Esto no es un film, avisa Jafar Panahi desde la amarga ironía del título. No podría serlo porque responde a la insensata lógica de un autoritarismo que, para impedirle que con su franco lenguaje neorrealista siga desnudando la realidad cotidiana de Irán, lo ha condenado al encierro y le ha prohibido por veinte años empuñar una cámara, filmar, viajar fuera del país, ejercer cualquier actividad política o conceder entrevistas.
No, no es un film. Es más que eso: es la respuesta a la censura, la demostración -tantas veces verificada por la historia- de que nada incentiva más al genio que la prohibición de manifestarse. Una obra que es a la vez un gesto de resistencia, de valentía, de coraje y de dignidad y un canto de amor por el cine. Filmada clandestinamente en cuatro días con la ayuda de la cámara de Mirtahmasb o con su i-Pod y hecha llegar al Festival de Cannes de 2011 por un intermediario en un pendrive oculto en un pastel.
Confinado a su departamento de Teherán, Panahi convierte su frustración y su circunstancia en materia del documental, hace cine con su situación, pero también vuelve a apuntar al estado de su país, y no sólo se vale de su memoria, de su imaginación y de la ventana desde la que puede asistir a los festejos de fin de año (las detonaciones de los fuegos artificiales se oyen como disparos), sino también de sus breves diálogos con las voces del otro lado del teléfono o con los vecinos que tocan a su puerta por motivos banales. Es magistral la última secuencia del film: la conversación con el joven que ha venido a recoger la basura y a quien acompaña piso por piso mientras el muchacho, estudiante de artes, cumple su tarea y le cuenta sus esfuerzos, sus sueños y sus esperanzas. Mirtahmasb lo ha convencido de mantener la cámara encendida: las imágenes perduran. Y a través de ellas o de las que capta el teléfono hemos seguido la jornada del gran artista que hoy está solo en casa porque su mujer y su hija han ido a entregar regalos a la familia. Él desayuna solo, atiende a su mascota (la iguana Igi), habla por teléfono con su abogada (en esos días aguardaba una presunta reducción de su pena), con familia, con amigos, alude a la situación comprometida de los colegas iraníes que corren riesgos si se manifiestan a favor de su liberación, como lo han hecho tantas personalidades del cine internacional, de Scorsese, Coppola, los Dardenne, Loach y Varda a Isabelle Huppert o Robert De Niro.
En otra secuencia admirable, cita escenas de sus films que doblan su situación actual (la de El espejo , por ejemplo). Y también lee su nuevo guión prohibido e ilustra la pensada puesta en escena sobre la alfombra. Al fin y al cabo, la prohibición no dice nada de leer, actuar o contar una película. Y en manos de un artista de su calibre, estos momentos, y todo el film, son puro cine.