La magia salvaje domada
Como era de esperarse, en Frozen II (2019) la gigantesca Walt Disney Animation Studios hace exactamente lo que se espera de ella y respeta esa suerte de retahíla retro autoimpuesta que comenzó con La Princesa y el Sapo (The Princess and the Frog, 2009), continuó con Enredados (Tangled, 2010) y llegó a su punto máximo en lo que atañe al éxito económico internacional con Frozen: Una Aventura Congelada (Frozen, 2013), una trilogía de películas recientes que movieron millones y millones de dólares en marketing -más de lo que costaron en sí las realizaciones- y que se inspiraron -respectivamente- en relatos folklóricos recolectados por los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm, El Príncipe Rana (Der Froschkönig oder der Eiserne Heinrich, 1812) y Rapunzel (1812), y en una bella creación literaria del gran Hans Christian Andersen, La Reina de las Nieves (Snedronningen, 1844).
El film que nos ocupa retoma la antiquísima estrategia de la productora de inspirarse en archiconocidos cuentos de hadas, eliminar todo el sustrato considerado “polémico” -la violencia, el sadismo, lo perverso, el planteo moral exacerbado, lo sexual, las venganzas, el frenesí, lo contradictorio puritano, etc.- y construir fábulas que obedecen a los recursos más elementales y anodinos de la comedia, las aventuras, el melodrama monárquico y sobre todo los musicales de alcance masivo, ese nuevo viejo fetiche que reaparece bajo la máscara del Hollywood Clásico y nunca dentro del esquema del musical posmoderno reflexivo o algo que mínimamente se le parezca (por supuesto que luego de pasar por la aplanadora conservadora y pueril de la Disney poco y nada queda de los relatos originales del Siglo XIX, más allá de algunas ideas muy aisladas entre sí y reconectadas a la fuerza).
La historia vuelve a girar alrededor de las hermanas Elsa (Idina Menzel) y Anna (Kristen Bell), ambas miembros de la familia que controla la comarca de Arendelle: así como la película del 2013 estaba sutilmente volcada hacia el personaje de la segunda, la encargada de encontrar a su hermana para finiquitar aquel invierno perenne cual maldición, hoy por hoy la que sin duda domina en términos narrativos es Elsa, transformada en una reina que escucha una misteriosa voz que la llama a lo lejos, eje de un nuevo periplo que pronto la lleva al Bosque Encantado y despierta los espíritus de la tierra, el fuego, el aire y el agua. Desde ya que la cada vez más paranoica Anna acompaña a Elsa y de inmediato se suman Olaf (Josh Gad), un muñeco de nieve con vida y “comic relief” oficial de la propuesta, Kristoff (Jonathan Groff), el novio tontuelo de Anna, y Sven, el servicial reno del anterior.
Si bien se agradece la denuncia ecologista e indirecta del capitalismo energético vía la influencia nociva de una represa en el Bosque Encantado y hasta ese concepto que recorre la trama relacionado con la necesidad social de dilucidar la verdad detrás de los arcanos y mitos del pasado, a decir verdad Frozen II queda atrapada en una medianía basada por un lado en una animación que vuelve a ser muy hermosa, especialmente en materia de las secuencias semi surrealistas, y por otro lado en canciones mediocres cortesía de Robert López y Kristen Anderson-López, amén de ese trasfondo meloso típico de la Disney y su fetiche con los viajes de descubrimiento y los chistecitos pretendidamente “adorables”. En suma, el empoderamiento femenino no logra ocultar la falta de novedades ni el sustrato castrador de una magia salvaje que vuelve a ser domada por la eterna necedad humana…