Un nuevo acercamiento a la historia argentina, esta vez de la mano del director Juan Bautista Stagnaro, quien aprovechando esta oleada de revisión del pasado, se concentra en los pequeños grandes personajes perdidos dentro de los sucesos históricos que hacen a nuestra nación. Fontana sucede durante el periodo en el cual, el Mayor Luis Jorge Fontana, luego de fundar la ciudad de Formosa, parte en expedición desde el territorio Chaco hasta Salta...
El militar que duda A la lista de próceres llevados al cine recientemente, se suma la figura del Mayor Luis Jorge Fontana, militar naturalista clave en la determinación del territorio argentino. Fontana, la frontera interior (2009) retrata al héroe contrariado que supo ser, a través de sus escritos. La historia está articulada por los relatos que el mismo Fontana escribió. Son reflexiones sobre su quehacer cotidiano como Coronel, diarios de viaje, de los acontecimientos trascendentales de su vida. De este modo, el film se divide en cuatro capítulos o episodios: "Chubut el cielo", "Chaco la tierra", "Formosa el agua" y "San Juan el tiempo". Guillermo Pfening es el encargado de representar a Fontana, un patriota perdido en su propia tierra, dudando sobre su accionar, tratando de entender los motivos del exterminio de pueblos originarios, la fundación de la ciudad de Formosa o los límites fronterizos entre Argentina y Chile en el sur. Quizás ahí radique el mayor valor de la película, cuestionando qué significa ser patriota en 1880. Dicho valor queda patentado en el último capítulo, cuando Fontana es nombrado gobernador de Chubut, tierra ahora habitada por inmigrantes galeses, que no hablan su idioma y por ende, no tienen intenciones de interpretar la Constitución Nacional. Fontana se encuentra frente al dilema de para quién gobenar: en honor a su Argentina o para habitantes que no se sienten parte de la misma. Fontana, la frontera interior fue dirigida por el veterano Juan Bautista Stagnaro, director de Casas de fuego (1995) entre otras. Sus realizaciones pertencen a los años ochenta y noventa, estética y narrativamente. Hecho que se siente en el ritmo del relato, lento para los tiempos que corren. Quizás sea lo único que pueda criticársele a una producción que reflexiona sobre el accionar militar desde su protagonista.
Rodada en los mismos escenarios naturales donde ocurrieron los hechos, Fontana, La Frontera Interior es un nuevo acercamiento cinematográfico a la historia argentina, en un año que se dio a conocer importante material nacional sobre el género. A los films sobre próceres resignificados como San Martín y Belgrano se suman otros acerca de hechos menos revisados por la historia, como La patria equivocada y este estreno de Juan Bautista Stagnaro, autor de excelentes films que también abordaron hechos del pasado, como Casas de fuego y El camino del sur, y coautor del guión del emblemático Camila. En este caso su trabajo no llega a picos tan altos pero permite descubrir un personaje interesante como el Mayor Luis Jorge Fontana, que en su doble condición de naturalista y militar se diferencia de Roca, más allá de que su epopeya también trajo sangrientos enfrentamientos con tribus indígenas. Sus acciones inhabituales para las expediciones militares de su tiempo incluyeron la fundación de una ciudad y la integración a su ejército de la comunidad galesa. Sus monólogos interiores para nada autocomplacientes atraviesan la estructura el film y le otorgan un significado humanista. Bien realizada y fotografiada, no interesa en todo su metraje ni se destaca por la tarea de su elenco, pero se trata de una obra necesaria y oportuna.
Un hombre dual, en un país en gestación Filme histórico, de Juan Bautista Stagnaro. Acierta Juan Bautista Stagnaro al ubicar en el centro de una película histórica a un personaje cargado de contradicciones, real pero casi desconocido, al que lo tocó en suerte una época poco transitada en general, la que le siguió a la guerra con el Paraguay. Luis Jorge Fontana (Guillermo Pfening), fundador de Formosa y primer gobernador de Chubut, es, en este filme, un héroe insuficiente: conjunción en la que radica el interés que despierta y acaso su grandeza. A partir de los textos que escribió Fontana al fragor de la acción, y de otros ficcionales, Stagnaro lo muestra en su doble función de militar/conquistador y naturalista/humanista. Militar que duda (pero no se jacta); naturalista que no cuenta con los elementos ni, tal vez, los conocimientos básicos. Un personaje que avanza herido, cargando su dualidad -por ejemplo, al tener que combatir a los pueblos originarios- a lo largo de un país en formación, con fronteras cambiantes. La historia, segmentada según las travesías que realizó Fontana (y filmada en los escenarios naturales reales), abarca desde 1879 hasta 1910, y juega con el entrelazado de la voz en off del protagonista en distintas etapas de su vida: la plenitud y la vejez. Un mismo hombre; dos puntos de vista: uno más testimonial; el otro, más reflexivo. Stagnaro evitó el estereotipo de personaje de manual, pero no algunos diálogos solemnes (en los que Pfening luce incómodo). La otra dificultad del realizador es (fue) haber afrontado un filme histórico con poco presupuesto. Algunas secuencias patagónicas parecen de un western sin acción, y sin embargo son dignas.
Pocas veces la historia argentina fijó su mirada en el mayor Luis Jorge Fontana, un militar y naturalista que, entre 1879 y 1910, vivió una existencia aventurera que incluyó contactos con los pueblos originarios de Chaco, la fundación de la ciudad de Formosa, la primera travesía por el interior del monte chaqueño y la participación en la expedición patagónica de rifleros galeses en busca del punto más occidental del país. El director rescata la figura de este hombre taciturno que debió dejar en el camino muchas de sus ilusiones personales para elevarlo a la categoría de héroe. La trama se desliza armoniosamente desde un principio, cuando Fontana, ya envejecido, decide escribir todas las azarosas vicisitudes que le tocó vivir. A partir de estas escenas, Fontana (un muy buen trabajo de Guillermo Pfening) vuelve al pasado, a aquellos días en los que, con un grupo de hombres tan osados como él, descubrió las necesidades de los habitantes de cada lugar y la belleza de la exótica naturaleza. En su trayecto está también la mujer, multifacética y distante aunque siempre presente, que enseña al militar sus límites y sus precariedades afectivas. Rodar un film histórico en nuestra cinematografía no es, sin duda, una tarea menor. Stagnaro, sin embargo, supo cumplir acertadamente con su necesidad de sacar a Fontana del olvido, y así, con un elenco y un equipo técnico dispuestos a apoyar el esfuerzo del realizador, logró el necesario poder para recordar, con calidez y ternura, a alguien que está casi ausente de las páginas de los manuales escolares. El relato saca a la luz a un héroe que sorprende por ese aire casi ausente de personaje que atraviesa una época que no es la suya y que acaso anticipa otra a la que todavía no se ha llegado.
El film de Juan Bautista Stagnaro gira en torno a la vida del Coronel Fontana, militar y naturalista argentino, encargado por el Estado de fundar nuevas ciudades y trazar las fronteras de la nación. Básicamente, al Coronel Fontana le han encomendado trazar las fronteras de una Argentina incipiente. Su larga gesta lo terminará llevando hacia Chubut donde deberá convencer a una comunidad de galeses -no muy entusiastas- del proyecto nacional. El relato está compuesto por una serie de viñetas en las que se representan las peripecias de Fontana y su grupo por las diversas (e inhóspitas) regiones del país (Formosa, Salta, Chubut y San Juan). Si bien el film tiene la virtud de retratar la vida de un personaje que despierta inmediato interés narrativo en el espectador, presenta el defecto de desarrollar de un modo muy desparejo los diversos episodios que hacen al viaje. Dada la importancia narrativa que adquieren los sucesos finales en Chubut, toda la primera parte del film, y buena parte de su desarrollo, parecieran funcionar como mero preámbulo. La falta de un sentido interno y consistente para cada episodio impide que Fontana, la frontera interior adquiera una buena dosis de equilibrio narrativo, que se hace notar sobre todo en la mitad de la película. De modo complementario, la secuencia en la que se desarrollan los acontecimientos en Chubut parece excesivamente corta, dada la importancia que el guión le ha otorgado a esta fase del viaje. La inserción esporádica de las imágenes en San Juan, en la que se representa a un Fontana ya mayor intentando convencer a las autoridades de las virtudes de un sismógrafo, no terminan de integrarse con claridad al resto del film. No se entienden muy bien qué función desempeñan en el relato de conjunto. ¿El viaje termina en San Juan? ¿Termina en Chubut? ¿En qué momento llega a San Juan? ¿A qué va? ¿En nombre de quién lo hace? ¿Por qué nadie lo recibe? Son preguntas que al no tener respuesta en el marco del relato impiden que el espectador pueda articular estos segmentos con el resto de la historia de un modo coherente. Caben destacarse las actuaciones y la fotografía del film, realmente logradas en casi todos los casos. Pfening, quien tiene a su cargo el personaje de Fontana joven da buena encarnadura al militar, si bien en algunos momentos se acartona un poco, sobre todo en los diálogos.
“Fontana”: biografía a contrapelo de modas Contando con el apoyo de cuatro provincias, y, en particular, el apoyo de tobas, mocovíes e hijos de galeses, Juan Bautista Stagnaro realizó un film levemente a contramano del cine más oficial de este momento. El llevó al cine la vida de un militar que mató indios pero al mismo tiempo, indiscutiblemente, hizo patria. Tal es la interesante vida del mayor Luis Jorge Fontana, que se formó como soldado en la guerra del Paraguay, pero también como naturalista en las aulas del zoólogo y antropólogo Karl Burmeister, uno de los mejores científicos que llegaron a nuestro país, cuando el país todavía tenía partes sin descubrir y fronteras sin definir. El mayor Fontana fue, sucesivamente, fundador de Formosa, explorador del Chaco, atravesando el Impenetrable hasta Salta, gobernador de Chubut, que exploró hasta llegar al punto más occidental del territorio, y, ya en su vejez, investigador de sismos en Cuyo. A él debemos, entre otras cosas, la integración de los galeses a la Argentina. Precisamente, el punto culminante del relato, y el más emotivo, es cuando, tras ganarse el respeto de los rifleros del Chubut, que apenas hablaban castellano y despreciaban a los criollos, descubre con ellos lo que hoy es el valle 16 de octubre, futuro asentamiento de Trevelin, y se oye, en galés, el preámbulo de nuestra vieja Constitución, dedicada también a «todos los hombres de buena voluntad que quieran habitar el suelo argentino» (y ellos lo habitaron casi antes que los propios argentinos). Se dirá que Fontana tuvo más consideración con estos inmigrantes que con los nativos, y es cierto. Lo bueno de la película es que no lo niega, sino que nos coloca en la época y en el pensamiento de la época. De todos modos, conviene recordar que habitualmente él los estudiaba y dejaba libres. La película expone las dudas e inquietudes del naturalista de uniforme, y las del soldado que apenas usa el arma. Lo hace, apoyada en los propios escritos de Fontana, como «El Gran Chaco», «Viaje de exploración al río Pilcomayo», y «Viaje de exploración a la Patagonia Austral» (quedan para otro momento sus estudios sobre aves locales, caballos fósiles, y hallazgos de restos prehistóricos, que también fueron de su interés). Para apreciar, el trabajo de voces donde oímos, a veces divergiendo, al mismo personaje cuando joven y cuando ya en la vejez reconsidera sus conceptos. Y el trabajo de rodaje que obligó a recorrer los mismos lugares, no todos turísticos. Único detalle, las imágenes de Fontana que se conservan lo muestran mucho menos lindo que quien ahora lo encarna, Guillermo Pfening. Ya el director había hecho lo mismo en «Casas de fuego», cuando el doctor Salvador Mazza fue encarnado por Miguel Angel Solá. En fin, en ese sentido el cine es el cine, y no hay lugar para quejas.
Coronel humanista y militar a la conquista de territorios Entre 1879 y 1910, el mayor Luis Jorge Fontana pasó su vida entre los bosques chaqueños exterminando poblaciones indígenas, fundó la provincia de Formosa, se trasladó al sur de la Argentina, convocó a rifleros galeses y marcó las fronteras de nuestro territorio, en los valles andinos y la cordillera. ¿Por qué el director Juan Bautista Stagnaro eligió contar la vida de Fontana?. El lo explica diciendo que es una parte de nuestra historia poco conocida. Lo acertado de Stagnaro es que pone en primer plano al hombre, al humanista y luego al militar. EL DEBER Luis Jorge Fontana fue un naturalista, por lo que su conciencia no siempre estaba en paz con los actos que le obligaba a cometer su deber. En varias oportunidades se vió obligado a contradecirse luego de haber decidido determinados hechos, por temor a que sus hombres no le obedecieran. Fontana fue un hombre que sufrió en soledad sus mayores contradicciones, además de su padecimiento físico, que lo obligó a avanzar con su pequeño grupo de hombres por las áridas tierras argentinas, en condiciones deplorables. Valiente e intrépido, tenaz y confiado, este Fontana que cuenta Stagnaro permite conocer a un hombre de nuestra historia, que marcó esas fronteras necesarias que separa unos países de otros y en esas marcaciones, el derramar sangre inocente resulta inevitable. EL HEROE Sobre estos últimos hechos, el héroe de esta saga épica, de esta road-movie por la Argentina profunda, lo deja claro en sus escritos, enmarcados en literarios relatos de viaje. "Fontana, la frontera interior" es un filme estéticamente meritorio, por el oficio que a lo largo de los años marcó las producciones de Juan Bautista Stagnaro y por una excelente, conmovedora y desoladora interpretación de Guillermo Pfening. Pfening parece mimetizarse con el personaje a tal punto, que por momentos se tiene la sensación de estar asistiendo a un documental sobre una novela histórica. Con logrados encuadres en las escenas de enfrentamientos armados, en la recreación de escenarios, personajes y vestuarios, Juan Bautista Stagnaro desde la dirección logra uno de sus mejores trabajos fílmicos.
Un militar dividido en su conciencia El film expone las contradicciones de Fontana, sobre todo en su relación con los indios. De conquistador a humanista. El género histórico es uno lleno de ripios. Está el ripio del academicismo, la fiel y respetuosa reconstrucción de los hechos, como si tal cosa fuera posible. El de la película puesta monolíticamente al servicio de una tesis histórica, sea oficial o alternativa. O lo contrario: la película que se “pierde” en la inmensidad histórica, sin saber muy bien qué pensar de la Historia. Está también el ripio del reconstruccionismo, donde el trabajo de documentación y el de arte parecerían importar más que el sentido de la historia (y el de la Historia). El peligro mismo de las mayúsculas: la pompa, el almidón, la solemnidad y grandilocuencia. Biografía parcial y no lineal de un personaje histórico poco conocido, tan representativo de su época como incómodo en ella, Fontana, la frontera interior aborda el género con la cuidadosa, tal vez fatal decisión con que el personaje incursiona en el monte, el desierto y la planicie. En la Historia, finalmente. Como él, obtiene en el empeño victorias y derrotas. La aparición de Lucio V. Mansilla, en una escena de la película, no parece casual. Como el autor de Una excursión a los indios ranqueles, como un héroe de Joseph Conrad también, el mayor (teniente coronel, a la larga) Luis Jorge Fontana es un tipo dividido. Dividido entre su condición de militar y la de naturalista, de hombre de acción y sujeto instruido, de miembro de una corporación y hombre de familia. De conquistador y humanista. Típico exponente de la generación del ’80 (la película transcurre entre 1880 y comienzos del siglo XX), Fontana intenta conciliar su carácter de positivista liberal con la misión, encargada por el gobierno y sus superiores, de abrir caminos, conquistar territorios, fundar ciudades y consolidar fronteras. De fundar, si se quiere, un proyecto de país. Con guión propio, Juan Bautista Stagnaro aborda a su héroe en cuatro momentos, que en su diversidad geográfica parecen querer abarcar la Nación misma, en su inmensidad: el monte chaqueño y la ciudad de Formosa (que Fontana fundó, a instancias de Mansilla), el intento de abrir una carretera que atravesara el Impenetrable, su paso como gobernador de Chubut y el destino final en medio de la desolación sanjuanina, donde escribe sus memorias. Stagnaro se propone bajar al personaje del monumento, mostrar sus contradicciones, hacer de él un hombre. Sobre todo, en relación con los indios, a quienes Fontana alternativamente padece (de entrada, en una escena que parece una cita a Apocalypse Now!, flechan la barcaza que atraviesa el Pilcomayo; más tarde lo hieren gravemente en el hombro), combate (“finalmente se portó como un militar”, lo elogia un superior, después de haber arrasado un rancherío) y socorre. Eso es lo que hace –ante la desconfianza de sus subordinados– con una wichí a la que encuentra estaqueada. Por otra parte, los fragmentos de sus diarios y memorias, que se dejan oír en el off, dejan claro que el hombre no era un milico cualquiera: vive haciéndose preguntas y sabe cómo hacerlas por escrito. No por nada Mansilla, arquetipo consumado del militar ilustrado, en cuanto lee un par de cartas le elogia la prosa. Encarnado por Guillermo Pfening (Nacido y criado, El último verano de La Boyita) con su habitual nobleza vulnerable (de más grande lo hace Jorge D’Elía), esta humanización del personaje da por resultado que, por momentos, pareciera que en lugar de participar de la Conquista del De-sierto el hombre fuera una especie de Humboldt extraviado. Pero el principal problema de la película es que, por más que el subtítulo (La frontera interior) sugiera lo contrario, la voluntad de humanización se detiene justo antes de dejarse llevar por la subjetividad del héroe. Más que por vía visual o de la propia experiencia, el carácter dividido de Fontana se transmite por medios verbales (se lo dice a una maestra muy fordiana, en el episodio galés de Chubut) o literarios, mediante sus propios escritos. En lugar de encarnar su voz, la película –magníficamente fotografiada por Diego Poleri y montada por Luis César D’Angiolillo– prefiere observar la episódica peripecia del héroe desde la cuidada, mesurada, académica distancia de la tercera persona.
Las palabras y las cosas El Fontana del título es un Mayor no del todo recordado en la historia argentina de los tiempos de la Conquista. Ya durante los primeros minutos, la película lo muestra como un militar atravesado por una evidente pasión humanista: la visión del cuerpo desnudo de una india estaqueada parece hacer flaquear al hombre de armas que hay en él, que debe rehacerse enseguida para no dar un mal ejemplo delante de sus subordinados. Hace soltar a la mujer, a la que le proporciona ropa y alimentos, pero no titubea cuando más tarde se trata de arrasar una aldea que obstaculiza el paso de la tropa. Los planos cercanos del rostro del actor Guillermo Pfening durante el combate señalan el conflicto ideológico del personaje y los diálogos se encargan de subrayarlo: “Usted no parece un militar sino un naturalista, Mayor”, le dice uno por ahí. La voz en off del protagonista recita por su parte fragmentos extraídos de los diarios de Fontana, que dan cuenta de un berretín literario muy acorde con la época y, de paso, le aportan al personaje el necesario espíritu ilustrado que justifique adecuadamente su condición de hombre que siempre duda. Hasta el mismísimo Lucio Mansilla, lee en una escena el comienzo de un informe redactado por Fontana y elogia calurosamente su prosa. En su segunda mitad, la película encuentra a su protagonista lidiando con la comunidad galesa establecida en el sur argentino. Fontana aprende palabras en galés para ganarse la confianza de la gente y el espectador ve con claridad el esquema donde una situación replica la anterior: Fontana es en realidad un hombre de ciencia vestido con uniforme, se nos remacha, un erudito que hace valer la palabra por sobre la fuerza para conseguir sus objetivos, que no dejan de ser aquellos excelsos de marcar fronteras para afianzar la Nación. Desde el título, la película de Juan Bautista Stagnaro postula la intención que las imágenes se encargan de ilustrar del modo más sumario posible. Al director no parece interesarle la particularidad del personaje sino más bien la excusa que este le brinda para una idea moderna sobre la construcción de la Argentina, esa improbable entelequia que los aborígenes desconocen y los colonos galeses rechazan con recelo. Así y todo, las peripecias de Fontana se siguen como un suspiro por paisajes bellamente escogidos y fotografiados, con sus actores ajustados y el fluir preciso de sus planos, en lo que parece una marca más del carácter rutinario de la película. Las esforzadas piruetas de Pfening, los cielos deslumbrantes y la convincente reconstrucción escenográfica de soldados, indios y galeses están para otra cosa: Fontana, la frontera interior constituye un ejercicio literario de cine en el que la acción física no es nada en sí misma sino que funciona a manera de decorado subrepticiamente melancólico, material sobrante respecto de una idea establecida de antemano a la que el diálogo y la voz en off parecen prestar su verdadera entidad.
Y hubo un jueves que volvieron las películas épicas e históricas, así se podría titular esta crítica sobre “Fontana, la frontera interior”, una realización de Juan Bautista Stagnaro. A diferencia de “La patria equivocada” (Carlos Galletini) que se estrena también hoy, Stagnaro sale airoso de esta historia nunca abordada por nuestro cine. La historia comienza en 1880, cuando una partida de soldados exhaustos navega por el Pilcomayo. Un hombre a la cabeza del grupo duda qué camino tomar. Es el Coronel Fontana. De su decisión depende la vida de muchos hombres. Y él lo sabe muy bien. El territorio de un país no es algo que cae del cielo; que las fronteras que se dibujan en los mapas son producto, en algún momento de la historia, de la voluntad y la determinación de algunos pocos hombres. Fontana fue uno de esos hombres y ésta es la película que narra su historia. Guillermo Pfeninig como Fontana luce seguro y medido. Quizás una de las falencias del filme es que cuando pasan los años prácticamente no envejece el personaje. Pero eso no es problema del actor. También se luce Jorge D'Elia como Fontana viejo. Además de estas dos notables actuaciones hay que destacar las locaciones de exteriores y la fotografía. Teniendo en cuenta que el cine argentino hace rato que no presenta filmes de época, se puede decir que estamos preparados para afrontar esta oleada de cien épico e histórico. Todo esto que comienza con motivo de la celebración del bicentenario es muy bueno. Que los cineastas argentinos se lancen a filmar películas históricas es muy interesante. Lo que hay que apuntar ahora es a escribir guiones y libros que lleguen a la gente y no aburran. Porque si hay algo que aleja al público de ver este tipo de cine es el lenguaje que se utiliza. Fontana...” sale airoso, pero es un caso aislado entre muchos que se están viendo.
El film que recrea parte de la vida del coronel Jorge Luis Fontana (1846 - 1920) protagonizada por Guillermo Pfening, durante el período que va de 1879 a 1910, con un grupo de soldados exhaustos navega por el Pilcomayo, de su decisión depende la vida de muchos hombres, mostrando los primeros contactos con los pueblos originarios del Chaco, las dificultades planteadas por su doble condición de naturalista y militar y luego para llegar a la fundación de la ciudad de Formosa. Cruzando el monte chaqueño a Salta, lo acompaña el combate, la sequía y la fiebre, todo esto en un territorio desconocido e inhóspito y esto puede tener la consecuencia de desorientarse. Este hombre se encontró con tobas, mocovíes y descendientes de colonos galeses, tuvo que negociar, organizar, debiendo dirigir una expedición colonizadora; y logro convertirse en el primer gobernador del nuevo territorio nacional del Chubut en 1884. (Si leemos un poco mas nuestra historia podemos apreciar que fue bastante compleja y quizás comprender un poco más la actualidad). Viendo este film pienso que estamos transitando por un buen momento, teniendo la posibilidad de ver últimamente tantas películas contando un poco de nuestra historia, fue una buena idea de Stagnaro (cineasta de Casas de fuego, La furia, Un día en el paraíso), de llevar a la pantalla grande un poco de la vida de Fontana, no tan conocido por los libros escolares. Es un filme interesante, logrando buenos encuadres en las escenas de enfrentamientos armados, en una buena recreación de escenarios, personajes y vestuarios, una buena interpretación de Guillermo Pfening (aunque en algún momento suene algo acartonado), por momentos tiene algo de documental, muy buena fotografía de Diego Poleri . Su ritmo por momentos es lento.
A finales del siglo XIX, un grupo de soldados navega las aguas del noreste argentino. Exhaustos y frente a la disyuntiva de decidir qué camino tomar, Fontana sabe que de su opinión dependerá la vida de todos sus colegas. Decididos a descubrir las extensiones de un país en construcción y delimitar las fronteras que nos dividirán de nuestros vecinos, las vidas de este grupo de hombres narra la historia de algunos de los pioneros que nos conformaron como Nación. Durante los fragmentos que retratan el paso de Fontana por Formosa, algo del clima de “La misión” flota en el aire y queda suspendido allí, en especial en las escenas con las aguas del Pilcomayo. El entendimiento del Mayor con la mujer aborigen tiene sutiles puntos de contacto con la relación maestro/aprendiz que se daba en ambos sentidos entre John Smith y Pocahontas. Salvo algunos pequeños detalles, hay una cuidada construcción de la época, de los pueblos originarios y su aniquilación, de la conquista por parte del hombre blanco y de los colonos que ayudaron a poblar la Patagonia. Con solvencia, Guillermo Pfening interpreta al joven Fontana, quien se divide entre su obligación militar y su pasión naturalista. Hay grandes elipsis narrativas con respecto a la familia del militar, su relación con su esposa e hijas y cómo es el camino que lo lleva hasta convertirse en el rol a cargo de Jorge D’Elia, una pequeña historia dentro de la historia no del todo desarrollada ni fluida.