Frantz

Crítica de Emiliano Fernández - CineFreaks

Los hijos de la patria

Mientras que en toda Europa predomina una vertiente del cine bélico orientada a reformular los estereotipos del género y a descubrir nuevos tópicos, en su última película François Ozon nada a contracorriente y propone una epopeya del corazón de tono clasicista, un opus tan correcto como caprichoso que juega con la fotografía de manera continua…

Ya se ha dicho en innumerables ocasiones que la carrera de François Ozon comenzó a fines de los 90 con toda la furia (gracias a un combo muy interesante de thrillers de raigambre hitchcockiana y comedias irónicas), una buena racha que se mantuvo hasta mediados de la década pasada, aquel período en el que el señor se decidió a ampliar el abanico de su producción con suerte cada vez más dispar (esta “decadencia relativa” tiene que ver con lo prolífico e impredecible que resulta el parisino, circunstancia que en otros realizadores puede ser sinónimo de inconformismo de barricada pero aquí -en cambio- se vincula con un inconformismo a secas, quizás cercano al capricho por el capricho en sí). Ahora bien, en ningún momento, incluso en las propuestas más fallidas y esquizofrénicas, se puede negar el talento del director en lo que respecta a la construcción estética y discursiva de sus obras.

Su último antojo es en esencia tan particular como casi todo lo realizado a la fecha: si bien a primera vista la premisa de Frantz (2016) parece ser una versión bastante light de esa tradición de sadomasoquismo bélico -entre bandos otrora enemigos- que inició la extraordinaria Portero de Noche (Il Portiere di Notte, 1974) de Liliana Cavani, a decir verdad la película que hoy nos ocupa se remonta mucho más atrás en el tiempo y pretende funcionar como una remake a la francesa de Broken Lullaby (1932), uno de los trabajos menos conocidos de Ernst Lubitsch. La primera parte del film de Ozon sigue al pie de la letra los pasos del original, con un misterioso ex soldado galo llegando a Alemania en 1919, dejando flores en la tumba de Frantz, un homólogo germano, y entablando amistad con la familia del joven fallecido, la cual de a poco comienza a cobijarlo como un hijo más.

El componente morboso viene por el lado del corazón y los secretos ocultos del muchacho, ya que paulatinamente nace una chispa de amor entre la viuda de turno, Anna (Paula Beer), y este tal Adrien Rivoire (Pierre Niney), un presunto amigo del difunto que -por supuesto- tuvo algo que ver en su deceso. El rencor entre alemanes y franceses luego de la Primera Guerra Mundial y la utilización de la mentira como mecanismo para echar un manto de piedad sobre lo sucedido constituyen los dos ejes principales del correcto guión de Ozon y Philippe Piazzo, punta de lanza para un análisis muy simple aunque certero en torno a la posibilidad de entendimiento, perdón y reconciliación a pesar de todo el odio producto de las carnicerías y el terrible rugir de la artillería de las facciones en batalla. El cineasta una vez más pone el acento en el temple azaroso de la vida vía el devenir de personajes osados.

Más allá de una segunda mitad en la que se nota un poco más la mano del director, ya que profundiza el marco melodramático de la historia y reemplaza el desenlace facilista/ “feliz” del opus de Lubitsch por un remate más acorde con estos tiempos, en realidad donde se percibe en serio el espíritu inquieto de Ozon es en el campo formal: aquí hace uso de una fotografía tranquila en blanco y negro durante gran parte del metraje y reserva al color para un puñado de instantes que subrayan las ensoñaciones, los momentos de dicha y algún que otro punto cúlmine del relato. Frantz no le cambiará la vida a ningún espectador pero es una obra loable que baja a tierra -léase a la mundanidad de las tragedias familiares- esas contiendas a las que los dirigentes condenan a los pueblos en nombre de causas hipócritas símil “patria”, esquivando por la tangente el trasfondo imperialista y genocida del asunto…