Las mesalinas proxenetas
Podemos estar en el Siglo XXI pero hay cosas que parecen no cambiar nunca, una sin duda es la reacción social que suelen provocar el sexo, su comercio y la carne al descubierto: en este nuevo milenio todavía hay que soportar primero a los “progres” ultra infradotados que relacionan a la prostitución con la trata de blancas, como si la mafia siempre estuviese involucrada y no existieran los cuentapropistas del sudor que se volcaron al rubro por esto o aquello, y segundo a los fascistas, frígidos e hipócritas que condenan de por sí al sexo como si el “trabajo tradicional” fuese mejor, más aun en una época como la contemporánea en la que ya está ampliamente aceptado que la verdadera dignidad humana nace del conjunto de actividades/ intereses que se encuentran en los márgenes de la vida laboral, esa de vender productos o servicios -como el sexo, de hecho- en el horrendo mercado capitalista estándar.
Dentro de este panorama, y teniendo presente que la industria cultural tiende a hacerse eco de la mojigatería evitando el tema o a veces banalizándolo desde la superficialidad, lo cierto es que Estafadoras de Wall Street (Hustlers, 2019) resulta una grata sorpresa ya que hablamos de una película que le habla con franqueza al espectador con vistas a retratar el mundo de las strippers sin romantizaciones o simplificaciones narrativas y con muchos cuerpos brillosos que esconden debajo a mujeres reales con problemas e identidades de la más variada naturaleza: basado en un artículo de 2015 de Jessica Pressler, The Hustlers at Scores, que fue publicado en la revista New York, el film narra el caso real de un conjunto de bailarinas que se dedicaron a drogar y a robar a oligarcas de los ecosistemas financiero y empresarial, encabezadas por Destiny (Constance Wu) y la bella Ramona (Jennifer López).
Si bien la realización a priori pareciera ser una típica heist movie del enclave mainstream, aunque con insólitos toques de fábula social a lo Charles Dickens, debido a que hace mucho énfasis en la capacidad de reinvención individual luego de la crisis financiera de 2008, esa que deja a las mujeres casi sin trabajo y al borde de la prostitución hecha y derecha para mantener a sus hijos, por suerte la propuesta en sí es mucho más que sólo eso gracias a que incluye un desarrollo de personajes muy sensato, digno de las mejores comedias dramáticas y de aquellas comedias negras de antaño que tenían su corazoncito puesto en el género policial, estableciendo una especie de “contraste complementario” entre la joven Destiny y la veterana Ramona, con la primera sintiendo resquemores ante algunos casos de “pobres diablos” desvalijados (como los drogan con ketamina y MDMA siempre se corre el riesgo de que alguno caiga muerto, amén de que no todos merecen en serio semejante tratamiento) y con la segunda mostrándose más calculadora y maquiavélica (Ramona es algo así como la mentora de Destiny, tanto en lo que respecta al baile del caño/ pole dance como en lo que atañe a todo este ardid que devino con la debacle en el estrato económico en el cual ellas se especializan, el de los clientes de mayor poder adquisitivo, plagado de hombres soberbios y egoístas que se piensan que pueden obtener lo que quieren con los dólares en sus bolsillos).
La directora y guionista Lorene Scafaria no descubre nada nuevo aunque alcanza una eficacia envidiable, apuntalada sobre todo en las excelentes interpretaciones de Wu y una J.Lo de 50 años que aquí desparrama presencia escénica y sensualidad a un nivel pocas veces visto en sus trabajos previos para la pantalla grande, decididamente ofreciendo el mejor desempeño de su carrera a la fecha. La realizadora, asimismo, no se contiene en materia de desnudos de las actrices secundarias ni tampoco en cuanto a la vestimenta ajustadísima de las principales, planteo que genera una de las pocas obras hollywoodenses recientes que no aplican una autocensura hiper contraproducente y ponen al sexo en primer plano, para colmo en su versión humanizada demostrando que -como cualquier otra línea de trabajo- tiene sus pros y sus contras (dinero rápido y desempleo igual de veloz). La película juega con inteligencia con la paradoja de las meretrices conceptuales/ mesalinas transformándose en proxenetas de sus clientes vía la concepción de que uno es tan feliz como el volumen de dinero que posee, típica fórmula de las comunidades plutocráticas e injustas; no obstante la compensa con una noción propia de la otra orilla de la pirámide social, esa que afirma que sólo los que empezaron desde abajo y debieron pelear a diario saben valorar el dinero, a diferencia de los parásitos del mercado financiero, las presas…