Un milagro invertido.
Ya desde el inicio de la impresentable Exorcismo en el Vaticano (The Vatican Tapes, 2015) todo está servido para contemplar una comedia involuntaria, otro engendro que nos impulsa a preguntarnos sobre la lógica detrás del arribo de este tipo de productos a la cartelera argentina: dos representantes de la Santa Sede susurran diálogos acerca de la existencia de múltiples indicios de actividad demoníaca, mientras miran pantallas con imágenes ridículas y mal editadas en consonancia, hasta que encuentran “ese” caso que estaban buscando. Por supuesto que la acción corta a la señorita de turno, Angela Holmes (Olivia Taylor Dudley), quien sufrirá paulatinamente los estigmas de una posesión que se mezcla con esquizofrenia.
A pesar de que está más que claro que resulta mínimamente redituable estrenar los peores ejemplos industriales del panorama del horror de nuestros días, el problema a futuro -que deberían tener en cuenta las distribuidoras- se resume en la decepción automática que despiertan los films, en su mayoría destinados de manera exclusiva a los consumidores con menos experiencia en los vaivenes del género. En vez de atraer a más espectadores con obras de calidad provenientes de los márgenes norteamericanos o de latitudes lejanas, que garanticen la reincidencia en lo que hace al enclave de los sustos, en el mercado argentino prima el cortoplacismo de la mediocridad y el clásico “pan para hoy, hambre para mañana”.
Si nos concentramos específicamente en la película en cuestión, la verdad es que no pasa de ser otro exploitation de El Exorcista (The Exorcist, 1973) sin personalidad propia ni ganas de abrirse camino con un poco de garra o alguna novedad significativa, circunstancia que ha llevado al rubro a la saturación a raíz de un cúmulo de convites desastrosos que -desde la más pura holgazanería- dilapidaron una serie de recursos que en algún momento fueron sinónimo de dinamismo y eficacia. De hecho, la indolencia en el desarrollo narrativo es quizás el mayor obstáculo contemporáneo del género en su vertiente mainstream, esa que sigue obnubilada con el terror destilado para infantes, léase sin sangre ni desnudos ni alma.
Ahora bien, la sola presencia de Michael Peña, como el sacerdote más cercano al entorno familiar de la protagonista, es francamente irrisoria, a lo que se suma la poca impronta “espeluznante” de Dudley, la mojigatería/ torpeza del realizador Mark Neveldine y una segunda mitad con citas lamentables a Atrapado sin Salida (One Flew Over the Cuckoo’s Nest, 1975). Lejos del terreno de la clase B de antaño o de esos placeres culpables que revigorizan el amor por el cine desde la simpleza y la inmediatez, Exorcismo en el Vaticano es un producto anoréxico que funciona al igual que esos milagros invertidos que pretende exprimir sin éxito, apenas espasmos de la pasión que siempre debería anidar en el relato…