Realista y sin mandamientos
Esta película trae de todo: lagartos asesinos, plagas bíblicas, ríos de sangre, ejércitos que se dan de palos, un dictador malévolo que esclaviza y ejecuta gente de a decenas y se confronta con un profeta libertario confabulado con un dios vengativo. Qué más podría pedirse.
Vista esta acumulación de elementos, podría pensarse que se trata del típico blockbuster divagante, ruidoso, de montaje hiperveloz, repleto de efectos especiales. Y la verdad es que se encuentra bastante lejos de eso. Como en la reciente Hércules, la historia mítica se aborda desde una perspectiva realista (claro que con salvedades; por ejemplo hay que hacer caso omiso a que tanto hebreos como egipcios hablen todos buen inglés), algo así como una especulación racional de cómo podría haber sido, de haber existido, el relato bíblico de Moisés y su rebelión. Así, las 10 plagas son terroríficas (los mejores tramos de la película) pero carecen de componentes fantásticos, la apertura de las aguas del Mar Rojo no se presenta como un milagro divino sino como una circunstancial bajada de la marea, la escritura de los mandamientos no acontece gracias a un rayo celestial sino que es el mismo Moisés que los esculpe a mano y Dios está representado por un niño que sólo el profeta puede ver, lo que deja abierta la posibilidad de que el protagonista esté desvariando por haber recibido muchos golpes en la cabeza.
El veterano Ridley Scott (Blade Runner, Alien, Gladiador, Prometeus) plantea una trama en el que se da tiempo para el desarrollo de personajes, con un relato lineal, clásico, cristalino. En su primera mitad este desarrollo puede resultar un tanto lento y tedioso, pero una vez que Ramsés el faraón se convierte en el villano que amamos detestar, la guerra está declarada y acometen las terribles plagas, se entra de lleno en un relato contundente, sustentado en un texto original imperecedero y en el buen pulso de Scott para plasmar deslumbrantes escenas en exteriores. No deja de ser llamativo que a diferencia de otras aproximaciones fílmicas al personaje, aquí no tenga lugar una lectura de las tablas sagradas, lo que parece ser todo un síntoma de la corrección política imperante en Hollywood. Quizá hoy ya no suenen tan bien un puñado de mandamientos que machacan con la existencia de un único dios, o uno más bien orientado al sexo masculino: "no codiciarás la mujer de tu prójimo", bastante cosificador para los tiempos que corren. De todos modos Scott, agnóstico declarado, se las ha ingeniado para herir sensibilidades, y la película no se proyecta en Egipto, Marruecos y los Emiratos Árabes por falsificar la "historia" y personificar la imagen de Dios. También vale decir que debe de ser difícil concebir hoy en día una película centrada en un personaje de crucial importancia para el judaísmo, el islam, el cristianismo y el bahaísmo, y hacerlo sin ofender a nadie.