Hay un momento en que todo cambia y nada es como era entonces. Esa sensación de estar en medio de una película, de la cual jamás se eligió ser protagonista y por la cual a nadie se le ocurriría pagar una entrada para verla. Eso es lo que le pasa a Marcela tras la muerte de su hermana Rina. Es el momento de reordenar su vida, de revisar el pasado de su hermana, de analizar qué hace con las plantas. Pero también es cuando todo está tan a flor de piel, que esa angustia le permite ir hasta lo más profundo de sus vínculos cotidianos. Ahí se topará con la inocencia y la ternura que le devuelven sus tres hijos adolescentes y veinteañeros, pero también con ese amor a cuentagotas y cada vez más deshilachado que tiene con el papá de los chicos. La película tiene un arma de doble filo. Porque no explica demasiado y eso está bien, pero a veces explica tan poco que deja algunas dudas. Hay secuencias en las que está separada y después resulta que no es así, tampoco queda claro el vínculo de seducción entre Marcela (otro papel sobresaliente de Mercedes Morán) con un joven amigo de su hijo (Esteban Bigliardi) y es algo poco creíble el espacio onírico de la protagonista con imágenes poco felices. El filme tiene un punto de contacto inevitable con "La ciénaga", que se podría explicar porque Alché es actriz y fue la protagonista de "La niña santa", ambas dirigidas por Lucrecia Martel. "Familia sumergida" tiene algo valorable, y es que permite seguir resignificándola mucho después de los títulos finales. Es posible que deje un sabor amargo en el mientras tanto, ya que está lejos de generar empatía con el espectador, sobre todo por la dinámica y cierto caos en el relato. Pero vale apostar una ficha a un cine que se corre de lo previsible, que interpela y te pone de cara a la angustia del vacío.