la edad que tenga. La historia vuelve a girar alrededor de la presencia de un recién nacido con un irrefrenable apetito por la carne humana; aunque ya no se sabe si es un mutante producto de drogas experimentales o un ardid derivado de la falta de ideas.
El mismo Cohen parece que cobró el cheque y luego vapuleó a esta remake que transcurre en New Mexico pero en realidad fue filmada en Bulgaria con un equipo autóctono. Este “detalle” se percibe en especial en el contexto desolado y la repetición de exteriores, lo que repercute negativamente en un verosímil demasiado ajado. Sin embargo el principal problema pasa por la banda sonora: los diálogos han sido doblados en su totalidad, la sincronización es pésima y la música incidental da pena (recordemos para el caso que la maravillosa partitura de la original estuvo a cargo del legendario Bernard Herrmann).
Ahora bien, si queremos extender un manto de piedad conviene no adentrarse en el tristísimo desempeño de Bijou Phillips y James Murray como los padres de la criatura, dos pobres navegantes que viajan sin brújula. Más allá de un cronograma a los apurones, CGI estúpidos y un presupuesto escaso, aquí el máximo responsable es el insípido director Josef Rusnak, cuyo único antecedente rescatable sigue siendo El piso 13 (The Thirteenth Floor, 1999). Dedicado a los mamarrachos de acción con Wesley Snipes, aquí el alemán desvaría a lo largo de ochenta minutos sin fijar un mínimo eje sobre el cual construir el relato…