Esta nueva versión del clásico Broken Lullaby (1932), de Ernst Lubitsch, es un poco satisfactorio ensayo sobre la muerte, el dolor, la impostura, la mentira, la reconciliación y el amor.
La heterogeneidad, la posibilidad de acercarse a distintos temas, formas y géneros sin perder el tono es una de las cualidades más destacables del director francés François Ozon. Casi siempre hay algo interesante en su films, incluso en sus pequeños divertimentos, en sus obras menos ambiciosas. Bajo la arena, 8 mujeres, El refugio, Potiche, Ricky y Joven y bella pueden dar una idea de la amplitud de registro de este realizador que hace dos años presentó en el Festival de Toronto su -para mí- obra menos lograda hasta el momento: Une nouvelle amie.
Frantz profundiza la caída, ya que, además, suma cierto aire pretencioso, de pretendida importancia (temática y formal) que molesta aún más en este director no demasiado afecto a la sutileza. Melodrama de posguerra (la primera Gran Guerra), la narración va de Alemania a Francia, estirando los límites del verosímil y alternando el color y el blanco y negro para marcar (subrayar) la carga emotiva de determinados momentos. En esta oportunidad los descansos para el humor no parecen tener que ver con la distancia o la ironía sino con un involuntario resultado de este pastiche.