En Esto es guerra, Rheese Witherspoon, tal vez el mayor atractivo de la película para la porción de público que la encuentra irresistiblemente simpática, evalúa la calidad de todo tipo de productos (de hornos a teléfonos celulares) para una publicación de defensa del consumidor, tarea que desempeña en directo contacto con los presuntos compradores, que prueban y cuestionan personalmente defectos y carencias de los artefactos. Mucho le hubiera convenido al propio film contar con sus servicios antes de ser lanzado al mercado. De haberle aplicado sus conocimientos, difícilmente habría contado con el ok final. Primero, habría advertido que se trataba de vender un artículo de segunda mano -una historia mil veces contada- que no sólo fracasaba al querer disimular con el packaging la gastada y repetida fórmula, sino que tampoco proponía alguna ligera variación sobre la base de ingenio, frescura o brío, salvo que se considere como novedoso el hecho de que los dos galanes y amigos que -otra vez- luchan entre sí para conquistar a la misma mujer, sean agentes secretos y que en la guerra en la que sin proponérselo se ven envueltos utilicen recursos propios de su profesión.
El planteo es más o menos así; toda la habilidad que la chica emplea para desempeñar su profesión le falta para su vida sentimental: invariablemente elige el candidato equivocado. Por fortuna para ella (y no tanto para el film, que gana poco con la incorporación de Chelsea Handler) tiene una amiga tan fogosa como metereta que la inscribe en un programa de búsqueda de parejas en Internet, como consecuencia del cual iniciará no una sino dos relaciones paralelas, por supuesto con los dos amigos en cuestión. En principio todo va bien, porque ambos ignoran que la mujer de la que se han enamorado es la misma. Cuando lo descubren, pasan del dudoso pacto de caballeros al espionaje mutuo y más tarde a la guerra declarada. Ella es, claro, la última en enterarse: no es la inteligencia el rasgo que más subrayan en las mujeres las comedias norteamericanas recientes. Mientras tanto, muy de vez en cuando, el film se acuerda de que Chris Pine y Tom Hardy son agentes de la CIA e intercala alguna escena de acción, con malvado incluido; mala idea, teniendo en cuenta las escasas condiciones que el director McG (el mismo de Los ángeles de Charlie) expone para esos menesteres.
El cotejo entre los dos galanes (y las zancadillas que cada uno le tiende al otro) sirven para probar que la química de Witherspoon con uno y otro está igualmente ausente. Casi tan ausente como el encanto que los libretistas y el director buscaron extraer de una materia visiblemente escasa de ideas y de humor. Algunos chistes y algunas de las travesuras que ellos imaginaron apenas compensan. De lo demás sólo vale mencionar el brillo de la sonrisa de Witherspoon, la afectación de Pine y la sobriedad de Hardy. Muy poco.